lunes, 15 de agosto de 2011

El sueño de Pocho


Por: César Campos R.
Lo vi por última vez el pasado 22 de julio, día de la presentación de su obra “El virrey Francisco de Toledo y su tiempo” en la Feria Internacional del Libro, la cual recibió los ilustrados comentarios de Juan de la Puente, Pablo Macera y el antropólogo Carlos Contreras. Travieso como siempre – en complicidad con el no menos bromista de la Puente – cerró el acto anunciando que, gracias a mi supuesta y generosa donación de numerosas botellas de pisco, se realizaría un brindis de honor. Algo que, si me lo hubiera pedido anticipadamente, lo habría hecho con grata voluntad.
Porque Javier Tantaleán Arbulú, desde que lo conocí hace más 26 años, estaba registrado en la cima de mis más grandes afectos. En la esfera de los ideales políticos compartidos, la pasión por la historia, una iniciativa empresarial escasamente próspera hasta los extremos de la trivialidad, fue para mí un queridísimo compañero de ruta.
Abonaba esa extraordinaria relación su engranaje intelectual diseñado para la reflexión permanente sobre los problemas del Perú. Escuchar a Pocho era abrirse a una biblioteca andante, siempre lleno de citas bibliográficas y descubrimientos editoriales que lo entusiasmaban hasta el paroxismo. Sus estudios sobre la deuda pública peruana con Inglaterra a raíz de la causa libertadora del siglo XIX, por ejemplo, poseen una rigurosidad que impresiona al más erudito.
También lo que ya muchos de los amigos han señalado en estos días: su generosidad sin límites. Pocho daba la camisa por hacer felices a los demás. Abrió las puertas de su casa y de sus numerosos emprendimientos intelectuales a legiones de personas más jóvenes que él, siempre buscando compartir el volcán de su sabiduría (en verdad, era un sabio como alguna vez lo calificó Hugo Neira) y las preocupaciones centrales por la gobernabilidad del país.
Y sin duda este desafío – la gobernabilidad democrática – ocupó el centro de su atención a lo largo de los últimos años. Incluso el libro sobre el virrey Toledo aborda el proyecto administrativo de buen gobierno del mismo en los tiempos que España tuvo la más grande expansión de su imperio, hasta Centroamérica y Brasil. Pocho, integrante del Comité Cívico por la Democracia (uno de los foros surgidos en la década de los 90 del siglo pasado para combatir al fujimorismo autoritario) bregaba con entusiasmo por la edificación de un sistema político legítimo, viable y – sobre todo – preñado de enorme tolerancia.
Por ello, insistió muchas veces en rescatar la notable experiencia de los Rimanacuy (palabra quechua que significa “diálogo”) instaurada por él desde la jefatura del Instituto Nacional de Planificación durante el primer gobierno de Alan García y que – en esos años de violencia terrorista – dio presencia mínima al Estado en las comunidades nativas del interior del país.
Leo una entrevista que le hizo el semanario “Expresión” de Chiclayo en setiembre del 2008, donde le preguntan: “¿Qué le haría más daño al proceso de fortalecimiento de la gobernabilidad y la democracia?”. Tantaleán responde: “el no diálogo con los grupos aborígenes y las comunidades campesinas”. Los terribles sucesos de Bagua ocurrirían nueve meses después.
Junto a ese sueño ha partido de la vida tan entrañable amigo. Lo despido con lágrimas pero, casi de inmediato, la memoria de numerosas anécdotas y episodios divertidos me devuelve la sonrisa. Porque el recuerdo de Pocho, como sus cenizas a esparcirse en las tranquilas aguas de Punta Hermosa, navegará entre nosotros bajo la aureola de la inconmensurable felicidad que siempre supo concedernos.



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