jueves, 2 de febrero de 2012

 

Revolución y contrarrevolución en Egipto

 
 
La revolución en Egipto demostró una fuerza gigantesca al derrocar a Mubarak. Ahora se abre un capítulo más al cuestionar, de frente, al gobierno militar de turno. Está en jaque el destino del país más populoso del Medio Oriente y la estabilidad de toda la región, lo que incluye a Israel.

Revolución y contrarrevolución se enfrentan en las calles de El Cairo en batallas acompañadas en todo el mundo. La revolución egipcia marcó el inicio del 2011 y fue uno de sus símbolos más importantes. Un momento excepcional de un año excepcional, que nunca será olvidado, por la conjunción final de la crisis económica con el ascenso de masas. La revolución egipcia tiene una base material en las consecuencias sociales de la crisis económica centrada en Europa. Y alimenta los sueños y el ideario de una nueva generación de luchadores en todo el mundo. No por casualidad, la ocupación de la plaza Tahrir se transformó en un ejemplo reproducido en las plazas de todo el mundo, como los "indignados" de Madrid y "Ocuppy Wall Street". Sus resultados tendrán un enorme valor para el rumbo de la economía y la política de todo el planeta.
 
Una revolución en curso

Como todas las grandes revoluciones, la egipcia pone grandes temas en debate para los revolucionarios de todo el mundo. El primero es si es realmente una revolución. Algunos sectores de izquierda aún insisten en clasificar lo que pasa como una "rebelión". Trotsky, en el prólogo de su libro “Historia de la Revolución Rusa” decía: “El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio (…). Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen (...). La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

En Egipto, las masas “irrumpieron violentamente” para “intervenir en los acontecimientos históricos”. Pero, incluso, se fortalecieron en esa primera batalla, cuyo símbolo mayor es la Plaza Tahrir. Y, después de la caída de Mubarak, recurren, sistemáticamente, a la reocupación de la Plaza para luchar por sus reivindicaciones. Mientras esa fuerza no sea anulada, la estabilidad burguesa no retornará a Egipto.
 
El primer paso: una revolución democrática victoriosa
 
Se trata de una revolución en curso. Pero, ¿qué sucedió en la caída de Mubarak? ¿Cayó el gobierno o también el régimen? Y, ¿por qué eso caracteriza a una revolución? La polémica ahora es sobre el carácter de la propia revolución, o de cómo se liga la tarea democrática con la estrategia socialista.

Nahuel Moreno explicaba por qué la caída de las dictaduras militares de Argentina, Bolivia y Perú habían sido revoluciones: “Algunos sostienen que sólo hay revolución cuando el movimiento de masas destruye las Fuerzas Armadas de un Estado o régimen, como ocurrió en Nicaragua. Otros definen que hay revolución cuando cambia el carácter del Estado, o sea, cuando el poder pasa a las manos de otra clase, como sucedió en Rusia de 1917. Finalmente, otros, incluso, aseguran que la revolución se produce cuan­do se expropia a la clase dominante, como se dio, por ejemplo, en Cuba, pero, un año después del triunfo castrista (...).
 
Reformas y revoluciones se producen en todo lo que existe, por lo menos en todo lo que está vivo. ‘Re­forma’, como el nombre lo indica, significa mejorar, adaptar alguna cosa, para que continúe existiendo. Y ‘revolución’ es el fin de lo viejo, y el surgimiento de algo completamente nuevo, diferente (...).
 
Po eso, entre esas revoluciones, ocurren progresos, mejoramientos, o sea, reformas. Como toda de­fi­ni­ción marxista o científica, revolución y reforma son términos relativos al segmento de la realidad que estamos estudiando (...). Para usarlas correctamente, no debemos olvidar su carácter relativo. Revo­lu­ción en relación ¿a qué? Reforma en relación ¿a qué? (...).
 
Si nos referimos a la estructura de la sociedad, las clases sociales, la única revolución posible es la expropiación de la vieja clase dominante por la clase revolucionaria (...). Si nos referimos al Estado, la úni­ca revolución posible es que una clase destruya al Estado de la otra; que la expulse y lo tome en sus ma­nos, construyendo un Estado distinto (...). Sostenemos que la misma ley se aplica en relación a los regímenes políticos”.

