Haya y la Constitución del 79
Por Daniel Parodi R.(*)
Ningún político peruano ha sido tan vilipendiado por sus virajes ideológicos como el líder y fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre. Las principales acusaciones en su contra denuncian la traición de sus postulados primigenios, el abandono de su izquierdismo original; el manejo de un doble discurso y las alianzas con sus enemigos tradicionales: Manuel Prado y Manuel Odría.
Me pregunto si todas estas imputaciones no parten de una premisa equivocada. Ya en 1928 –en El Antiimperialismo y el APRA– Haya deslindó con quienes llamaba “comunistas criollos”, y a quienes tildaba de dogmáticos por no adaptar el modelo marxista a la realidad latinoamericana. Sostuvo el joven Haya que había que entenderse con el imperialismo por la exigencia de contar con sus capitales para desarrollar a los países de A. Latina. Sin embargo, advirtió que había que hacerlo en condiciones de igualdad para lo cual era imprescindible conformar un bloque latinoamericano unido. Por último, en 1928 Haya incorporó en su teoría política el principio de la negación de la negación hegeliano, de lo cual desprendió el postulado de que no existen escenarios históricos permanentes y que había que adaptar la lucha antiimperialista a sus contextos temporales y espaciales específicos.
Por ello parecen subjetivas tan enconadas críticas a los movimientos posicionales del APRA, cuando sus bases ideológicas los anticiparon como parte constitutiva de su praxis política. Además, debe considerarse que la institucionalidad democrática –defendida por Haya de la Torre como modelo político ideal– no fue una realidad en el largo siglo XX. Ello explica, tanto la sacrificada lucha de la militancia aprista por su conquista, como las negociaciones de su cúpula con Manuel Prado para legalizar el partido y, con ello, ampliar los márgenes de juego democrático en el Perú.
Sin embargo, la ideología primigenia de Haya no lo explica todo. No explica, por ejemplo, su cuestionable alianza con Odría en 1963. Y no la explica porque en dicho contexto había terminado la persecución contra su partido y porque el eventual aliado fue su otrora cancerbero. Tampoco la explica porque la coalición APRA-UNO le cerró el paso al reformismo de Belaunde, al que se le opuso una despiadada oposición parlamentaria que propició el posterior golpe de Estado de Juan Velasco Alvarado en 1968. Haya, en este caso, le escupió al cielo y los apristas de hoy deberían reconocerlo, como deben reconocerse otros errores cometidos en tan larga y dilatada trayectoria.
Pero los tiempos cambian y hoy todos los caminos conducen a Haya de la Torre, por cuya Constitución –la de 1979– han jurado las principales autoridades del nuevo gobierno. Además, ahora se ejecuta en el Perú un proyecto de izquierda no marxista, abierta a la libre concurrencia económica, a la vez que sagaz en la negociación con el capital trasnacional; firme en la defensa de los intereses nacionales y sensible a la inclusión social. En esta ruta, también el anuncio presidencial de fortalecer los foros multilaterales de UNASUR y la CAN apunta hacia Víctor Raúl.
Esta historia es más cíclica que lineal. En lugar del progreso continuo que plantearon los filósofos ilustrados del siglo XVIII, este relato parece subsumirse en el corsi e ricorsi de Giambattista Vico. El pensador napolitano creía que el proceso histórico era pendular y que se balanceaba de un extremo al otro, a la vez que buscaba su equilibrio. Así, nuestro presente político parece retomar los postulados de Haya de la Torre en 1928 y los principios de la Constitución que firmara en 1979. Sin embargo, y de acuerdo con su propio pensamiento, es posible que la actual coyuntura ya esté incubando los gérmenes de su futura superación por otra diferente.
(*) Historiador. Dpto. de Humanidades de la PUCP.
Me pregunto si todas estas imputaciones no parten de una premisa equivocada. Ya en 1928 –en El Antiimperialismo y el APRA– Haya deslindó con quienes llamaba “comunistas criollos”, y a quienes tildaba de dogmáticos por no adaptar el modelo marxista a la realidad latinoamericana. Sostuvo el joven Haya que había que entenderse con el imperialismo por la exigencia de contar con sus capitales para desarrollar a los países de A. Latina. Sin embargo, advirtió que había que hacerlo en condiciones de igualdad para lo cual era imprescindible conformar un bloque latinoamericano unido. Por último, en 1928 Haya incorporó en su teoría política el principio de la negación de la negación hegeliano, de lo cual desprendió el postulado de que no existen escenarios históricos permanentes y que había que adaptar la lucha antiimperialista a sus contextos temporales y espaciales específicos.
Por ello parecen subjetivas tan enconadas críticas a los movimientos posicionales del APRA, cuando sus bases ideológicas los anticiparon como parte constitutiva de su praxis política. Además, debe considerarse que la institucionalidad democrática –defendida por Haya de la Torre como modelo político ideal– no fue una realidad en el largo siglo XX. Ello explica, tanto la sacrificada lucha de la militancia aprista por su conquista, como las negociaciones de su cúpula con Manuel Prado para legalizar el partido y, con ello, ampliar los márgenes de juego democrático en el Perú.
Sin embargo, la ideología primigenia de Haya no lo explica todo. No explica, por ejemplo, su cuestionable alianza con Odría en 1963. Y no la explica porque en dicho contexto había terminado la persecución contra su partido y porque el eventual aliado fue su otrora cancerbero. Tampoco la explica porque la coalición APRA-UNO le cerró el paso al reformismo de Belaunde, al que se le opuso una despiadada oposición parlamentaria que propició el posterior golpe de Estado de Juan Velasco Alvarado en 1968. Haya, en este caso, le escupió al cielo y los apristas de hoy deberían reconocerlo, como deben reconocerse otros errores cometidos en tan larga y dilatada trayectoria.
Pero los tiempos cambian y hoy todos los caminos conducen a Haya de la Torre, por cuya Constitución –la de 1979– han jurado las principales autoridades del nuevo gobierno. Además, ahora se ejecuta en el Perú un proyecto de izquierda no marxista, abierta a la libre concurrencia económica, a la vez que sagaz en la negociación con el capital trasnacional; firme en la defensa de los intereses nacionales y sensible a la inclusión social. En esta ruta, también el anuncio presidencial de fortalecer los foros multilaterales de UNASUR y la CAN apunta hacia Víctor Raúl.
Esta historia es más cíclica que lineal. En lugar del progreso continuo que plantearon los filósofos ilustrados del siglo XVIII, este relato parece subsumirse en el corsi e ricorsi de Giambattista Vico. El pensador napolitano creía que el proceso histórico era pendular y que se balanceaba de un extremo al otro, a la vez que buscaba su equilibrio. Así, nuestro presente político parece retomar los postulados de Haya de la Torre en 1928 y los principios de la Constitución que firmara en 1979. Sin embargo, y de acuerdo con su propio pensamiento, es posible que la actual coyuntura ya esté incubando los gérmenes de su futura superación por otra diferente.
(*) Historiador. Dpto. de Humanidades de la PUCP.
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