APRA: La Propuesta olvidada
Capítulo I
“He aquí el sentido, la dirección, el contenido doctrinario del APRA: dentro de la línea dialéctica del marxismo interpreta la realidad indoamericana.” (AA, 150)
Si desea comprenderse a cabalidad el programa del APRA y en especial su tesis acerca del estado antiimperialista, es imprescindible partir del reconocimiento de la filiación marxista de la doctrina creada por Haya de la Torre. Él escribió “nuestro Partido es marxista” (PA, 158). Por lo tanto, advertir el enfoque y visión del mundo empleados por el aprismo para el diagnóstico de la realidad proporciona el hilo conductor del entendimiento de su ideología.
En la escena política peruana siempre se discutió la condición marxista del APRA. Una apreciable mayoría de miembros de la izquierda ortodoxa respondió la interrogante en forma negativa. Otros sectores, pertenecientes al propio Partido Aprista Peruano, coincidieron en esta apreciación. Inclusive algunos, en demostración de insuficiente formación teórica o desviación ideológica, han llegado a establecer que aprismo y marxismo son categorías excluyentes (véase, al respecto, Barba 1982, 131-156). Sin embargo, la obra de Haya de la Torre, Seoane y Sánchez, permite afirmar que unos y otros están equivocados. El aprismo es la interpretación marxista de la realidad latinoamericana.
En principio, puede comprobarse que los fundadores del aprismo convinieron en la extracción marxista de la doctrina. Al respecto, Víctor Raúl sostuvo en un texto muy conocido, que la doctrina del APRA significaba, dentro del marxismo, “una nueva y metódica confrontación de la realidad indoamericana con las tesis que Marx postulara para Europa, y como resultado de la realidad europea que él vivió y estudió, a mediados del siglo pasado.” (AA, 150)
Percíbase, no obstante, el sentido original y creativo que debería adoptar esa opción. Haya de la Torre siempre mencionaría: “La experiencia nos ha enseñado ya que debemos hacer algo por nosotros mismos, sacudiéndonos un poco de la tutela de Europa y de la mentalidad de colonos con que rendida y servilmente hemos tratado de remedar, más que de imitar –sin comprender casi nunca– la obra revolucionaria de los europeos, concebida por cerebros europeos y con definida y clarísima conciencia de la realidad europea.” (PEAL, 137)
De esta manera, el aprismo no aceptaría la repetición dogmática de dictados ideológicos inaplicables a la realidad latinoamericana. En opinión de Haya el aprismo sería partícipe “no del marxismo dogmático e infalible de los sínodos moscovitas –que en estas tierras tórridas repiten genuflexos los comunistas criollos–, sino del marxismo dialéctico, universal y dinámico. De aquél que sostiene que la teoría sólo deviene realizable en un pueblo siempre que ella represente la satisfacción de las necesidades de ese pueblo.” (AA, 213)
Desde los años iniciales de creación del movimiento aprista, Víctor Raúl insistiría en el carácter marxista del APRA. A través de una carta a Juan Seoane, fechada en diciembre de 1932, reafirmó: “Si somos apristas de veras (estaremos) de acuerdo en que el Aprismo es la interpretación marxista de nuestra realidad.” (CAPA, 205). Haya de la Torre explicó que los caminos del marxismo proporcionarían una mejor y más pronta aproximación al descubrimiento de la realidad social y económica latinoamericana. El marxismo también aportaría a la comprensión y solución del problema político “vasto y nuevo”, de la dominación imperialista, problema cuyas fórmulas de solución no tienen cabida ni alcanzan ajuste en los conocidos modelos ideológicos del capitalismo liberal (AA, 213).
Víctor Raúl resumió la posición aprista dentro del marxismo indicando que “los apristas son filosóficamente marxistas, vale decir dialécticamente hegelianos, pero superan al marxismo negándolo y continuándolo al mismo tiempo, sin aceptarlo como dogma inmóvil, como ortodoxia congelada.” (TM, 269)
¿En qué fundamentos se basa la aserción que la teoría aprista es la interpretación marxista de nuestra realidad? La respuesta es directa y sencilla: el APRA es marxista por utilizar ampliamente el materialismo histórico; por aceptar el principio de la lucha de clases y aplicarlo al análisis del imperialismo y la sociedad; por reconocer la posibilidad del uso revolucionario de la violencia y por recibir una importante inspiración leninista.
El materialismo histórico
La doctrina aprista es marxista porque se afirma en la concepción materialista de la historia. La admisión de esta influencia fue hecha por los mismos fundadores del APRA. Téngase en cuenta, por ejemplo, la siguiente confesión de método hecha por Haya de la Torre: “Como no soy devoto de la historia heroica, episódica, creo en el determinismo económico de todos nuestros fenómenos históricos.” (ADVI, 109). O la afirmación de Víctor Raúl que el APRA tenía “una concepción social, colectiva, marxista de la historia” en la que “la acción de los individuos está determinada por la realidad social.” (PHT, 262).