Según Moreno, las revoluciones se dan cuando existen dos condiciones. La primera es el surgimiento de crisis revolucionarias, o sea, cuando las instituciones del régimen quedan completamente paralizadas. Cuando el proceso es de reformas no existe eso, por lo tanto, se dan cambios graduales, planeados. La segunda condición es que el régimen anterior desaparece, y lo que aparece posteriormente es “abso­lutamente distinto”.

En Egipto, durante 18 días, las masas ocuparon la Plaza Tahrir, transformándola no sólo en el centro de las luchas contra Mubarak, sino también en un poder alternativo al del gobierno. Allí se centralizaba la lucha, se enviaban columnas de manifestantes para otros lugares, se organizaba la defensa contra los ataques de la policía, cuidaban de los heridos. Un doble poder se impuso.

El gobierno no controlaba más el país. Los toques de queda fueron ignorados por el pueblo. Para tratar de reprimir las manifestaciones, la dictadura recurrió a policías disfrazados de civiles que no impidieron la continuidad de las manifestaciones. Para conseguir quebrar la rebelión sería necesario un baño de sangre, como el ocurrido en China en 1989. Pero, para eso, se necesitaba de un ejército unificado, bajo las órdenes de Mubarak. Y eso no existía. Las Fuerzas Armadas estaban paralizadas por la crisis.

La clase obrera que, hasta entonces, participaba de las luchas disuelta en la población, entró en escena como clase, con una ola de huelgas impresionante, juntando sus reivindicaciones económicas con la lucha por la caída de la dictadura. Comenzando por los obreros del Canal de Suez, abarcando obreros textiles, metalúrgicos, petroleros, se fue ampliando a otras grandes ciudades y, después, a las pequeñas.

El gobierno estaba acorralado. Intentó una última maniobra, con un acuerdo con la oposición burguesa, con una transición (una reforma) manteniendo a Mubarak hasta setiembre. Él mismo hizo ese anuncio por la televisión. La reacción de las masas fue de furia. Quince millones de personas ocuparon las plazas de todo el país. La clase obrera caminaba en dirección a una huelga general.

Existió una crisis revolucionaria en Egipto en esos días, con las huelgas obreras, la movilización unificada alrededor de la Plaza Tahrir, las Fuerzas Armadas paralizadas.

El imperialismo propuso entonces buscar una alternativa por fuera de Mubarak, que había sido apoyado hasta entonces. Entregó la cabeza del dictador para preservar el control de la situación, a través de un gobierno militar que se ubicaba como una “transición para las elecciones en seis meses”. Las masas festejaron la victoria.

El régimen, luego de la caída de Mubarak, fue muy diferente de la dictadura de antes. La diferencia fundamental fue un brusco cambio en la relación de fuerzas, con las masas sintiéndose victoriosas, y queriendo seguir en busca de sus reivindicaciones. El régimen no se define solamente por las instituciones en el poder, sino por la relación entre ellas, por donde pasa realmente el poder.

Antes Mubarak gobernaba como expresión de una dictadura militar. Asesinó a miles de personas e impidió, durante treinta años, cualquier oposición. Ahora, la misma institución -el ejército- para gobernar tenía que apoyarse en la negociación permanente con la oposición, en particular con la Hermandad Musulmana. Y asumía un claro mandato de transición, con el compromiso de realizar elecciones constituyentes y presidenciales en seis meses.

Sin embargo, el elemento de continuidad tuvo una gran importancia. La institución principal continúa siendo el ejército, con altas figuras del gobierno anterior, centralizadas por el Mariscal Hussein Tantawi. Las Fuerzas Armadas, exactamente por su parálisis en la crisis revolucionaria, preservaron su autoridad ante las masas, adquirida en las guerras contra Israel. Con la caída de Mubarak, se mantuvo como el centro de la contrarrevolución, la base de apoyo para el imperialismo y la burguesía egipcia para derrotar a las masas rebeladas.

Pero, el contenido del régimen es distinto de la dictadura de antes. El gobierno militar no podía disponer de la fuerza propia de la dictadura de Mubarak. Tenía que negociar con la oposición burguesa una salida política.

