lunes, 3 de marzo de 2014

Mentiras y verdades sobre el encuentro de Guayaquil




San Martín y Bolívar.
 
En tiempos en que la correspondencia oficial se escribía a mano y no existían carbónicos, las cartas enviadas se transcribían en un “libro copiador”. El 29 de junio de 1822, el secretario de Simón Bolívar, general José Gabriel Pérez, dirigió una comunicación “reservada” al general Sucre, dándole cuenta de lo tratado en Guayaquil con el Protector del Perú, José de San Martín. El original de la carta se perdió, pero el libro donde quedó copiada fue hallado el año pasado por el investigador colombiano Armando Martínez, en el Archivo Nacional de Ecuador. Este descubrimiento viene a descalificar la versión de Sarmiento y de Mitre sobre el encuentro de Guayaquil, así como la posición asumida por la Academia Nacional de la Historia de la Argentina, contribuyendo a remover uno de los mitos de la vieja historiografía oficial en nuestro país.
Hay una larga historia de especulaciones, falsedades y adulteraciones en torno al tema, que crearon una polémica estéril entre historiadores argentinos y venezolanos. Comenzando por el discurso de Sarmiento en el Instituto Histórico de Francia (1847), donde colocaba a los libertadores en posiciones antagónicas, tratando de demostrar que “las miras, ideas y proyectos de cada uno eran enteramente distintos”, y censuraba la “insaciable sed de gloria” de Bolívar, quien para negarse a las solicitudes y los generosos ofrecimientos de San Martín “se encerró en el círculo de imposibilidades constitucionales”, como surgía de los dichos de una carta de San Martín a Bolívar fechada el 29 de agosto de 1822. Estos juicios fueron repetidos casi al pie de la letra por Mitre en su Historia de San Martín (1887-88), en la cual incluía como fuente la misma carta, e imaginaba que “la impresión que a primera vista produjo Bolívar en San Martín fue de repulsión”, encontrándose “con un antagonista en vez de un aliado”, con quien no pudo discutir, pues “se encerró en un círculo de imposibilidades ficticias”.
La cuestión de Guayaquil, si se incorporaba o no a Perú o a Colombia, “ni se tocó siquiera; estaba resuelta de hecho”, afirma Mitre, porque Bolívar “le ganó de mano”, anexándolo a la Gran Colombia. En realidad, era la solución que correspondía, según el principio de respetar las jurisdicciones de los ex virreynatos. Ante el problema de la guerra, Bolívar ofreció el auxilio de tres batallones, lo cual era insuficiente, por lo que San Martín lo instó a entrar con su ejército al Perú; ante la objeción de que el Congreso colombiano no le autorizaría ausentarse, San Martín insistió, ofreciéndole combatir bajo sus órdenes, y el otro se excusó de no poder aceptarlo. Sarmiento y Mitre cargan las tintas contra esta actitud de Bolívar, pero callan que la debilidad de la posición de San Martín se debía a la negativa de respaldo y refuerzos por parte del partido de Rivadavia.
Dando por sentado que San Martín abogó por la monarquía constitucional y Bolívar por la república con presidencia vitalicia, Mitre supone que “San Martín renunció, hasta en teoría, al proyecto quimérico del establecimiento de una monarquía americana”, pues “vencido, si no convencido”, al brindar poco después en el banquete de despedida por la organización de las repúblicas del continente, reconoció así que eran repúblicas y debían constituirse como tales.
A continuación, Mitre intercala citas parciales de dos cartas privadas de San Martín con juicios críticos sobre Bolívar. Tomás Guido le había escrito quejándose del maltrato recibido del mismo, y la respuesta de San Martín (diciembre 18 de 1826), reconociendo el gran servicio del libertador venezolano a “la causa general de la América”, recuerda haberse formado una opinión de él atribuyéndole “una ligereza extrema, inconsecuencia en sus principios y una vanidad pueril; pero nunca ha merecido la de impostor, defecto no propio de un hombre constituido en su rango y elevación”. A otro mensaje de Guido sobre los reveses de la política bolivariana, San Martín contestó (junio 21 de 1827) con una reflexión acerca de “la pasión de mandar” que parecía arrastrar a aquel hombre. Si es evidente que existían diferencias de carácter y de opiniones entre ambos, también es cierto que los unía la misma causa fundamental, y San Martín jamás hizo pública ninguna crítica a la conducta o la obra de Bolívar que pudiera afectar esa causa.
