domingo, 24 de julio de 2011

La posteridad de Adolfo Sánchez Vázquez


Fallecido el pasado ocho de julio, el filósofo dejó en su magisterio y sus libros el combate a la desigualdad y a la injusticia social como medio de alcanzar la libertad.

El filósofo y humanista en Madrid, en 1939, poco antes de emigrar a México. Foto: Archivo.
La generación de estudiantes de humanidades de nuestro país que alcanzó la mayoría de edad en la etapa de la caída del Muro de Berlín conoció una de las etapas más interesantes del recientemente fallecido filósofo hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez. Reconocido en los ámbitos académicos nacionales, españoles y latinoamericanos desde los años sesenta y setenta por su labor docente y ensayística pulcra, mesurada y precisa en torno a los temas, inquietudes y conceptos del marxismo humanista tradicional, ajeno y opuesto a sus versiones estalinistas, Sánchez Vázquez arribó con plena madurez intelectual a uno de los momentos cruciales de la historia del mundo: la disolución del llamado “socialismo real” y los regímenes autoritarios que le daban sustento en el mundo europeo.

La recepción que hizo de este acontecimiento histórico puso de manifiesto algo que se sabía de tiempo atrás en los círculos intelectuales del país y, muy especialmente, entre quienes dieron puntual seguimiento a su trayectoria académica en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM: Sánchez Vázquez era un pensador de talla internacional, quizá el más importante filósofo de nuestro país en los últimos 40 años. Nacido en Algeciras en 1915, estudió Filosofía en Madrid y participó activamente en la resistencia ideológica al franquismo, razón por la cual tuvo que exiliarse tras la victoria de Francisco Franco en la Guerra Civil Española. Desde entonces (1939), su desarrollo intelectual lo llevó a cabo en nuestro país.


CRÍTICO DEL SOCIALISMO REAL Y DEL CAPITALISMO

La cardinalidad de su desempeño como filósofo emergió de manera contundente tras el quebranto de uno de los flancos pertenecientes a lo que defendió durante toda una vida dedicada a la filosofía: la viabilidad del marxismo más allá de la teoría. Hasta su muerte, Sánchez Vázquez se declaró marxista, y por eso, la puesta a prueba de su pensamiento que la desaparición del mundo comunista europeo representó, hizo emerger de manera contundente lo que ya se dejaba ver desde sus escritos plenamente marxistas (de los cuales uno, que llegó a ser clásico, fue el libro Filosofía de la praxis, de 1967): poseía ideas, convicciones y argumentos propios, más allá de las estructuras del pensamiento prefabricadas por cientos, miles de comentaristas, ideólogos y enseñantes del marxismo oficializado de los años sesenta y setenta del siglo pasado. En verdad, el filósofo algecireño había forjado ya un pensamiento plenamente personal.

Un combatiente franquista capturado por republicanos el 27 de julio de 1936, en Madrid. Foto: Archivo

Una de las características más destacadas de su trabajo filosófico de la década de los noventa, que comenzó con la puesta en cuestión del socialismo real, fue la capacidad para acercarse a escuelas, corrientes y pensadores diversos al canon marxista tradicional. En ese tiempo comenzó a leer, analizar y debatir con los llamados filósofos posmodernos (Jean-Francois Lyotard, Jean Baudrillard, Gianni Vattimo), examinó las ideas de filósofos liberales como John Rawls y Richard Rorty, y se tomó el tiempo para rebatir los tempranos desplantes eufóricos en torno a la preeminencia del capitalismo de corte estadunidense, como las tesis de Francis Fukuyama, y dio la razón a aquellos que criticaron duramente los modos, las formas y las prácticas dictatoriales del en ese entonces recién finiquitado “socialismo realmente existente”. De esta manera arribó a un evento que hizo época y que se sigue recordando incluso hoy, más de 20 años después: el encuentro organizado por Octavio Paz y Vuelta. Llamado “La experiencia de la libertad”, el coloquio de intelectuales que se realizó en nuestro país en los meses de agosto y septiembre de 1990 (y que contó con transmisiones televisivas) fungió al mismo tiempo tanto como un foro de análisis social, político y cultural penetrante y animado, que como una exaltación eufórica de las supuestas virtudes de la civilización capitalista. La mayoría de las mesas osciló en esta dinámica: entre la mesura analítica y la exacerbación panfletaria.