¿Cuál fue el resultado, entonces, de la primera parte de la revolución egipcia? ¿Cayó el régimen (la dictadura militar) junto con Mubarak? ¿O cayó el gobierno de Mubarak y se mantuvo el régimen? ¿Qué es lo que existe hoy: una transición en dirección a un régimen bonapartista con formas democráticas? ¿O va a una democracia burguesa con características bonapartistas?

Aplicando los criterios definidos por Moreno, hubo una revolución democrática victoriosa. Hubo una crisis revolucionaria y el régimen posterior es cualitativamente distinto del anterior.

Pero, una respuesta categórica a esa pregunta, en realidad, sólo será posible cuando la transición se complete, después de las elecciones presidenciales. La fuerza de la revolución egipcia, lo inédito del conjunto de la revolución en Medio Oriente y el norte de Africa, las condiciones especiales de la región por la presencia de Israel, ponen muchos elementos nuevos en la realidad, que exigen paciencia en las caracterizaciones. Las dos hipótesis están en la mesa. La propia realidad nos revelará la respuesta.

¿Reacción democrática en Medio Oriente y el norte de África?
 
Esa es una región en la cual el imperialismo no aplicaba la política de la reacción democrática, o sea, la utilización de la democracia burguesa para la contención del ascenso de las masas. Existe una polarización violenta entre revolución y contrarrevolución en la región, que llevó al imperialismo, hasta ahora, a no utilizar como táctica privilegiada la reacción democrática, como hizo en América Latina. En la región de las mayores reservas de petróleo del mundo, sacudida históricamente por guerras y revoluciones, es fundamental mantener regímenes estables. Por eso, la colonización imperialista apoyó siempre monarquías y dictaduras represoras.

Cuando tuvo que enfrentarse con el nacionalismo burgués, los gobiernos imperialistas reaccionaron con una contraofensiva militar. La expresión más acabada de esa política fue la creación del Estado de Israel, un énclave militar al servicio de la contrarrevolución en toda la región.

La democracia burguesa, sin embargo, ya dio muestras de su servilismo al capital para derrotar ascensos revolucionarios. La realidad posterior a la segunda guerra mundial demostró amplia utilización de la democracia burguesa, que sirvió para períodos de estabilidad como para derrotar ascensos revolucionarios. Fue así en la revolución portuguesa de 1975 y en la revolución nicaragüense de 1979.

Con la crisis de las dictaduras latinoamericanas, en la década del 80, fue la alternativa construida por el capital para volver a estabilizar la región. La democracia burguesa en A. Latina, con todas las crisis, ya subsiste hace 27 años en Brasil, 30 en Argentina, 21 en Chile. Los planes neoliberales fueron aplicados en A. Latina por los regímenes democráticos y no por dictaduras (con excepción del "pionero" Pinochet). Y fue, también, la democracia burguesa la que absorbió a los gobiernos frentepopulistas como Lula, Evo Morales, etc.
Estamos iniciando un nuevo período político que tiene como base la crisis económica internacional más grave desde la depresión del 29. Está comenzando una nueva serie de combinaciones de crisis y ascenso. Vamos tener al frente situaciones y crisis revolucionarias en varios países, y su resolución, sea por la victoria o la derrota de la revolución, puede presentar nuevas relaciones entre democracia y bonapartismo.

El imperialismo puede utilizar tanto el bonapartismo, para enfrentar el ascenso en Europa, como ser obligado a utilizar la democracia burguesa para tratar de derrotar la revolución en Medio Oriente y mantener su control económico y político de la región.

La fuerza e lo inédito de la revolución en el norte de Africa y en Medio Oriente ya obligó al recurso de la democracia en Túnez, en que el Ennahda -un partido islámico burgués- ganó las elecciones constituyentes en octubre pasado. Ya se anunciaron elecciones en Libia. Ese recurso ya está siendo usado en Egipto, con elecciones parlamentarias en curso y presidenciales anunciadas para julio del 2012.

