domingo, 9 de octubre de 2011

"En la memoria de los peruanos"




Miguel Grau Seminario constituye el paradigma del hombre entregado a la noble tarea de defender la tierra sagrada que lo viera nacer.

Su causa, como la de muchos ciudadanos civiles y militares que en circunstancias similares, en los múltiples conflictos y enfrentamientos externos e incluso internos, vividos para mal, ofrendaron mucho de sí para defender con honor y valentía sus ideales cargados de mística y desapego a lo material, se vislumbra en esta nueva era como lejana, y a la vez tan cercana, por cuanto las generaciones que se levantan desconocen muchas veces la profunda raíz de lo acontecido en el pasado, y solo reciben y mal procesan la información como meros receptores de datos intrascendentes cada vez más fáciles de olvidar. La falta de identidad subyacente en el interior del inconciente colectivo de la nación, fortalecido por una currícula educativa falta del incentivo vigorizador patriótico, termina por envilecer el recuerdo heroico, para convertirlo en mera fábula, un cuento cuya importancia se cataloga como absolutamente innecesario.

Es por ello que la común consecuencia con cada acto de reflexión que eleve la voz de nuestra conciencia a fin de forjar la mente de la nación, se vuelve tarea de excepcional responsabilidad de quienes asumen el compromiso de informar con bien a la sociedad.

Un niño llamado a ser grande
Nació Miguel Grau Seminario en la ciudad de Piura, en la calle Mercaderes 662 (hoy llamada calle Tacna) un 27 de julio de 1834. Su padre, don Juan Manuel Grau y Berrío, un ilustre militar criollo de origen Colombiano, había llegado al Perú con el ejército libertador del norte a órdenes de Simón Bolívar. Su madre fue la dama piurana María Luisa Seminario del Castillo.

Tuvo nuestro héroe tres hermanos que compartirían la casa paterna de su niñez: Enrique Federico, María Dolores Ruperta y Ana Joaquina Gerónima del Rosario.

Su apego al mar se enraizaría en su alma desde muy temprana edad. A los 9 años ingresa como aprendiz de marinero en el bergantín Tescua, el cual lamentablemente naufraga en la isla Colombiana de Gorgona.

Al año siguiente, en 1844, con diez años, Grau toma plaza como Aspirante a Grumete y asiste como parte del personal de navíos mercantes. Tras siete años de meritoria labor, el profesional desempeño de Grau lo lleva a ascender por los diversos grados llegando a alcanzar el rango de piloto.

Camino a la inmortalidad
Tras muchos años de labor en la marina mercante, en 1853 marca el año de su ingreso a nuestra gloriosa armada como Aspirante a Oficial. Luego de once años de dedicación y ya como Teniente Primero, es comisionado en 1864 a Europa para la adquisición de buques para la Escuadra Peruana, dadas las tensiones con España, que desembocarían en la guerra que enfrentaría a las naciones sudamericanas al agresor europeo. Su retorno lo haría integrando la escuadra binacional peruano-Chilena que haría frente al conflicto.

El 12 de abril de 1867 contrae nupcias con la dama limeña Dolores Cabero Núñez, la cual le daría diez hijos. Su inmueble, en la calle Lescano 172, en Lima, hoy está convertido en el Museo que perenniza su recuerdo.

Su ingreso a la política lo llevaría a ser elegido diputado por Paita como miembro del Partido Civil, a los 42 años. Es en este período, en que el Perú vive su más terrible crisis económica, que Grau viaja a Valparaíso a asistir al funeral de su padre. Es 1877, Miguel Grau observa asombrado en la aguas del puerto Chileno los dos magníficos buques acorazados, el Cochrane y el Blanco Encalada, recién adquiridos por la vecina nación y que pronto descargarían la potencia de sus cañones sobre nuestros buques y desguarnecidas costas, así como los aprestos de guerra con los que se preparaba a la totalidad de su clase militar.