La invitación a Sánchez Vázquez causó verdadera sorpresa, puesto que se sabía perfectamente que él seguía defendiendo la viabilidad del marxismo humanista; en este sentido, fue el único de los numerosos participantes que estuvo allí para defender dicha idea (los textos que ahí expuso fueron recogidos en su libro El valor del socialismo). Sus breves pero rotundas exposiciones dieron cuenta de una honestidad intelectual ejemplar: dio la razón a quienes criticaron sin concesiones el carácter retrógrado de los gobiernos comunistas del mundo entero, pero destacó sin equívocos los terribles infortunios del capitalismo al que la casi totalidad de los participantes en el encuentro encomiaban con desparpajo; para él, ése era un sistema mundial cuya dinámica de injusta distribución de la riqueza a nivel global produce, sin equívocos, inmensas desgracias humanas a lo largo y ancho del planeta.

LIBERTAD, DEMOCRACIA Y JUSTICIA SOCIAL

Ese fue el tenor de su apertura filosófica en la recta de cierre de su trayectoria profesional, es decir, la de sus últimos 20 años de vida. Bajo la convicción general de que el pensamiento de Marx tenía en última instancia “un carácter emancipatorio”, se dedicó a construir un pensamiento expansivo, integrador y moderno de izquierda, en el que el debate era bienvenido y el marxismo operaba más como un marco de referencia para aportaciones liberales, democráticas y de justicia distributiva, que como una camisa de fuerza en la que todo tenía que caber. Como principio rector, a fin de cuentas, lo que buscaba hacer entender con sus escritos de vejez era que lo primordial es hacer desaparecer la injusticia social e individual allí donde ésta se presentara. Tenía la convicción de que si una utopía era aún defendible, esta pasaba por la disolución de la inequidad humana en todas sus formas: política, económica o de género.

De esta manera lo afirmó en varios de sus últimos escritos, como los recopilados en Ética y política, de 2007, libro fresco, sugerente, contundente. Allí dice: “No puede haber verdadera libertad en condiciones de desigualdad e injusticia social, como tampoco puede haber justicia social cuando se niega la libertad y la democracia”. La obra es una colección de análisis, propuestas, debates y consejos en torno a esta idea fundamental: el apuntalamiento reflexivo de la convicción de que un gobierno justo, necesariamente, pasa por “la mejora de las condiciones materiales de la existencia”. (Uno se pregunta por qué es tan difícil que los políticos que se dicen de izquierda lo tomen como libro de cabecera, y uno se responde: la mayoría de los políticos, del bando que sean, simplemente no tienen libros).

El carácter aglutinador de la última etapa de su trayectoria, que no era sino un puntual reflejo de la búsqueda y la curiosidad intelectual que siempre lo caracterizó, también se vio reflejado en otra de sus grandes pasiones teóricas: la estética o el análisis filosófico del arte. Desde época temprana, hacia la década de los sesenta, el filósofo exploró el flanco estético del marxismo: la relación que se da entre la obra de arte en tanto producto del trabajo humano, el entorno social y la individualidad del artista.

El maestro en agosto de 2001 en la UNAM. Foto: Héctor Téllez

Lo cierto es que los desarrollos estéticos más importantes se han dado fuera del marxismo, desde el hegelianismo y su polémica idea del fin del arte en la modernidad, hasta los escritos de raíz analítica del filósofo estadunidense Arthur Danto con sus análisis del arte posvanguardista en el siglo XX. Por esta razón, las conferencias sobre la estética de la recepción que dictó en la Facultad de Filosofía y Letras en 2004 (recogidas en el libro De la estética de la recepción a la estética de la participación), en las que analizó la teoría alemana contemporánea del arte, representaron el remache de una cualidad crucial para todo aquel que quiera dedicarse a la filosofía y a la vida intelectual en general: la capacidad para nunca dejar de aprender, ni aun cuando se tengan casi noventa años.

Ahora que tras una dilatada y fructífera vida de 95 años su persona ha llegado a su término biológico, no queda la muerte del hombre sino la posteridad de su pensamiento. Privilegio del artista, del escritor y del pensador es dejar un legado que le sobrevive. Adolfo Sánchez Vázquez hizo su parte de manera extraordinaria durante más de medio siglo: pensar con pulcritud y plasmar en letras ese pensamiento. Entonces, toca a los que nos quedamos completar la ecuación: nutrirnos con lo que nos dejó de herencia intelectual uno de los más eminentes filósofos mexicanos de todos los tiempos.

Manuel Guillén*

*Maestro en Filosofía por la UNAM. profesor y periodista cultural desde 1996, ha participado en diversas publicaciones Nacionales. Su campo de investigación es el arte moderno y contemporáneo.

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