La revolución democrática es sólo un escalón de la revolución permanente
 
En la concepción de la revolución permanente, el proceso revolucionario puede comenzar por tareas democráticas (como en Egipto) o mínimas, pero debe ser entendido como parte de una revolución socialista que va a tener de derrotar al Estado, liberar al país del imperialismo y expropiar la propiedad capitalista.

En esta época imperialista, la burguesía no asume la dirección de movilizaciones revolucionarias para la conquista de reivindicaciones tradicionales de las revoluciones democráticas burguesas del pasado, como la liberación del imperialismo y la reforma agraria. E, incluso, la constitución de repúblicas democráticas burguesas.
La derrota de Mubarak fue un escalón democrático, que desató una revolución que se enfrenta objetivamente a la dominación imperialista. Por eso es una revolución socialista, aún inconsciente.

La victoria fue producto de una movilización popular gigantesca. Una clase obrera y una juventud fortalecidas por la victoria, con aspiraciones de mejoras urgentes en las condiciones de vida.

La gran burguesía egipcia fue parte activa de la dictadura de Mubarak y retaguardia en las movilizaciones que la derrotaron. Pero, después de la victoria, se presenta como uno de los ganadores. Su objetivo fundamental es restablecer la estabilidad económica y política del país para retornar al saqueo del país.

En el caso egipcio, la victoria democrática abre un curso posterior de fuertes enfrentamientos. La crisis económica del país no presenta salidas de corto plazo. La importancia del país en la dominación geopolítica del imperialismo no permite una independencia política sin grandes enfrentamientos con Israel. No existe posibilidad de una evolución lineal. Cada uno de los actores de la primera parte democrática de la revolución tenía aspiraciones distintas de los pasos a seguir. La "primavera árabe" tendría, necesariamente, una duración corta.

La crisis económica internacional influye directamente sobre la situación egipcia y es, por ella, influenciada. Las exportaciones a Europa, parte fundamental de la economía del país, cayeron dramáticamente del 33% al 15% entre el 2008 y el 2009. Las remesas de los inmigrantes egipcios cayeron en 17% en relación al 2008. El turismo (que ocupa el 11% del PBI nacional) cayó rápidamente, dejando sin empleo a una parte de la juventud. Los dividendos del Canal de Suez, otra parte importante de la economía del país, cayeron en 7,2% en el 2009. El país depende de la importación de alimentos y el aumento de los precios internacionales (18,1% en el 2011) fue la gota que rebalsó la radicalización de las masas. (Datos extraídos de "Egypt’s Unfinished revolution", Sameh Naguib, ISR)

Además, la propia situación revolucionaria es un factor importante en la desarticulación de la economía, sea por las huelgas, sea por la inestabilidad política.

El proletariado, por otro lado, ya venía en ascenso antes de la revolución. La huelga de ocupación de los obreros textiles de Mahalla, en el 2006, fue seguida por un ascenso que alcanzó al sector público y privado de la economía, consiguiendo victorias parciales y enfrentando las leyes de la dictadura. Durante la revolución, la entrada en escena del proletariado como clase fue decisiva para la caída de Mubarak.

Fortalecidos por la victoria, los obreros ampliaron fuertemente el número de huelgas y organizaron nuevos sindicatos, librándose de la burocracia ligada a la dictadura. Quieren mejores salarios, así como alejar a las direcciones de las empresas públicas ligadas a la dictadura.

La mayor parte de la juventud empleada y desempleada, un factor importantísimo de la revolución, no tiene perspectivas en la realidad económica actual del país. Quieren empleos y mejores condiciones de vida.

La burguesía egipcia no tiene como hacer concesiones económicas a los trabajadores y a la juventud, ni revertir la crisis económica de inmediato. Quieren un régimen que vuelva a estabilizar políticamente al país, garantice una apariencia democrática con elecciones regulares. Pero necesita imponer el pago de los costos de la crisis con más y más medidas de austeridad contra los trabajadores.

Por otro lado, la subordinación de la junta militar al imperialismo norteamericano impone el manteni­miento de los acuerdos con Israel, un fuerte elemento irritativo para el pueblo egipcio.

Desde la caída de Mubarak en febrero, la situación objetiva sólo empeoró en el país. Egipto es un volcán ya en erupción. Se trata de una situación social, política y militar más grave y polarizada que las ocurridas durante las revoluciones democráticas en América Latina, a las que les continuó la estabilización de la democracia burguesa.