Las anteriores definiciones no fueron casuales ni aisladas. En El llamado del APRA a la América Latina (1943), Haya sostendría que “desde el punto de vista estrictamente económico, los apristas reconocen y aceptan el marxismo. La interpretación económica de la historia, la lucha de clases el análisis del capital (plusvalía, trabajo como base de la riqueza, etc.) no son negados por el aprismo.” (TM, 269-270)
Similar aseveración fue defendida por diversos líderes del Partido. Luis Alberto Sánchez en Aprismo y religión, ensayo publicado en 1934, confirmaría que “el aprismo es una doctrina económico-política americana, inspirada en el materialismo histórico. Para nosotros, los apristas, el fenómeno económico es determinante, sin ser exclusivo.” (Sánchez 1978, 65). Previamente, en el debate constitucional de 1931, Sánchez expresó con firmeza que la posición aprista era marxista, y que “el marxismo ponía como base la cuestión económica.” (Congreso Constituyente 1932, 471). Manuel Seoane también profundizó en el tema indicando que la perspectiva aprista, por ser una posición marxista, no era absolutista ni de carácter simple: “Nosotros sostenemos que la política es el reflejo de una cantidad de factores pero que el factor económico es el factor determinante o sea el modo de producción.” (Congreso Constituyente 1932, 353)
Fue así como la aceptación del materialismo histórico condujo a los fundadores del aprismo a relacionar de manera fundamental el concepto economía al concepto política como hipótesis indispensable para la adecuada interpretación de los problemas nacionales. El aprismo entendió que, en última instancia, lo económico determina lo político. Por eso Haya diría que “en nuestro país no ha prevalecido hasta hoy sino un concepto heroico, pasajero, empírico de la política. Pero no hemos tenido todavía la forma científica de la política que se basa en la economía; que no inventa una realidad sino la descubre en el propio medio donde actúa el pueblo al cual se pretende organizar y gobernar.” (PA, 55). Incansable, Víctor Raúl nunca dejaría de recordar que “el día que pensemos seriamente en que la política es ciencia, especialmente la política nueva, y ciencia ligada con la economía y que una afirmación en política, como un cálculo en economía, debe basarse en algo, ese día nos libraremos de tanta intoxicación fantástica que, como el opio, es gratísima a la fiebre tropical de hacer castillos en el aire, pero muy seria cuestión, para los pueblos a los que engaña o desvía.” (PCPA, 453). Tratando de sintetizar, Haya de la Torre declararía: “Quien gobierna la economía gobierna la política.” (AA, 18)
El énfasis otorgado por la construcción doctrinaria aprista al vínculo determinante entre la economía y la política permite obtener algunas conclusiones. En primer lugar, resulta obvio que la categoría de modo de producción es la que sustentó el enunciado aprista. Premunidos de la concepción materialista de la historia, los fundadores utilizaron el concepto teórico que permite comprender la totalidad social. De esta forma, Haya de la Torre, Seoane y Sánchez recogieron el legado científico marxista y entendieron que
“El régimen de producción vigente en una época dada y las relaciones de producción propias de este régimen, en una palabra la estructura económica de la sociedad, es la base real sobre la que se alza la supraestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social... El régimen de producción de la vida material condiciona todo el proceso de la vida social, política y espiritual.” (Marx 1975, 46)
En segundo término, nótese que basar la política en la economía le confiere a la primera un carácter científico cuyo rasgo distintivo es el realismo. A propósito de esta cualidad, en carta al escritor chileno Edwards Bello, Haya de la Torre precisaría:
“Los hombres de mi generación (estamos) cansados de ese verbalismo tan español y tan enervante que tiene invadida América Latina y que tanto contribuye al confusionismo que nos ahoga. El género de su literatura es económica, realista, y esto, sólo esto, asegura que su libro no va a perderse en las vaguedades retóricas de la gran mayoría de los hombres que en nuestros países quieren resolver sus problemas fundamentales con palabrería, con charlatanería de andaluces más o menos agradables.” (CA, 64)
Y como para que no quedase duda alguna, Víctor Raúl concluiría que las vanguardias antiimperialistas de la nueva generación latinoamericana querían en el debate de la cuestión latinoamericana, “una literatura de hechos, realista, económica.” (CA, 67)
En resumen, para el aprismo política y economía son conceptos científicos inseparables. La política para ser científica y realista debe basarse en la economía. Por consiguiente, gobernar un país consiste esencialmente en gobernar su economía. Dicho de otra manera, “no saber organizar la economía de un país o las finanzas de un gobierno, es no saber gobernar.” (PCPA, 461) Por ello, Haya de la Torre sentenció que el poder en un país es realmente detentado por quien ejerce su gobierno económico: “El gobierno de la economía es la esencia del gobierno mismo. Delegar el gobierno económico de un país, es delegar fundamentalmente el poder.” (PCPA, 457)
Ésta es la visión marxista original del APRA. Como discutiremos más adelante, a partir de ella se elaborarán sus tesis fundamentales.
El análisis del atraso
La visión materialista de la historia fue aplicada por la teoría aprista al análisis del atraso latinoamericano. Haciendo uso del enfoque marxista, Víctor Raúl percibió que a diferencia del capitalismo avanzado europeo que evolucionó gradualmente a través de los distintos estadios históricos y eliminó en cada caso los vestigios del modo de producción precedente, el desenvolvimiento de Indoamérica había sido peculiar y no integral, sobreviviendo etapas económicas que deberían estar liquidadas. El líder aprista reconoció la coexistencia de modalidades de socialismo primitivo y feudalismo en conjunción con el capitalismo comercial e industrial.
Haya de la Torre describió la heterogeneidad estructural y el consecuente atraso histórico de la sociedad latinoamericana con dos explicaciones ilustrativas. La primera de estas descripciones –llamada por Haya la Máquina del Tiempo– afirmaba que ir de Buenos Aires al Chaco, como de Lima a la Hoya Amazónica, era hacer un viaje regresivo en la historia humana. El segundo era el ejemplo del Niño-Monstruo. En este caso, Indoamérica era comparada con el crecimiento de una criatura extraña a la que se le había desarrollado sólo la cabeza, una pierna, una mano y unas vísceras, quedando vivo el resto del organismo, aunque anquilosado en diferentes períodos del crecimiento.
La coexistencia de etapas históricas se originó en la ruptura de nuestra evolución social y política por la conquista española, la cual venció a los imperios indígenas y destruyó sus mecanismos de gobierno pero no logró derribar totalmente sus estructuras económicas. El coloniaje trajo consigo el feudalismo, que no cumplió su evolución integral ni acabó con el sistema anterior. Se sobrepuso a éste y terminó coexistiendo con él. Por la independencia, los señores criollos, fortalecidos en casi tres siglos de desarrollo, se emanciparon del control de la clase feudal dominante española, venciendo en la lucha por la implantación del liberalismo. Sin embargo, conservaron en América Latina el tipo feudal de organización económica y social.
Liberado políticamente el Perú de la dominación española, se implantaron en el país los primeros gérmenes imperialistas llegados bajo las banderas inglesas. Posteriormente, con la declinación británica, se afirmaría progresivamente la hegemonía estadounidense. El sometimiento económico al imperialismo resultó ser el factor determinante del subdesarrollo y la dependencia política del Perú.
Como consecuencia de tan singular evolución, nuestra formación social se constituyó a partir de dos estructuras económicas de funcionamiento disímil. Para Víctor Raúl era un hecho “el carácter dual de nuestra economía que el imperialismo escinde en dos intensidades, dos ritmos, dos modos de producción –la nacional retrasada y la imperialista acelerada–, y la fundamental diferencia entre nuestra primera etapa capitalista importada por el imperialismo y la última etapa que comienzan a confrontar los países de más avanzada economía.” (AA, 24)
La primera de estas estructuras es de carácter pre-capitalista, agrario, atrasado y tradicional. Opera a una velocidad lenta, en concordancia con nuestra línea tradicional de evolución. Imperan en ella métodos primitivos de explotación del trabajo, técnicas elementales de producción y desprotección por parte del estado. La segunda estructura es de carácter capitalista. En ella dominan las empresas imperialistas (industrias extractivas y manufactureras; empresas comerciales y financieras), las mismas que conviven con el capitalismo nacional retrasado. Inyectada de organización, técnica y capital foráneos, exhibe una dinámica más intensa, cuyo origen y comando se ubica en los grandes países imperialistas. Por esta razón, relega a la economía nacional propiamente dicha a un segundo plano. Sobre la estructura económica implantada por el imperialismo gravita la vida del país y, en consecuencia, el accionar del estado. El desequilibrio entre estas dos estructuras y la descoordinación de sus ritmos de funcionamiento es uno de los problemas económicos más serios del país (véase Cuadro 1).
