¿Existen los partidos políticos?
Ni fiscalizan, ni asumen la defensa política en las calles, oficinas, proyectos o tienen alguna importancia en cualquier decisión, los partidos son etiquetas, algunos muy añejos, que caminan paquidermos rumbo al suicidio y con vocaciones auto-destructivas incomprensibles. Ni siquiera llegan a fraternidades vinculadas a la querencia común de cánticos o historias porque se da el caso curioso que no conocen sino referencias maquilladas y las voces más importantes se refieren a hechos que lindan con actos delictivos. Si estuvieron en Palacio, la falta o desaparición de fondos, la profusión de favoritismos y el cohecho signan su paso; si son parte de las organizaciones de nuevos gángsteres, su colaboracionismo con las transnacionales y la potencia norteamericana indisimulable, les señala como engranaje del sistema aunque muy bien rentados y con caparazones que hablan de derechos humanos y temas similares. No obstante el asunto delicado es que no construyen patria o tejen urdimbre social que reconozca elan desde la base y ajena a los dólares compra-conciencia o a los dineros públicos. Los partidos políticos no existen y son más bien clubes electorales o usinas de tecnócratas.
Por razones de largo exponer superiores al propósito didáctico del presente texto, el peruano tiene una tara congénita: le encanta ser parte de la mentira colectiva que se llama Perú. Evolucionamos sobre los discursos de orden que fabrican, a veces con huachafería autosuficiente y con llamadas irreales al patriotismo, optimismos, alegrías e irresponsabilidades, sin embargo sabemos que 85% de cuanto se dice es falso. Los referentes morales no lo son, las autoridades intelectuales se venden al mejor postor, los informadores obedecen a la mediocridad y su fuente de sabiduría es la mermelada y entonces los soplones como Montesinos triunfan y la sociedad vive enfangada en escandaletes, audios y vídeos. Y hay hasta “polémicas” que no quieren llamar a los farsantes y delincuentes como hampones que son y mercenarios al servicio de grupos económicos. Desde siempre el peruano ha oído la mentira, la asimila, introduce en la vida cotidiana y la reputa parte de su realidad (aunque sea falsedad que todos huelen). Por tanto ¿qué clase de “infamia” es decir que no existen los partidos políticos?
Bien ha anotado el politólogo compatricio, avecindado desde hace varios lustros en México, Eduardo Bueno, que los partidos se enajenaron su propia razón de ser al destruir la democracia interna, la comunicación y en lugar de proponer salidas de altísima calidad e imaginación política, trocaron en manantiales de adefesios oligárquicos premunidos de un sentido elitista, blanco y anti-cholo. ¿De qué se trata la sublime imbecilidad de eliminar el voto preferencial, única manera en que la gente puede escoger con quién simpatiza y a quien vota y declina al impuesto por el partido porque tiene dinero, amigotes o es cómplice de los altos jerarcas de cada agrupación? Los pretextos pueden ser múltiples, pero el sentido de jugar al caballazo y de buscar ventajismos para los que están, de un modo u otro, en la cosa pública, es inolcultable. Cuanto que vergonzoso. ¿Cómo salvaguardar la democracia si ésta presume de la participación masiva y no exclusiva?
Carentes de cualquier amalgama fidelizadora de contenidos doctrinarios, propuestas económicas, conceptos del cambio social, historia legítima y no edulcorada, análisis geopolítico y en múltiples dimensiones; huérfanos hasta el escándalo de conocimientos sobre el mundo contemporáneo, pobres en cualquier exégesis, las castas políticas de todos los grupos que se llaman partidos no podrían estar en una situación más calamitosa. Cierto, poseen y manejan cuanto que exhiben el marchamo, pero la entelequia no resiste ningún análisis exhaustivo. Los clubes electorales sólo suministran cuadros o burócratas, pero no tienen ningún peso en la marcha del Estado. La maquinaria del gobierno tiene un designio episódico que dura el lustro en Palacio. Luego viene cualquier otro a seguir el modelo y los que llegan se dan la mano en la complicidad silenciosa con los que se van. Se genera así un equivocado y aberrante espíritu de cuerpo que tapa delitos y monras. Se suelda el “cuerpo” burocrático con babas no con sólida mezcla garantizadora de edificios futuros. ¿Sabe de gerentes en la cárcel o de ex funcionarios a los que todos reputan como vulgares rateros, tras las rejas?
La convocatoria a superar a González Prada caminando más allá de lo admonizado por el maestro cuando bombardeó el país con sus flamígeros escritos, parte de un enunciado simple: si el agente revolucionario, denuncia la estagnación, también debe –es inevitable- ser parte del cambio. Por tanto, evolucionemos dando los enormes pasos que constituyan, aterricen o formalicen nuevas propuestas o conjuntos políticos que eviten los yerros y taras actuales y eleven la política nacional del actual fango hacia hacia las trompetas de Jericó que derrumben muros de inmoralidad y obsecuencia. ¿Es mucho pedir? No lo creo.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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