La revolución egipcia sólo puede ser entendida como parte de una revolución permanente. En las condiciones del país y de la región, eso significa que: o avanza con un contenido anticapitalista y antiimperialista o retrocede en términos democráticos. De la misma forma, en el contexto internacional: o la revolución en Medio Oriente avanza sobre Israel o, inevitablemente, va a retroceder, sea por una invasión militar israelí o por la reacción (o contrarrevolución) interna.

La especificidad de las Fuerzas Armadas en Egipto
 
En general, la cúpula de las fuerzas armadas es parte de las clases dominantes en los estados burgueses. En el caso egipcio, esa realidad tiene contornos más definidos. Las fuerzas armadas controlan una parte considerable de la economía, entre 20 y 30%, incluyendo compañías de comercio, turismo, agricultura, etc. Además, tienen una subordinación política y material fuertísima con el imperialismo norteamericano. Reciben el segundo mayor auxilio militar del mundo (1,3 mil millones de dólares, sólo inferior al de Israel), y sus oficiales son entrenados directamente en los EE.UU.

Esa realidad material, sumada a las circunstancias políticas de la caída de Mubarak (las fuerzas armadas aún tenían autoridad ante las masas), llevan a que ese centro de la contrarrevolución quiera mantener sus privilegios. La dictadura militar, en su configuración anterior, fue derrotada, pero bajo una institución con fuertes lazos con la burguesía y autoridad ante las masas. Ningún sector privilegiado quiere entregar sus ventajas.

Al inicio, el nuevo gobierno militar tuvo que rendirse a la nueva relación de fuerzas determinada por la revolución. El primer ministro Essam Sharaf tuvo que ir hasta la Plaza Tahrir a buscar legitimidad, siendo cargado en brazos de la multitud.

El gobierno militar no se apoyaba sólo en la autoridad política de las FFAA y sí en su propio carácter de transición, con elecciones anunciadas para seis meses, para un parlamento constituyente y de un nuevo gobierno. El nuevo gobierno se apoyaba en una negociación permanente con la oposición, en particular con la Hermandad Musulmana.

Esa organización tiene un papel particularmente importante ahora y en el futuro de Egipto. Se trata de la organización política de mayor fuerza del país, la expresión de la oposición burguesa con la forma musulmana. Sus mezquitas mantienen relaciones no sólo religiosas, sino también asistencialistas con la población, ocupando un espacio dejado abierto por el Estado. Durante la dictadura, negociaba permanentemente con Mubarak, a pesar de estar ilegalizada y reprimida cuando interesaba al régimen.

En todo el período de la revolución mantuvo siempre distancia de las movilizaciones, sólo entrando oficialmente en escena cuando la realidad ya estaba definida. Como ocurre muchas veces en revoluciones democráticas, la Hermandad Musulmana entra en el período post Mubarak con gran autoridad política y como un elemento político esencial para la dominación burguesa.

Después de la caída de Mubarak, el nuevo gobierno militar se enfrentó con las huelgas y nuevas movilizaciones. Buscó criminalizarlas y reprimirlas, pero no consiguió evitarlas. Al contrario, el número de huelgas, en esos meses, fue mayor de lo que en todo el ascenso anterior desde el 2006.

El gobierno acordó con la Hermandad Musulmana un calendario electoral confuso, que apunta a varias elecciones parlamentarias (que comenzaron el 28 de noviembre y siguen en el 2012) y la presidencial para el 2012 o el 2013, sin fecha definida.

El paso siguiente del gobierno fue intentar un pequeño golpe, moldeando al nuevo régimen que está siendo construido con una configuración claramente bonapartista, semejante al antiguo régimen. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), como se llama el gobierno militar, divulgó una carta de principios de la nueva Constitución, en la cual presentó su intención de convertirse en “aval de la Constitución” después de las elecciones. La carta propone que los miembros del CSFA continúen actuan­do como “árbitros”, usando un poder de veto sobre cualquier artículo de la futura Constitución, con el cual no concuerden y gozando de libertad irrestricta para definir el presupuesto de las Fuerzas Armadas de manera sigilosa.