El análisis de la dependencia
El materialismo histórico también fue utilizado por Haya de la Torre para examinar el fenómeno de la dependencia. Víctor Raúl, al respecto, partió de un señalamiento evidente: “En el mapa económico del mundo, Indoamérica es una sola región colonial o semicolonial.” (AA, 118). Dando un paso adelante, en El antimperialismo y el APRA Haya destacó con nitidez que la dependencia de nuestros países era el resultado del avance imperialista:
“Económicamente, Indoamérica es una dependencia del sistema capitalista mundial –parte o provincia del imperio universal del capitalismo financiero–, cuyos centros de comando se hallan en los países más avanzados de Europa, en los Estados Unidos de Norteamérica y ahora, también, en el Japón.” (AA, 16)
Ahora bien, dentro de todos los imperialismos que explotan a América Latina, el estadounidense resulta ser el dominante:
“El imperialismo yanqui mantiene en la mayoría de los Estados indoamericanos indiscutida supremacía y prevalencia. Por eso, la ostentosa autonomía de nuestras repúblicas es sólo aparente. Súbditas económicas de los grandes imperialismos, son ellos los que controlan nuestra producción, cotizan nuestra moneda, imponen precios a nuestros productos, regentan nuestras finanzas, racionalizan nuestro trabajo y regulan nuestras tablas de salarios.” (AA, 17-18)
En opinión de Víctor Raúl, al ser el imperialismo norteamericano un fenómeno expansivo típicamente capitalista, deviene inmerso en la cuestión “grande e ineludible de la lucha de clases”:
“Si el imperialismo yanqui es de recia médula capitalista, el problema queda involucrado dentro del otro grande e ineludible de la lucha de clases, que tanto preocupa al mundo actual.” (PEAL, 14)
Esta aseveración fue confirmada por Víctor Raúl en Por la emancipación de América Latina: “Contemplando el problema (del imperialismo) desde el punto de vista económico, tenemos que aceptar que se trata de una cuestión de clases.” (PEAL, 75)
Siendo América Latina una región dominada por el imperialismo y subdesarrollada, el dilema al que se enfrenta radicaría en cómo romper la dependencia del imperialismo y, simultáneamente, superar su secular atraso:
“Tenemos, pues, planteado en Indoamérica un problema esencial que siendo básicamente económico es social y es político: la dominación de nuestros pueblos por el imperialismo extranjero y la necesidad de emanciparlos de ese yugo sin comprometer su evolución ni retardar su progreso.” (AA, 19)
Por este motivo, la primera gran tarea de Indoamérica es independizarse de la dominación extranjera a través del impulso de la vida económica nacional: “Nuestros pueblos deben emanciparse del imperialismo, cualquiera que sea su bandera.” (AA, 25)
Debería afrontarse, pues, la defensa de nuestra soberanía: “Nuestra primera tarea política es, consecuentemente, la tarea de defender nuestra soberanía.” (AA, 124)
Para Víctor Raúl, la liberación latinoamericana tendría un carácter revolucionario:
“Si están contra el imperialismo, entonces están con la revolución. Imperialismo es capitalismo y capitalismo imperialista es agresión, conquista, sujeción. Antimperialismo es anticapitalismo, y anticapitalismo es revolución, socialismo, levantamiento de los oprimidos contra los opresores, de los explotados contra los explotadores.” (IIIRS, 360)
De otro lado, en tanto la penetración y dominio imperialista en América Latina se ven facilitados por la desunión regional, se hace imprescindible acometer la tarea de su integración política y económica, difícil responsabilidad que recaerá en los hombros de las clases explotadas:
“La unión o confederación de nuestra América es un imperativo revolucionario del más puro carácter económico. No podrá realizarse por los Estados actuales, por las clases dominantes pertenecientes a la internacional del capitalismo. Tendrá que ser obra de la acción conjunta de los pueblos, de las clases oprimidas, en defensa de la opresión de fuera y dentro.” (PEAL, 15)
Sin embargo, adelantándose a los resultados de algunos intentos integradores, Víctor Raúl percibiría que la unión podría convertirse en instrumento de progreso o retraso:
“La Federación no es buena ni mala en sí. Es un instrumento político que puede ser, como todos los instrumentos, medio de progreso o de retraso. Usando el léxico conveniente al problema de que tratamos, diremos que la Federación Latinoamericana puede ser arma de liberación o de opresión para nuestros pueblos.” (ADVI, 314)
De ahí la necesidad de la captura del poder por las clases explotadas. La instalación de gobiernos de nuevo tipo sería el único medio de asegurar que la integración no se convierta en mecanismo de opresión:
“Como la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos tienen muy fuertes vínculos de compromiso con los Estados Unidos, sólo gobiernos emanados del pueblo o nuevos gobiernos, podrán acometer la gran empresa. De no ser así, los Estados Unidos Latinoamericanos serán, como los dominios del Imperio Británico, entidades componentes de una Federación Colonial.” (ADVI, 315)
Aportando opiniones sobre el tema y vinculándolo con la presencia opresora del Estado, Víctor Raúl concluiría que la acción antimperialista sería, simultáneamente, lucha política, lucha de clase y lucha de partido:
“El imperialismo es un hecho económico, y las raíces de ese hecho económico descansan en el sistema capitalista. Ahora bien, la fuerza del sistema capitalista es el Estado, instrumento de opresión de una clase sobre otra. Necesitamos derribar ese instrumento de opresión, fuerza del capitalismo y, por ende, del imperialismo. Y derribar el Estado, es decir, el instrumento de opresión de una clase sobre otra, es derribar la clase misma que usa de ese instrumento. Derribar a esa clase, que es la clase explotadora, impone reemplazarla en la función política por la clase explotada. Consecuentemente, nuestra lucha antimperialista es lucha política, lucha de clase y es lucha de partido.” (PEAL, 138)
Asumiendo el antiimperialismo de esta manera, el aprismo quedaría ubicado en el campo de la izquierda política: “Nosotros no somos antimperialistas porque somos de izquierda sino que somos de izquierda porque somos antimperialistas.” (SLA, 39)
La lucha de clases
La teoría aprista es marxista porque defiende la validez del principio de la lucha de clases, consecuencia de su aceptación del materialismo histórico: “El término lucha de clases corresponde, en mi opinión, a una realidad histórica. Todos los que, en una forma u otra, aceptamos la escuela filosófica del materialismo histórico, creemos que la lucha de clases existe.” (PHT, 310-311)
