¿Son invencibles ladrones alanistas?
Escucho con frecuencia que los ladrones alanistas poseen ingentes recursos y que aquellos estarán a su servicio cuando vuelvan, fuera del gobierno, a mandonear en Alfonso Ugarte (¿alguna vez se fueron?). Y ese “argumento” atemoriza o inhibe a no pocos buenos hombres y mujeres en lo que debiera ser la reconquista de su partido, el movimiento fundado por Haya de la Torre. Sin embargo, la especie desatiende la estructura lógica (si hay lógica en la exacción y la monra de la cosa pública) de cómo actúa y piensa la cacocracia alanista: ¡sólo gasta lo birlado al Estado, el producto de la coima o del óbolo que dan las grandes empresas o bancos y en ningún caso emplea dinero que ya está anclado en sus bolsillos!
Por tanto, luego del período gubernamental 2006-2011 ¿de dónde el flujo que pague servicios de apaleamiento de adversarios, intimidación judicial a cargo de magistrados corruptos, “mermelada” a los medios para destruir honras y reputaciones, comisiones para burócratas responsables de engrasar tal o cual gestión dolosa, si el caño principal está clausurado? Si las compuertas de combustible se cierran o empiezan a bloquear su curso, pensar que alanistas de todo pelaje pagarán de su peculio esta clase de asaltos, es parte de un craso error de óptica.
¿Cómo actúa el ladrón?: guarda pan para mayo. O para viajar y sombrearse hasta que “se calme el ambiente”. Ha supervisado que estudios de abogados vigilen al milímetro sus estafas y el producto sustancioso de las mismas y las ha incorporado a cuentas, casi siempre en el exterior. En buen castellano, ha maquillado sus delitos y del producto honró las facturas cómplices. Además, a muy alto nivel, la transición, los que se van aleccionan a los que llegan, consiste en proteger a los pirañas antiguos y explicar bien a los nuevos del porqué de esta situación claramente perjudicial al pueblo peruano pero feraz a las faltriqueras.
Otro yerro estriba en considerar a los alanistas como militantes y creyentes en la doctrina o ideología de Haya de la Torre. ¡De ninguna manera! En la mente del ladrón alanista habita una termita o una langosta. Su meta es enriquecerse so pretexto del cumplimiento de tareas en la cosa pública, pero los escándalos son mayúsculos y repiten su paso desvergonzado como en el lustro 1985-1990. ¡Hasta en las leyes del Congreso esconden tapaderas de sucesos de hace veinte años con nepótico designio! Los discursos ya no alcanzan a disimular la profunda, raigal y esencial inmoralidad de que hace gala cualquier patán que hoy no acierta a esconder múltiples autos, propiedades inmobiliarias, negociados al por mayor, gruesos enjambres dinásticos de amigos, parientes, queridas o queridos, en empresas cuya única función es hacerse recipendiaria de favores que el Estado otorga gracias a la influencia y carente, casi siempre, de méritos.
Hay una genética vocación delincuencial en los alanistas, ésa que Víctor Raúl describió en su carta desde la prisión en San Lorenzo, el 3 de octubre de 1923, antes de partir al destierro: la política como vil negociado culpable.
Al ladrón, no hay que retacearle cualidades, hay que llamarlo truhán a secas. Recordarle siempre su paso depredador por el Estado y la comisión de exacciones con el dinero público.
Decía Winston Churchill que si un súbdito inglés nacía, crecía, vivía y estudiaba pero ¡no hacía nada porque las cosas cambiaran entonces trocaba en ¡un ladrón de su tiempo! En efecto, aquí hay decenas, cientos o miles de ladrones que robaron el patrimonio espiritual de una historia azarosa, enriquecida por el martirologio y la rectitud de hombres y mujeres que vinieron a hacer la revolución de pan con libertad que estas langostas despreciables convirtieron, como cuando el civilismo, en los viejos usos de la butifarra y el licor.
No hay escatología o injuria en que no hayan incurrido los ladrones alanistas: destruyeron al Partido, lo despojaron de ideología, pulverizaron la Fraternidad, lo anemizaron en su concepción social de Frente Unico de Trabajadores Manuales e Intelectuales, escupieron sobre el sacrificio de sus héroes y mártires, convirtieron el robo y la monra en “formas de vida” y la mejor demostración es que para el habitante común y corriente “todos los apristas son vulgares rateros”. Al estafador, caco y vil exaccionador simplemente hay que reconocerlo como tal. Y de manera vitalicia.
¡A estos no se les saluda, se les escupe con indignación!
Ser alanista es exhibir prontuario y ser mirado con la sospecha de que robó o dejó robar o copió y se apropió de lo que no era suyo. Siempre un elemento postizo, inane, innoble, capaz de negociar por unas pocas monedas cualquier afán egoísta.
¿Qué esperan los buenos apristas supérstites en todo el Perú para ponerse los pantalones y limpiar el templo de tanta traición?
¿He dicho algo distinto de lo que todos conocen pero de lo que NO hablan? Problema y miedos ajenos, no míos.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
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