O sea, la “protección constitucional” ofrecida por la Junta Militar consiste en negar soberanía política a un futuro parlamento. Estaba, por lo tanto, anunciado que el régimen a ser construido sería el viejo bonapartismo militar, ahora con una democracia que sería un apéndice del poder militar. Ese anuncio fue hecho algunos días antes del inicio de las primeras elecciones, con el objetivo explícito de evitar una reacción de las masas por la expectativa electoral.

Sin embargo, ese anuncio del gobierno chocaba con la relación de fuerzas definida por la revolución. Las organizaciones de la juventud, que estuvieron a la vanguardia de la revolución, así como los nuevos sindicatos, se lanzaron de nuevo a la Plaza Tahrir. Desde el 18 de noviembre, un nuevo momento de la revolución egipcia está en marcha, ahora con la exigencia de la salida inmediata de los militares y el paso a un gobierno civil.

Desde entonces, se dan enfrentamientos violentos alrededor de la Plaza. Antes de las elecciones, mul­titudes ocuparon la Plaza y chocaron con los militares. La represión no consiguió evacuar la Plaza, a pesar de los muertos y heridos. El gobierno, encabezado por Essam Sharaf, renunció y la Junta Militar nombró a Kamal Ganzuri, ex ministro de Mubarak, como nuevo jefe de gabinete, causando una irritación aún mayor.
El gobierno militar, al tratar de recomponer el nuevo régimen con una apariencia semejante a la antigua dictadura, chocó con la relación de fuerzas real y perdió el apoyo de masas que tenía. La exigencia del fin inmediato del gobierno militar hoy es una reivindicación del pueblo egipcio. En el curso de diez meses, la revolución pasa a chocarse directamente contra el centro de la contrarrevolución, ahora sin los velos que la encubrían.

Pero, los militares no tienen sólo a la represión como arma. Las elecciones se estaban iniciando.
 
La reacción democrática en curso

El día 28 de noviembre comenzaron las elecciones en el país. El gobierno militar, la burguesía, el imperialismo apuestan a la reacción democrática para contener la revolución. En esa primera escalinata se eligen parlamentarios en un tercio de los distritos del país. Se van a dar cinco elecciones semejantes antes de las presidenciales, ahora señaladas para julio del 2012.

Una parte importante del activismo concentrado en la Plaza Tahrir entendió el peligro, al ver la simultaneidad de las elecciones y de los condicionantes constitucionales definidos por la junta militar. La respuesta correcta de la movilización en la Plaza Tahrir se combinó con otro error, de boicot a las elecciones.

Las masas egipcias votaron en cantidad. Era la primera elección relativamente libre en sus vidas, y entendían al voto como expresión de su victoria en la revolución. Más del 60% de asistencia electoral, con diez mil candidatos. La mayor parte de las organizaciones que llamaron al boicot tuvieron que retroceder y participar de la votación.

La Hermandad Musulmana fue la gran victoriosa en la primera vuelta de las elecciones, consiguiendo casi el 40% de los votos. Los salafistas (musulmanes fundamentalistas) consiguieron el 25%, componiendo una mayoría islámica importante. Aquí se reprodujo el fenómeno ya visto en las elecciones tunecinas, con la victoria de la oposición burguesa islámica.

Ese es un nuevo poder en formación, alrededor de las elecciones, del parlamento y de las elecciones presidenciales de julio próximo. Un poder burgués de gran importancia, un nuevo centro para la contrarrevolución. Considerando el rápido desgaste de los militares, no se puede dejar de considerar la importancia de esa nueva arma de la burguesía y del imperialismo.

El gobierno militar tenía, en febrero, dos bases de apoyo esenciales. Una base política por el apoyo de las masas, además de la burguesía y del imperialismo. Y la base esencial de las armas. Perdió el apoyo de las masas, manteniendo el apoyo de las clases dominantes y el peso de las armas. La fuerza de la revolución egipcia ya derrotó a la dictadura de Mubarak en febrero. Pero, las clases dominantes en Egipto aún tienen la alternativa de la reacción democrática, del nuevo poder que está siendo construido. La represión militar no había conseguido evacuar la Plaza Tahrir. Las elecciones lo consiguieron, mostrando el peso de la reacción democrática.

