Bruselas exige cesiones de soberanía fiscal a Grecia para el rescate
El tamaño del agujero de la deuda siembra dudas sobre la efectividad del apoyo financiero de al menos 130.000 millones para evitar la bancarrota
“Hay acuerdo sobre el 90%”. El ministro español de Economía, Luis de Guindos, afirmó a su entrada a la reunión del Eurogrupo (la decisiva cumbre de ministros de Economía que decidirá el futuro de Grecia, que es de alguna manera el de toda la eurozona) que el pacto político sobre Grecia está cerca. Atenas ha accedido a todas y cada una de las medidas de ajuste para activar un segundo plan de ayudas de al menos 130.000 millones de euros, imprescindible para evitar una suspensión de pagos caótica. Despedirá a 15.000 funcionarios, ha rebajado el salario mínimo y las pensiones y ha recortado gasto de todo tipo para desencallar esa negociación. Y aun así, sobre la una de la madrugada seguían las negociaciones sobre ese 10% que continúa en el alero. No son aspectos menores: se trata de las exigencias de la eurozona para que Grecia sacrifique parte de su soberanía fiscal a cambio del dinero, y del tamaño del agujero griego, que siembra dudas sobre la efectividad del rescate.
Reclamar ese sacrificio de soberanía fiscal se ve como algo imprescindible fuera de Grecia, pero en Atenas es una especie de humillación. Alemania ha sido clara en los últimos días: quiere una cesión de soberanía fiscal en toda regla y en varios ámbitos. Hace unas semanas se filtró que Berlín reclamaba un comisario fiscal en Atenas que guardara el dinero bajo siete llaves. Se da por hecho que la eurozona va a exigir una cuenta bloqueada para que el Ejecutivo de Lukas Papademos (que adelantó su viaje a Bruselas para negociar precisamente este tipo de controvertidas decisiones) satisfaga los intereses de su deuda y los vencimientos de los bonos antes de emplear el dinero en otros pagos.
El ministro holandés, Jan Kees de Jager, fue uno de los más explícitos al explicar que la clave del acuerdo serán los mecanismos de control sobre Atenas, que en los dos últimos años ha incumplido muchas de las promesas que hizo a sus socios para obtener crédito.
En el peor de los casos, incluso con el segundo rescate aprobado, los efectos de la recesión en Grecia podrían ser devastadores: los recortes agravan la caída del PIB y eso impide rebajar la deuda hasta los niveles que a día de hoy se consideran sostenibles. En otras palabras: el verdadero tamaño del agujero griego siembra incertidumbres sobre la efectividad del rescate. Los socios europeos temen que todo el dinero destinado a ayudar a Grecia no sirva para nada.
Los mercados vislumbraron el lunes un acuerdo: el euro se revalorizó hasta los 1,32 dólares, las Bolsas subieron con fuerza y la deuda reflejaba tranquilidad, con descensos de las primas de riesgo. Y sin embargo, por delante queda un examen tras otro: además del rescate, Grecia debe cerrar ese acuerdo con la banca para la reestructuración voluntaria de su deuda; algunos Parlamentos deben aprobar las ayudas (con especial atención a Finlandia y Alemania, esta semana y la próxima), y antes de fin de mes hay reunión de ministros de Finanzas del G-20 (con Europa de nuevo en la agenda), además de una cumbre europea en apenas 10 días. Un auténtico maratón.
Reclamar ese sacrificio de soberanía fiscal se ve como algo imprescindible fuera de Grecia, pero en Atenas es una especie de humillación. Alemania ha sido clara en los últimos días: quiere una cesión de soberanía fiscal en toda regla y en varios ámbitos. Hace unas semanas se filtró que Berlín reclamaba un comisario fiscal en Atenas que guardara el dinero bajo siete llaves. Se da por hecho que la eurozona va a exigir una cuenta bloqueada para que el Ejecutivo de Lukas Papademos (que adelantó su viaje a Bruselas para negociar precisamente este tipo de controvertidas decisiones) satisfaga los intereses de su deuda y los vencimientos de los bonos antes de emplear el dinero en otros pagos.
El ministro holandés, Jan Kees de Jager, fue uno de los más explícitos al explicar que la clave del acuerdo serán los mecanismos de control sobre Atenas, que en los dos últimos años ha incumplido muchas de las promesas que hizo a sus socios para obtener crédito.
Presencia permanente
Para De Jager, más allá de los recortes aprobados la semana pasada, “hay que ver cómo convierte el Gobierno griego las medidas en leyes” durante las dos próximas semanas. Para ello, abogó por una presencia “permanente” de la troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) en Atenas.Pero no se trata solo de la desconfianza europea en todo lo que tiene que ver con Grecia y sus instituciones: tampoco los números acaban de cuadrar. La solución para que la deuda griega sea “sostenible” a largo plazo (y eso supondría dejar el listón del endeudamiento público en el 120% del PIB en 2020) está siendo esta madrugada uno de los principales escollos para el acuerdo.
Deuda descontrolada
En el peor de los escenarios, a pesar de los 130.000 millones adicionales, la deuda podría alcanzar el 160% del PIB en 2020, muy lejos del objetivo que pondría a Grecia en la senda de la recuperación, en camino de salir del pozo. En ese caso, según un informe que circulaba anoche durante la celebración del Eurogrupo, “una ayuda financiera prolongada podría ser necesaria”. En otras palabras: se necesitaría aún más dinero. El rescate ascendería a 136.000 millones y junto a esos 6.000 millones adicionales sería necesaria también una mayor participación del sector privado en la reestructuración (esto es: que la banca arrime más el hombro) e incluso la participación de los bancos centrales (a través de un canje de bonos) y del Banco Central Europeo en la solución.Los mercados vislumbraron el lunes un acuerdo: el euro se revalorizó hasta los 1,32 dólares, las Bolsas subieron con fuerza y la deuda reflejaba tranquilidad, con descensos de las primas de riesgo. Y sin embargo, por delante queda un examen tras otro: además del rescate, Grecia debe cerrar ese acuerdo con la banca para la reestructuración voluntaria de su deuda; algunos Parlamentos deben aprobar las ayudas (con especial atención a Finlandia y Alemania, esta semana y la próxima), y antes de fin de mes hay reunión de ministros de Finanzas del G-20 (con Europa de nuevo en la agenda), además de una cumbre europea en apenas 10 días. Un auténtico maratón.
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