El APRA acepta la división de la sociedad en grupos antagónicos que pugnan por sus intereses. La lucha de clases representa la expresión del proceso de la historia: "Nosotros aceptamos marxistamente la división de la sociedad en clases y la lucha de esas clases como expresión del proceso de la historia.” (AA, 152)
Más aún, para la teoría aprista la política es lucha de clases:
“No uso aquí el vocablo política en un sentido estrecho, partidista o burgués; ... llamo política a las luchas de clases por lo mejor, por el progreso, por el paso adelante, considerando como el mejor medio de cumplir este anhelo la fuerza del poder o el poder de la fuerza.” (PEAL, 120)
El enfoque de la lucha de clases fue usado por el aprismo para el análisis de las sociedades latinoamericanas. Al llegar a esta altura de su discurso, Víctor Raúl fue muy explícito al exigir “comprensión exacta de las diversas etapas históricas” de la confrontación clasista y “apreciación realista del momento que ella vive en nuestros pueblos”:
“Sin abandonar el principio clasista como punto de partida de la lucha contra el imperialismo, consideramos cuestión fundamental la comprensión exacta de las diversas etapas históricas de la lucha de clases y la apreciación realista del momento que ella vive en nuestros pueblos. No desconocemos, pues, los antagonismos de clase dentro del conjunto social indoamericano, pero planteamos en primer término la tesis del peligro mayor, que es elemental a toda estrategia defensiva.” (AA, 151)
Evidentemente, el líder aprista estaba pensando en las profundas diferencias estructurales existentes entre las avanzadas sociedades europeas y las retrasadas naciones latinoamericanas, las que agudizadas por la penetración imperialista determinaban que en sociedades como la peruana, la confrontación clasista mayor no fuera aún del tipo burguesía – proletariado. Contemplando nuestro peculiar panorama histórico, Haya de la Torre intuyó que la lucha de clases adquiriría ribetes más complejos, al estar aún por cumplirse la tarea de liberación nacional y al contender entre si, de un lado, un conjunto de clases dominantes entreguistas y coloniales y, de otro, un amplio sector de clases explotadas, patriotas y nacionalistas. Justamente por constituir las últimas la mayoría de la nación, su enfrentamiento con los sectores dominantes no es pugna exclusiva de una clase; por el contrario, es una lucha del pueblo, en el cabal sentido de la palabra. De ahí que Haya de la Torre hubiese entendido que la lucha de pueblos –es decir la batalla del frente único de clases explotadas contra el imperialismo y la explotación interna– es la modalidad específica a través de la cual se manifiesta la lucha de clases en América Latina.
A manera de resumen, se presenta en el Cuadro 2 el esquema ideológico aprista de la lucha de clases.
Las clases dominantes
Las clases dominantes, explotadoras u opresoras de los países latinoamericanos se conforman por la coalición entre el imperialismo y las clases gobernantes.
La lucha de clases, a estar con la ideología aprista, debería dirigirse a derribar el poder de estos grupos:
“Nuestra lucha es contra la clase que, dividida o no, es la que oprime y vende al extranjero el pueblo del Perú. ... Nuestras clases dominantes nos traicionan, nos venden, son nuestros enemigos de dentro. El único camino de los pueblos latinoamericanos que luchan por su libertad es unirse contra esas clases, derribarlas del poder, castigar su traición.” (PEAL 71 y 78)
¿Qué características reúnen las clases dominantes? Serán examinadas a continuación.
La clase imperialista
En la concepción aprista de la lucha de clases, la función de gran burguesía es cumplida por la clase imperialista. En razón a las particulares modalidades de penetración que utiliza, la clase imperialista deviene fracción social “invisible”:
“Consideramos que la clase opresora mayor –la que realmente respalda todo el sistema de explotación refinado y moderno que impera sobre nuestros pueblos– es la que el imperialismo representa. Porque el imperialismo desempeña en ellos la función que la gran burguesía cumple en los países de más alto desarrollo económico. ... Bajo el sistema imperialista, nuestra gran burguesía resulta, pues, una clase invisible.” (AA, 152)
Las clases gobernantes
El componente interno o “cara visible” de los sectores explotadores está constituido por las clases gobernantes.
De acuerdo con Haya de la Torre, los sectores gobernantes se distinguen por tres rasgos básicos. El primero de ellos es su carácter plutocrático, pues detentan el poder los grandes terratenientes –desplazados por Velasco a otras ramas de la economía–; la burguesía comercial y financiera y la incipiente burguesía industrial. La segunda particularidad es su naturaleza oligárquica; los estratos gobernantes son minoritarios dentro de la nación. Finalmente, son clases sometidas al poder extranjero. Su hegemonía política proviene del imperialismo, al cual se encuentran coaligadas en forma subalterna a través de múltiples lazos de dependencia como son la hipoteca o venta de nuestros recursos naturales; la concesión de onerosos empréstitos y otras operaciones de notorio carácter entreguista:
“Contemplando el problema desde el punto de vista económico, tenemos que aceptar que se trata de una cuestión de clases. Si el imperialismo yanqui en América Latina significa el avance de la clase explotadora de los Estados Unidos del Norte sobre nuestro suelo, las clases explotadoras de nuestros países tienen que ser aliadas y cómplices del imperialismo. Más aún, las clases explotadoras latinoamericanas, ante la disyuntiva de desaparecer o someterse, se convierten en tributarias del imperialismo.” (PEAL, 75)
No obstante, el APRA podría aprovechar a favor de su causa el surgimiento de cualquier conflicto entre el imperialismo y la burguesía nacional que torne transitoriamente antimperialista a ésta:
“Así como hay clases sociales permanentemente atacadas y explotadas por el avance imperialista, las hay que son sus víctimas temporales. Una gran parte de nuestra burguesía en formación presenta ese carácter. Por eso, el APRA puede aliarse con ellas en un frente transitorio, mientras sea necesario sumar sus esfuerzos a la defensa común.” (AA, 132)
La finalidad de esta conjunción temporal sería una sola: debilitar al enemigo imperialista, “embotar sus armas”:
“Es falso, absolutamente falso que el APRA prescinda de la burguesía en la lucha contra el imperialismo. Se propone, por el contrario, utilizar en favor de la causa que propugna toda desavenencia surgida entre el capitalismo nacional y el capitalismo norteamericano. Está lista para actuar en todo conflicto que se produzca entre el imperialismo yanqui y la burguesía criolla para debilitar al enemigo máximo, para embotar sus armas.” (AA, 133)
Sin embargo, debe quedar claro que por ninguna circunstancia el APRA podrá aceptar la participación de la burguesía nacional en el frente único antimperialista:
“(El APRA) procurará por todos los medios lícitos que la burguesía nacional sirva a los fines que ella persigue, pero no cree lógico formar un frente único con esa burguesía, ni constituir organismos para la dirección de la lucha en que esté representada esta clase, para prodigar sus fuerzas, luego en tratar de adquirir por medio del engaño y de la intriga subterránea la dirección efectiva de esos organismos.” (AA, 133)
Con este fin, deberían especificarse con exactitud las condiciones de los eventuales contactos que pudieran hacerse con la burguesía nacional:
“El APRA aconseja un procedimiento racional. Crea organismos homogéneos de fuerza contrarios al imperialismo, da por base a su esfuerzo el reconocimiento de la lucha de clases, reúne bajo sus banderas a todos los explotados y celebra con las fuerzas burguesas –transitoriamente antimperialistas– convenios transitorios, sin confundirse con ellas, precisando en cada caso el alcance del pacto, su duración y su objetivo. Ni engaña al burgués, ni facilita a éste el conocimiento de sus secretos, de su disciplina, de sus agentes. Tal práctica tiene una ventaja: evita que el burgués se acostumbre a unirse.” (AA, 133)
Haya de la Torre precisó la tesis con un mensaje aleccionador: no debería olvidarse que en un burgués transitoriamente antimperialista aflorará finalmente su condición burguesa. La posición de la burguesía en la lucha de clases será la de un adversario del frente único de clases explotadas. Por tanto, la burguesía no podría tener cabida en el Frente Único, esto es, en el APRA. Mucho menos se le podría conceder algún grado de hegemonía en el gobierno del nuevo estado antiimperialista:
“En Cuba, cuando el colono reclame al hacendado yanqui siete arrobas de azúcar en lugar de seis, el APRA pondrá todas sus fuerzas a la disposición del colono, pero en modo alguno le dará entrada en su organización. El colono es, también, enemigo del yanqui, pero de manera transitoria. Es también enemigo del APRA y se enfrentará contra ella cuando el yanqui satisfaga su demanda. Es más, en cualquier instante de la lucha e inevitablemente después de ella será aliado del imperialismo.” (AA, 133-134)
Las clases explotadasEl poder de las clases gobernantes y el imperialismo debe ser suprimido. En su lugar, debe erigirse la hegemonía de las clases explotadas:
“Si suponemos que nuestros pueblos despiertan a nuestro llamado y comprenden que las clases que hoy gobiernan son cómplices del imperialismo y traidoras de sus propios países, entonces se produciría el movimiento popular antimperialista en su doble acción contra las clases gobernantes criollas y contra el imperialismo propiamente dicho.” (PEAL, 104)
En la concepción aprista, los grupos sociales oprimidos por el imperialismo y la explotación pre-capitalista son los productores (es decir, el campesinado y el proletariado) y las clases medias pobres. Son éstos los sectores que deben conformar el frente único de clases, afrontar la lucha antiimperialista y encaminar al país por la senda del desarrollo autónomo:
“La tarea histórica de un partido antimperialista consiste, en primer término, en afirmar la soberanía nacional librándose de los opresores de la nación y capturando el poder, para cumplir su propósito libertador.” (AA, 104)
Precisamente, el APRA fue definida por Víctor Raúl como la vertebración de la lucha antiimperialista en América Latina, por medio de un frente único internacional de trabajadores manuales e intelectuales que agrupa a obreros, estudiantes, campesinos, intelectuales y clases medias pobres en torno a un programa común de acción política. (AA, 73)
Contra el atraso y el imperialismo el APRA planteó su programa máximo, el cual consta de cinco puntos generales, los mismos que sirvieron de base para la elaboración del programa mínimo del Partido Aprista Peruano. El programa máximo del APRA se formuló como el único medio efectivo de combatir al imperialismo y superar el estado de dominación y dependencia que éste determina. Es así como para concertar la lucha internacional contra el imperialismo en América Latina, se proclamó como primer punto la acción contra el imperialismo. En segundo lugar, como el imperialismo no puede ser afrontado sin una política de unidad latinoamericana, fue preciso reivindicar la lucha por la integración política y económica de Indoamérica. En tercer término, se acordó la necesidad de alterar sustancialmente las relaciones de propiedad existentes, para lo cual era preciso nacionalizar progresivamente la tierra y la industria, medio éste considerado como indispensable en la lucha contra el imperialismo. A renglón seguido se concluyó que la unión política y económica de Indoamérica requería de la interamericanización del Canal de Panamá y finalmente se proclamó la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo. (AA, 73-81)
En el Perú la expresión política de esta alianza es el Partido Aprista Peruano: “El Partido Aprista Peruano es el partido de los trabajadores de ciudad y campo, de las clases medias pobres y de nuestra gran raza indígena, olvidada y esclavizada.” (CA, 45)
La realidad de la lucha de clases obliga al frente único a pensar y actuar en función de su victoria sobre las clases explotadoras:
“Fundamentalmente, lo que nosotros todos perseguimos es la victoria de las clases explotadas sobre los explotadores. Siendo éstos todavía muy poderosos, la cuestión primordial para todo revolucionario está en descubrir los mejores medios, a fin de debilitar a los opresores, asegurando el triunfo de los oprimidos. Esto es, evidentemente, el problema universal que plantea la lucha de clases.” (PHT, 259)
Una vez capturado el poder por las fuerzas antimperialistas, el nuevo Estado otorgará preeminencia a las clases integrantes del frente único tal cual existía al interior del Partido, es decir, en función de su grado de explotación y del rol diferenciado que la Historia tiene establecido para ellas en el tránsito hacia el total capitalismo de estado:
“Nuestros países feudales, al emanciparse, tienen que dar preeminencia a la clase campesina, a la clase productora de la tierra planteando en primer término su reivindicación. Luego a la clase obrera industrial y a la clase media. Es claro que si invirtiéramos este orden, caeríamos de nuevo en el estado burgués, rueda de la máquina imperialista.” (AA, 177)
Víctor Raúl insistiría mucho en la cuestión de la hegemonía política al interior del movimiento antimperialista. Por ejemplo, recordaría que “no puede invertirse el orden de la representación de las clases en el Partido primero y después en el Estado.” (AA, 177)
Se examinará a continuación las principales características de cada una de las clases explotadas.