A su retorno a Lima, Grau expresa en el Congreso la necesidad de adquirir modernos buques con los cuales equilibrar la potencia de fuego de Chile, sin embargo, no es escuchado. El 1º de junio de 1877 es nombrado Comandante General de la Marina por el presidente de la república, General Mariano Ignacio Prado. De inmediato Grau se aboca a solicitar ya por vía oficial, mediante extensos oficios documentados, la implementación de nuestro poderío naval, indicando asimismo las alarmantes condiciones de inhabilitación en que se encontraban nuestras unidades navales, así como un completo dossier documental sobre todas las necesidades de nuestra Escuadra. El oficio es elevado el 2 de enero de 1878 al Ministro de Guerra y Marina. En él, Grau expresa la urgente necesidad de reorganizar nuestra Marina de Guerra a fin de recuperar la importancia y nivel que tuviera décadas atrás; detalla una completa lista de sugerencias y necesidades de las distintas dependencias de la armada, el estado de nuestros buques de guerra, para finalmente realizar la propuesta más urgente e indispensable: adquirir a la brevedad posible nuevas y poderosas unidades navales.

El Presidente Prado convencido de la absoluta necesidad de dar su apoyo a la propuesta del Comandante de la Marina, ordena al ministro Pedro Bustamante que presente dicha memoria a la Cámara de Diputados el 28 de julio de 1878, realizando una exposición personal ante el pleno y dando cuenta de la urgencia de aprobar la partida presupuestal necesaria.

A pesar de los repetidos esfuerzos, la Cámara de Diputados recién el 11 de setiembre da cuenta del documento remitido por el ministro y del anexo redactado por Grau, pero solo atinan a tomar nota del pedido, ordenándose luego su pase al archivo. ‘Una vez más, Grau ha cumplido con su deber al máximo, pero las limitaciones legales le impiden hacer más’.

Se inicia la guerraSólo cinco meses después, el 14 de febrero de 1879, Chile ataca a Bolivia, desembarcando tropas y aprestos en los principales puertos de su provincia de Atacama, apoderándose de su rica costa llena de riquezas minerales. Luego, bien afianzado en el territorio conquistado y menos de dos meses después el agresor vuelve sus ávidos ojos al Perú y nos declara la guerra el 5 de abril de 1879.

La historia al transcurrir el tiempo ya es harto conocida. El heroísmo y grandeza de Grau y sus hombres a bordo del glorioso monitor Huáscar, sorprenderían por cinco meses al mundo entero y causarían la lógica simpatía de todos aquellos que hubieren tenido noticia de sus hazañas, teniendo en cuenta la dramática asimetría de poder de fuego entre los dos beligerantes. Grau, el padre, el político, el militar, el héroe, pero antes que nada, el hombre, ofrendaría su vida en el altar excepcional de la patria. Su sangre regaría el mar que vio sus aventuras inigualables aquella mañana del 8 de octubre de 1879, y pasaría sereno a la inmortalidad como ejemplo perpetuo a seguir por los hombres y mujeres de todas las generaciones de peruanos.

Una deuda eternaEl Perú guarda una enorme deuda con el gran Almirante de los Mares. Su ejemplo y entrega acuden presurosos a la palabra y a la obra cuando de defender este trozo inalienable del territorio patrio se trata. Múltiples peligros le acechan: La Convención del Mar, que significaría reducir nuestro mar territorial de 200 millas a solo 12; el diferendo de la Haya, que implica defender 35 mil kilómetros cuadrados de nuestra área marítima; el repetido intento de muchos miembros de la clase política y empresarial por entregar la Isla de San Lorenzo para la construcción inmobiliaria dejando de lado el extraordinario proyecto del Megapuerto del Callao; la falta de una poderosa Armada Nacional que se encargue de defender sus recursos, la implementación de una vigorosa marina mercante y una potente flota pesquera de alta mar, entre otros constituyen la tarea que se han impuesto quienes han decidido seguir los pasos de quien en el pasado se batió defendiéndola. No habrá desmayo en los hombres de hoy ni en los del mañana.

Grande Grau. Presente por siempre y para siempre en el Panteón de los Héroes del Perú.

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