Ahora, nuevamente, los conflictos recomenzaron. En el momento en que este artículo estaba siendo escrito, retornaron las movilizaciones a enfrentarse con el ejército en la Plaza, ya con diez nuevos muertos y centenas de heridos. El apaleamiento de una mujer por soldados -una imagen transmitida para todo el mundo- indignó aún más al pueblo egipcio.

¿Cuáles son las perspectivas?
 
Revolución y contrarrevolución se enfrentan nuevamente en Egipto, en condiciones distintas a las de febrero. La revolución avanza con la fuerza de su clase obrera concentrada y una juventud radicalizada, fortalecidas por la caída de Mubarak. Repudiada por la contraofensiva de la cúpula militar, de los aparatos de seguridad aún preservados, de la burguesía egipcia con todo el apoyo de los gobiernos imperialistas.

La revolución muestra su fuerza en las movilizaciones y su flaqueza por la ausencia de una dirección revolucionaria. El gobierno trata que con la represión pueda reconquistar el control de antes del derrocamiento de Mubarak, pero ya prepara al parlamento para frenar la revolución por la reacción democrática.

¿Cuál será el resultado de ese nuevo choque? ¿El movimiento de masas va, nuevamente, derrotar a las Fuerzas Armadas, ahora en su nueva cara gubernamental? ¿La crisis de las FFAA, contenida durante la caída de Mubarak, va a reabrirse por el choque con las masas?

¿La combinación entre represión abierta y reacción democrática va a resultar en un nuevo régimen democrático burgués con fuertes elementos bonapartistas? ¿La Hermandad Musulmana (u otra formación burguesa) va a superar las desconfianzas del imperialismo y comandar un nuevo gobierno, conciliando y manteniendo los privilegios de los militares?

¿O un régimen bonapartista va a consolidarse en Egipto, aunque con formas democráticas y elecciones? ¿Los militares van a seguir mandando en el país, teniendo al nuevo gobierno y al parlamento electos como apéndices? Eso demostraría la tesis de que el régimen no cayó con Mubarak, sino que se recicló de forma victoriosa.
 
Un programa para la revolución egipcia

La consigna central para los días de hoy, en Egipto, es "¡Abajo el gobierno militar!". Esa es la consigna que mueve a millones de personas y puede hacer avanzar la revolución egipcia. Ella debe ir acompañada de la libertad para los presos políticos, destrucción de los aparatos represivos y castigo a los torturadores.

Debemos hacer un llamado sistemático a los soldados para que rompan la disciplina militar y se sumen a las movilizaciones contra el gobierno militar. El eje democrático se completa con la defensa de una Asamblea Constituyente. Defendemos una huelga general para ¡abajo el gobierno de las FF.AA.!

Otro eje programático debe estar centrado en las reivindicaciones económicas, a partir de aumentos salariales inmediatos; plan de obras públicas para responder a lo desempleo; fin del control militar sobre las empresas, que deben quedar bajo el control obrero; sindicatos libres; expropiación de las empresas de Mubarak y de sus cómplices y estatización de las multinacionales.

El otro eje programático de gran importancia es antiimperialista y contra Israel, centrado en la ruptura de los acuerdos con Israel y la apertura de la faja de Gaza. Todo el apoyo a la lucha del pueblo sirio contra la dictadura de Assad.

Es necesario enfrentar a la reacción democrática, buscando desarrollar la movilización concreta de los trabajadores y su desconfianza en relación al parlamento burgués.

Ninguna confianza en las direcciones -como la Hermandad Musulmana- que buscan un pacto con los militares, y se aprovechan de las movilizaciones. Es necesario hacer exigencias a la Hermandad para que se sume a las movilizaciones del pueblo egipcio.

Es necesario organizar un gran encuentro obrero y popular para preparar un plan de luchas de los trabajadores para derrocar al gobierno, que culmine en una huelga general. Junto con eso, debe presentarse un plan económico de los trabajadores, que parta de sus reivindicaciones inmediatas y apunte a la expropiación de las grandes empresas y un Gobierno de los Trabajadores.

 

 

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