Las clases productoras
En la terminología hayista, las clases productoras son el campesinado y el proletariado, es decir, los sectores mayoritarios de la nación. Por consiguiente, sus intereses son los que primarán dentro del estado antiimperialista:
“Nosotros creemos que es preciso batallar hasta el fin por la libertad de las clases productoras, porque sabemos que su liberación será la liberación definitiva de nuestros pueblos.” (AA, 135)
El campesinado
La primera clase productora en América Latina es el campesinado. Ésta es una clase numerosa y mayoritaria, mantenida secularmente en la incultura y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico, su trabajo es escasamente productivo, en razón a la incipiente incorporación de progreso técnico en el sector rural:
“La clase campesina, que constituye la gran mayoría trabajadora del país, es también, en razón directa con las formas primitivas, feudales o semifeudales de producción agrícola, clase sin cultura general o técnica.” (PA, 108)
El grado superlativo de explotación y abandono en que se encuentra el indio-campesino impone su reivindicación por la vía de la revolución social:
“Como el indio no podrá salir de su situación actual por un movimiento evolutivo, porque la violencia que impera sobre él y la esclavitud en que vive no le permitiría jamás ejercer ningún derecho, creo en la revolución.” (PEAL, 85)
El proletariado
El proletariado es la segunda clase productora de la nación. Es ésta una clase naciente y minoritaria, consecuencia del incipiente desarrollo industrial de la nación. No sólo no ha desarrollado aún conciencia de clase sino que se encuentra “fascinada” por percibir mejores salarios que los vigentes en otras ramas de la economía, retrasadas respecto al avance industrial:
“El proletariado industrial que va formando, (el imperialismo) es, pues, una clase nueva, joven, débil, fascinada por ventajas inmediatas, cuya conciencia colectiva sólo aparece al confrontar más tarde el rigor implacable de la explotación dentro del nuevo sistema.” (AA, 100)
Haya de la Torre entendió que el proletariado adquirirá, finalmente, cabal conciencia de clase. Empero, tal proceso tomará un tiempo prolongado:
“La existencia de una clase social no supone, y Marx lo expresa bien claro, que esa clase esté lista para gobernar. Primero debe existir la conciencia de clase que no se genera sino a través de una larga educación y experiencia histórica.” (PCPA, 456)
Las clases medias
En la formación social latinoamericana, las clases medias constituyen otro sector subyugado por el imperialismo. Haya de la Torre comprendió en la mesocracia a los empleados, la intelectualidad, los profesionales liberales, los pequeños empresarios y los artesanos.
Víctor Raúl explicó las razones por las cuales las clases medias deberían sumarse al frente único antiimperialista. En primer lugar están las causas económicas: el imperialismo explota a todos sus trabajadores por igual, sean obreros, auxiliares de oficina o empleados del almacén; cobra el servicio de sus onerosos préstamos al Estado y éste, mediante la imposición indirecta, lo extrae de los bolsillos populares; explota al consumidor a través de los precios altos o elevadas tarifas de las mercancías y servicios que vende.
En segundo término, destacó que dentro de las clases medias se encuentra la inteligencia necesaria para administrar el aparato del nuevo estado y suplir las temporales carencias del dominio técnico de las clases productoras:
“(El aprismo) demanda que el estado represente a las clases productoras. Como éstas no pueden ejercer el dominio estatal completamente por falta de preparación para el gobierno, entre las campesinas, y en las obreras por falta de número y de conciencia clasista también, –condición típica de nuestro incipiente desarrollo económico– en el dominio del estado deben participar las clases medias campesinas y urbanas –pequeños propietarios, artesanos, pequeños comerciantes, intelectuales, etc.– constituyendo un frente único de las clases oprimidas por el imperialismo.” (IAA, 156)
Y en El Antimperialismo y el APRA añadió:
“La ignorancia predominante en nuestras clases trabajadoras, determinada por el carácter feudal de nuestros grupos sociales, y la inminencia del peligro imperialista, que exige la defensa inmediata, nos impone usar de todos los elementos de lucha y con ellos las armas del pensamiento de que hablaba France. Así, el papel de las clases medias dentro del Estado Antimperialista deviene indispensable como rol cooperador. (...) Dentro de la disciplina ideológica del Partido, estrictamente controlada por el carácter económico bien claro de su programa, las clases medias nos ofrecerán pues, su colaboración técnica en todo orden. Esa colaboración es necesaria y debemos buscarla para defender el carácter económico del movimiento antimperialista, no limitándolo a la faz negativa y efímera de derribar al enemigo, ya que nuestro primordial objetivo debe ser la reorganización eficiente e integral de la producción.” (AA, 181)
En tercer lugar, Víctor Raúl recordó que las clases medias supervivirán en la estructura social mucho tiempo después de iniciada la revolución. Ésta será otra razón que apoyará buscar su cooperación al proceso de cambio:
“Históricamente (las clases medias) están llamadas a desaparecer como lo demuestra Marx en el Manifiesto Comunista. Pero su desaparición no es obra de un día, de un mes o de un año. Las clases medias subsisten por mucho tiempo después de la revolución. Es lógico que en vez de ponérselas al frente se les capte, se les reduzca, se les domine, se les utilice.” (PHT, 266)
Finalmente, Haya de la Torre aportaría una razón táctica: debe evitarse que las clases medias se conviertan en instrumentos de la reacción:
“Las clases medias deben ser captadas por la revolución. Deben ser convertidas en elementos de ayuda y no de reacción. Deben ser controladas y puestas al servicio de la obra revolucionaria. (...) La táctica realista de nuestro partido es utilizar a las clases medias al servicio de la causa de la revolución proletaria y campesina.” (PHT, 266)
Esta peligrosa posibilidad se vería facilitada por el apoliticismo demostrado por los estratos medios:
“La clase media, la gran mayoría de los intelectuales, en términos europeos, la pequeña burguesía, está situada en el plano egoísta de la indiferencia política, por interés y por miedo.” (PEAL, 47)
De los argumentos expuestos, Haya de la Torre coligió la necesidad de contar con las clases medias como colaboradoras dentro del frente único antiimperialista. En el desempeño de este rol, los sectores mesocráticos obtendrían ciertos lógicos beneficios:
“Como colaboradoras del Estado Antimperialista devienen temporal y relativamente clases cooperantes y, por ende, favorecidas.” (AA, 180)
Sin embargo, nótese que el papel mesocrático de apoyo al nuevo Estado sólo es temporal, “mientras se realiza la evolución al total capitalismo de estado” (AA, 180). Así lo planteó Manuel Seoane, en el debate constitucional de 1931:
“Los obreros de las clases medias, los pequeños propietarios, los pequeños comerciantes que están dentro del Partido Aprista saben perfectamente que el Partido Aprista les va a garantizar su existencia en esta etapa histórica, así como saben que, en etapas posteriores, cuya iniciación no se puede predecir, el Partido Aprista procurará la realización gradual del programa socialista.” (Seoane 1984, 134)
Asimismo, las clases medias jugarían un papel subordinado, en tanto su accionar estará sometido al control de las clases mayoritarias y hegemónicas del estado antimperialista, es decir, el campesinado y el proletariado: “Las clases medias ayudarán así necesariamente a la producción y a la circulación de la riqueza bajo el férreo contralor del Estado antimperialista.” (AA, 179)
Es más, dentro del nuevo estado las clases medias verían coartadas sus libertades económicas (AA, 170). Inclusive, tendrían que sufrir un proceso de reeducación económica:
“Un bien entendido y enérgico programa estatal de orientación económica y una organizada difusión del cooperativismo como factor coadyuvante decisivo, como queda dicho, plantearán las bases de una mejor contribución de las clases medias progresivamente educadas dentro de las direcciones económicas del nuevo sistema.” (AA, 181)
El uso de la violencia
En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels explicaron el rol primordial de la violencia en el derrocamiento de todo orden social. En otra muestra de su procedencia marxista, la teoría aprista aceptó la posibilidad de acudir al uso de la violencia revolucionaria. Desde sus primeros escritos, Haya de la Torre demostró no desconocer ni tener antipatía alguna en contra de la posibilidad de tomar el poder por la vía armada. Por ejemplo, en 1924 expresó: “La revolución social se hace con el arma al hombro.” (PEAL, 37)
Al año siguiente, pensando en resolver la explotación de la cual es víctima el indio peruano, Víctor Raúl afirmó: “Contra eso no cabe más que la violencia.” (PEAL, 86)
Al considerar la dominación imperialista de nuestros países, Haya de la Torre ponderó el papel jugado por la violencia de los explotadores extranjeros:
“El problema primario de nuestros países es, pues, el problema de la libertad nacional amenazada por el imperialismo que impedirá por la violencia todo intento político o social de transformación que, a juicio del imperio yanqui, afecte sus intereses.” (AA, 122)
Por ese motivo, Víctor Raúl fue explícito en Sentido de la lucha antimperialista, artículo publicado en Amauta: “El imperialismo sólo puede ser arrojado por las armas.” (SLA, 39)
Sin embargo, no sería sino hasta 1928 cuando Haya de la Torre reconoció explícitamente el uso de la violencia como un fenómeno totalmente inherente a la lucha de clases:
“Dentro de toda sociedad las clases y sus sistemas evolucionan, negándose mutuamente. De la pugna florece la nueva sociedad, fruto de la violencia. La solución de los contrarios es la revolución.” (IAA, 163)
Eventualmente, y en función de su particular estrategia política y de la imposibilidad de recurrir a la vía electoral, el frente único de clases podría usar la violencia revolucionaria para acceder al poder:
“Por la tiranía, por la segura coalición de nuestros enemigos, por la absoluta imposibilidad de desarrollar en el Perú una acción evolutiva y de comicios, tendremos que organizar una fuerza revolucionaria activa. Contra la violencia habrá que organizar la violencia. Nunca la violencia anárquica, loca y demagógica, sino la violencia preparada, orientada, quirúrgica. Para librar a un hombre aprisionado entre garfios, no hay más que romperlos. El cuento está en dar los golpes al hierro y no a las carnes de la víctima. Y para eso se necesita ser buen herrero.” (PEAL, 88)
Nótese que en el anterior texto, a pesar de aceptarse la posibilidad de la insurrección, Víctor Raúl proscribió utilizar modalidades de violencia demencial o irracional. En Política Aprista aclaró aún más su pensamiento:
“En ese sentido, sin eludir la posibilidad de que toda revolución pueda implicar o no violencia en un sentido físico o moral, el aprismo es revolucionario. Pero negamos el absurdo principio de la violencia por la violencia o el simplismo de la revolución sólo para tener el poder.” (PA, 97)
El no desdeñar el uso de las armas explica porqué en El antimperialismo y el APRA el frente único puede devenir en fuerza militar y ejército defensivo de la liberación nacional:
“El imperialismo atacará, directa o indirectamente, pero atacará puesto que en cualquier país de nuestra América donde pierda la influencia política perderá el imperio económico. Como en Nicaragua, como en Haití, como en Santo Domingo, etc., el imperialismo atacará. El APRA, en tal caso, dirigirá, quizás, el frente único nacional hacia los campos de guerra, y entonces, las palabras que Sandino lanza hoy al mundo, las repetiremos todos en nombre de nuestra nación amenazada: Yo no soy liberal ni conservador; sólo soy defensor de la soberanía de mi país. El frente único en tal caso sería político y militar, devendría nacional. La lucha cobraría caracteres más violentos, pero sería otro aspecto de la misma lucha contra el mismo enemigo. Y para esa lucha, mientras el enemigo exista, el frente único, ya como partido, ya como ejército, será indispensable.” (AA, 108)
El APRA, en opinión de Haya de la Torre, dio muestras plausibles de acción militar directa en la lucha sandinista contra el imperialismo norteamericano:
“Queremos que nuestra generación sea una generación de acción. Dejemos la discusión exclusiva de teorías, tesis y doctrinas a los gordos profesionales de la revolución que gustan de teorizaciones, pros y contras, peros y sin embargos, que intercalan y acomodan, arman y desarman, como las viejas que juegan solitarios de cartas mientras les llega la hora de morir. Nosotros queremos menos teorizaciones y más acción. Por eso el APRA, mientras muchos organismos y centros del jacobinismo antimperialista de la vieja guardia se han limitado a gritar manos afuera de Nicaragua, o a fundar comités y a enviar gasas y yodo, nosotros hemos planteado la organización de una Legión y a estas horas venciendo mil y mil dificultades, los primeros enviados del APRA ya están luchando pecho a pecho contra los yanquis, en las filas de Sandino. Y todos, uno por uno de nosotros, llegaremos al lado del héroe tan pronto como él lo ordene. Desde hace más de un mes los desterrados peruanos primero y el APRA toda, después, hemos ofrecido nuestros servicios al pueblo de Nicaragua. Y lo hemos hecho por cumplir nuestra consigna de acción, de realismo. Ante la cuestión de Nicaragua, no hay mas que una sola posibilidad, ayudarle con brazos y armas.” (ADVI, 331-332)
La experiencia histórica permite comprobar que la práctica aprista hasta 1948 creyó en la posibilidad de éxito de la vía insurreccional. Las principales pruebas del uso de esta táctica se pueden apreciar en la creación del Ejército Nacionalista Libertador (1928); las sublevaciones de Trujillo y Huaraz (1932); los levantamientos de El Agustino, Huancayo, Ayacucho y Huancavelica (1934); la insurrección de Cajamarca (1935) y el levantamiento del Callao, el 3 de octubre de 1948.