En la famosa carta en que se basaban Sarmiento y Mitre, San Martín lamentaba que Bolívar no creyera sincero el ofrecimiento de ponerse a sus órdenes, y le comunicaba su decisión de retirarse, convencido de que su presencia era el obstáculo que le impedía entrar al Perú para concluir la guerra de la independencia. Este texto, aunque redactado en términos respetuosos e incluso afectuosos, puede ser interpretado como un reproche. El problema es que de tal carta nunca apareció el original, ni borrador, ni copia, sino sólo su versión en francés en el libro Voyages au tour du monde et naufrages célébres, de Gabriel Lafond (1843-1844), de donde la tomó Sarmiento. La tesis más plausible, expuesta por A. J. Pérez Amuchástegui en un minucioso estudio de 1962, es que fue fraguada por algunos “sanmartinianos” en un momento de disputas partidarias en Perú. San Martín, si bien la dejó circular, nunca la reconoció ni la desmintió.
Aunque ni Sarmiento ni Mitre le perdonaban a San Martín muchas de sus definiciones políticas –como el monarquismo o la solidaridad con Rosas–, su propósito en este caso era rebajar al gran caudillo venezolano, acusándolo de “conquistador”, y mostrar enfrentados a los libertadores con relación a la integración sudamericana. Sarmiento describe al venezolano “ciego en su empeño de realizar una quimera inútil para los pueblos”; y Mitre explica que chocaban dos tendencias, la “hegemonía colombiana”, “el sueño delirante de la ambición de Bolívar”, contra el plan de las repúblicas separadas, “obedeciendo a la ley orgánica de su naturaleza”, del que San Martín habría sido “el heraldo” (lo que no explica por qué el Protectorado de San Martín suscribió con Colombia el tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua del 6 de julio de 1822, comprometiéndose a incorporar al pacto a los demás países hispanoamericanos).
En 1940, el embajador Colombres Mármol publicó unas cartas de los libertadores que podían avalar la “carta de Lafond”, pero que resultaron ser apócrifas. El historiador venezolano Vicente Lecuna, quien editó entre 1942 y 1952 varias obras y documentos sobre el tema, impugnó la carta de Lafond e hizo conocer una copia de la del secretario de Bolívar. La Academia de la Historia argentina le replicó en 1950 dictaminando “en forma terminante” que la carta de Lafond era auténtica, y desconoció la de Pérez, a falta del original.
Como ahora sabemos que esta última era la verdadera, gracias al hallazgo del libro copiador, vale la pena repasar su contenido. Respecto a la cuestión de Guayaquil y los asuntos militares no agrega nada llamativo. En cuanto al gobierno del Perú, expone lo que ya se sabe, que el Protector pensaba en una monarquía, y no desistió de su idea como quiere Mitre, sino que la ratificó, aunque con una interesante observación: “Darle la Corona a un Príncipe Europeo con el fin, sin duda, de ocupar después el trono el que tenga más popularidad en el país o más fuerza de que disponer. Si los discursos del Protector son sinceros ninguno está más lejos de ocupar tal Trono”; lo cual sugiere que no había entonces en Perú quien pudiera coronarse, pero más adelante el príncipe europeo podía ser desplazado por un jefe popular.
Lo más trascendente es lo que se dice después: “El Protector aplaudió altamente la Federación de los Estados Americanos como la base esencial de nuestra existencia política. Le parece que Guayaquil es muy conveniente para residencia de la Federación. Cree que Chile no tendrá inconveniente en entrar en ella; pero sí Buenos Aires por falta de unión y de sistema (en efecto, Rivadavia no quiso firmar el tratado en términos de confederación). Ha manifestado que nada desea tanto como el que la Federación de Colombia y el Perú subsista aunque no entren otros Estados”.
Esto desmiente las ideas contrarias a la unión que Mitre atribuía a San Martín, pues sería absurdo pensar que con esta carta Bolívar o su secretario quisieran engañar a Sucre sobre la verdadera posición del Protector; éste, como lo manifestó tantas veces, sabía que la solidaridad del continente era la garantía de la emancipación. En cambio Rivadavia, Sarmiento y Mitre se oponían a esos planes: sus ideas y sus políticas como gobernantes fueron dar la espalda a los países hermanos y abrir las puertas a los capitales de las potencias “civilizadoras”.
Todo ello nos confirma la necesidad de revisar la historia, porque el pasado no ha pasado. Dos siglos después, el legado fundamental de los libertadores sigue vigente, frente a los mismos designios que conspiran para confundir, aislar y someter a los pueblos de Argentina y Venezuela; las mentiras que ayer apuntaban a separar a San Martín y Bolívar hoy se esgrimen contra los movimientos que se levantan en nuestro continente para continuar la lucha por sus ideales.




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