Gobernar desde la oposición
Soledad Loaeza
Anatole France escribió una novela titulada La revuelta de los ángeles, publicada por primera vez en 1914, que narra la historia de una conspiración de hermosos ángeles que, hartos del autoritarismo de Dios padre y de la alternancia imposible, se exilian a la Tierra con el fin de preparar una rebelión liberadora. Disfrazados de seres humanos, incurren en sus comportamientos, en sus virtudes y en sus vicios, sufren sus debilidades y viven su cotidianeidad, leen todo y adquieren conocimientos, se enamoran, se pelean, pero no olvidan su motivación original: derrocar a Dios padre. Así que se reúnen regularmente para discutir en forma ruidosa, y bastante desordenada, los dilemas de la lucha, estrategias, planes y posibles vías de acción. La descripción de una de sus asambleas retrata lo que ocurre en toda reunión política en la que diversas voces hacen diferentes propuestas, los participantes las discuten a gritos, se arrebatan la palabra o enmudecen enmuinados porque nadie hace caso. Al parecer, para escribir este capítulo France tomó como modelo las reuniones de los anarquistas que en esos momentos discutían la guerra, que era el tema del momento.
Los ángeles recuerdan la batalla del más hermoso entre ellos, Lucifer, contra Dios, que, cegado de poder, se había vuelto un dictador sentado en un trono de ignorancia. Pero el ángel –con todo y que tenía una causa justa: la redención por el conocimiento e imponer un freno al egoísmo y a la vanidad–, había sido derrotado y arrojado a los infiernos. No obstante, France hace un rápido recorrido por la historia de la humanidad para demostrarnos que en realidad esa derrota no había sido tal, sino un triunfo, pues desde que ocurrió Dios se había dedicado a proteger su poder, y esta preocupación lo había llevado a combatir lo que veía como la influencia de Satanás entre los hombres; de tal suerte que éste se había convertido en el verdadero gobernante y de la humanidad y de Dios. Así que Satanás rechazó el trono de Dios padre, después de haberlo derrotado él mismo, porque, según explicó a los ángeles, esa posición acarreaba unas responsabilidades que le provocaban sudores fríos. Lucifer prefería seguir ejerciendo el poder desde la oposición.
Así ha ocurrido con las izquierdas mexicanas desde 1988, que han gobernado este país desde la derrota electoral, pero con base en el ascendiente moral que en nuestra cultura asiste a los perdedores, aunque sean víctimas de ellos mismos. También se han apoyado en acciones extrainstitucionales, en el análisis sociológico de la violación de la ley como un recurso de justicia social, y en la amenaza, no siempre sólo implícita, del estallido social, para bloquear decisiones del gobierno, reformas constitucionales, políticas públicas, la toma de posesión del presidente de la República, lo que era el informe presidencial o la construcción de un aeropuerto.
La política de la calle es una fuente permanente de tensión para las instituciones, pero para las izquierdas, que han hecho de ella su imagen de marca, en particular el lopezobradorismo, las movilizaciones, marchas, protestas colectivas, la ocupación de espacios públicos, han sido un potentísimo trampolín que ha compensado con mucho su debilidad electoral, porque les ha proporcionado una capacidad de influencia mucho más efectiva que la que podrían derivar de las urnas. La eficacia de las tácticas de presión de las izquierdas es patente en cambios constitucionales con los que se pretende responder a las exigencias de estas corrientes que, hasta ahora al menos, han sido básicamente minoritarias, pero más que a sus demandas se ha respondido a sus tácticas. Así por ejemplo, en 2008 se reformó el artículo 69 constitucional, relativo al informe presidencial, para introducir la precisión de que el jefe del Ejecutivo no tiene que asistir personalmente a la entrega del citado informe.
Esta modificación obedeció al hecho de que desde el último informe de Vicente Fox, en 2006, el presidente no ha podido presentarse en la sede de la Cámara de Diputados, porque se lo han impedido rabiosos (y también festivos) legisladores que sostenían, o bien que la ceremonia establecida era innecesaria, o bien, que Felipe Calderón era un presidente espurio que no tenía legitimidad para ocupar la tribuna ante los legisladores. Asimismo, en 2008 se reformó el artículo 87 de la Constitución, el cual ahora prevé que, en caso de que no existan condiciones propicias, el presidente podrá tomar posesión ante los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y no se especifica el lugar. También en este caso la reforma es una respuesta a las tácticas de las izquierdas que en 2006, con 29 por ciento del voto, parecían determinadas a impedir que Felipe Calderón recibiera la banda presidencial. No hay más que recordar las escenas de reclamos, empujones, insultos y puñetazos que intercambiaron los legisladores el primero de diciembre de 2006.
En la última elección para el Poder Legislativo, el PRD obtuvo 19 por ciento del voto, pero sumados los votos del PT y del MC el resultado se incrementa en algo así como 2 por ciento. Esta proporción lo dejó en tercera posición frente a los otros dos grandes partidos: PRI 29 por ciento y PAN 24 por ciento. No obstante, eso no significa que ha perdido, porque sus tácticas de movilización son tan efectivas que hacen el voto irrelevante, y prueban que, ya lo dijo Satanás, si de gobernar se trata, más vale estar en la oposición que en el poder.