La inspiración leninista
Una importante fuente de inspiración marxista para el aprismo –en especial en lo que respecta al diseño creativo de su propuesta programática– estuvo constituida por Lenin y la revolución soviética.
Posiblemente, el primero que notó la influencia de Lenin sobre Víctor Raúl fue Palmiro Machiavello, socialista, amigo de Mariátegui y cónsul en Génova durante los años veinte. En una carta al Amauta, fechada en esa ciudad el 14 de abril de 1927, el diplomático peruano opinaba sobre Haya de la Torre: “Para mí, además de estar padeciendo aún de super-rusismo, Haya quiere ser un Lenin spinto (extremado), Lenin a su modo tal vez, pero spintissimo (muy extremado).” (Mariátegui 1984, 268)
¿A qué se refería Machiavello? La respuesta no es muy complicada. En 1924, Haya de la Torre visitó Rusia en lo que significó para él “una aleccionadora experiencia personal comprobatoria” (P, XXIX), cuyos resultados se pueden leer en El antimperialismo y el APRA, especialmente en sus capítulos segundo y tercero. Para Víctor Raúl, Rusia ofreció al mundo “el primer caso de liberación económica antimperialista de la historia contemporánea, con todas las características de una auténtica revolución social y nacional.” (AA, 112)
Añadió que la enseñanza de la moderna Rusia consistía en que “el país se había liberado del imperialismo por la nacionalización de la industria, por el monopolio estatal del comercio y por el contralor del ingreso de capitales extranjeros.” (AA, 112)
Por otro lado, es esencial advertir que Haya de la Torre no pensaba que Rusia fuera socialista en 1928. Más bien, iba “hacia el socialismo” (AA, 111): “día llegará en que el socialismo impere en Rusia” (AA, 112). Mientras tanto, durante la transición, sería necesario “un largo proceso de capitalismo de Estado que suprima, progresivamente, la NEP y cumpla la misión histórica de industrializar el país.” (AA, 112)
Además, Haya comprendió que para llevar adelante su tarea revolucionaria, Lenin y sus camaradas tuvieron que efectuar la interpretación marxista de la realidad rusa y sobretodo, “comprender bien el imperativo nacional de su gran revolución” (AA, 112). Por esa razón, “el Partido Socialista Ruso debió emanciparse de la Segunda Internacional y tomar un nombre de su propia lengua –Bolchevismo–.” (AA, 112)
Ésta, en resumen, fue la comprensión hayista del fenómeno soviético. Empero, para aplicar la experiencia en forma útil a los esfuerzos de liberación nacional latinoamericana, ésta debería ser asumida creativamente.
“Dentro del marxismo”, Lenin y el bolchevismo habían verificado en Rusia análoga tarea histórica a la que Víctor Raúl y el aprismo deberían ejecutar en el Perú y América Latina. Por tanto, la labor aprista proyectada por Haya en El antimperialismo y el APRA consistiría en vencer en la lucha antimperialista por la liberación nacional; implantar el capitalismo de Estado; nacionalizar la industria; controlar el ingreso de los capitales extranjeros; industrializar el país; en suma, llevar adelante la revolución social.
Cabe entonces preguntarse, si éstas eran precisamente las tareas leninistas, ¿por qué Víctor Raúl nunca se declaró leninista? La respuesta es contundente: las diferencias “profundas y numerosas” entre la realidad rusa y la peruana obligaban a comprender el hecho histórico revolucionario, aprovechar la experiencia y “afirmar realistamente la teoría y la práctica revolucionaria en la dialéctica de los hechos.” (AA, 113)
El aprismo, por “comprender bien el imperativo nacional de su gran revolución” debería emanciparse de una Tercera Internacional dogmatizada, que anteponía la defensa de la Unión Soviética a cualquier tarea de emancipación nacional latinoamericana y que no comprendió a tiempo la inviabilidad de un partido exclusivamente proletario en Indoamérica. Por eso también, el movimiento latinoamericano debería adoptar un nombre de su propia lengua: aprismo.
Debe notarse que detrás de la formal exigencia semántica subyace un profundo mensaje: “Un partido antimperialista indoamericano con sentido de nuestra realidad social no puede ser (...) un partido de remedo o calco europeo. Y menos todavía un partido sometido a dirección extranjera.” (AA, 99)
Obras citadas
Víctor Raúl Haya de la Torre
Con la excepción del artículo Sentido de la lucha antimperialista (SLA), aparecido en la revista Amauta (No. 8, Lima, abril de 1927), los textos de Haya de la Torre citados en el presente capítulo están incluidos en la segunda edición de sus Obras completas (en siete volúmenes), publicadas por la Librería-Editorial Juan Mejía Baca (Lima, 1984). Se ha utilizado la clave siguiente para identificarlos con mayor facilidad:
AA: El antimperialismo y el APRA, Volumen 4.
ADVI: ¿A donde va Indoamérica?, Volumen 2.
CA: Construyendo el aprismo, Volumen 2.
CAPA: Cartas a los prisioneros apristas, Volumen 7.
DI: Discursos I, Volumen 5.
IAA: Ideario y acción aprista, Volumen 1.
IIIRS: Impresiones de la Inglaterra imperialista y la Rusia soviética, Volumen 2.
P: Preliminares, Volumen 1.
PA: Política aprista, Volumen 5.
PEAL: Por la emancipación de América Latina, Volumen 1.
PCPA: Pensamientos de crítica, polémica y acción, Volumen 2.
PHT: El proceso Haya de la Torre, Volumen 5.
TM Testimonios y mensajes, Volumen 1.
Otros autores
Barba Caballero, José. 1982. Aprismo o marxismo. Lima: Editorial Universo, S. A.
Congreso Constituyente. 1932. Diario de los debates. Volumen I. Lima: Empresa Editora La Opinión, S. A.
Mariátegui, José Carlos. 1984. Correspondencia. Volumen I. Lima: Empresa Editora Amauta, S. A.
Marx, Carlos. 1975. El capital. Volumen I. México: Fondo de Cultura Económica.
Sánchez, Luis Alberto. 1978. Tres ensayos polémicos. Lima: Editorial Galaxia.
Seoane, Manuel. 1984. Izquierda aprista. Lima: Okura Editores, S. A.
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