Ácidas Injusticias
Dicen que una foto vale más que mil palabras. Muchas veces eso es cierto, aunque no siempre. Mil fotos no valen una mot juste, la justa palabra flaubertiana. Pero sí es verdad que un solo hecho revelador vale más que mil discursos. ¿De qué sirve, por ejemplo, la condena tonante de la corrupción si los hechos la desmienten?
El proceso de ascensos y pases al retiro en la Fuerza Armada y la Policía Nacional ha sido particularmente polémico este año, aun teniendo en cuenta los habituales niveles de controversia que tensan la vida de los uniformados en estas fechas.
El Ejército en particular ha sido sacudido por acusaciones, inusualmente explícitas y abiertas, de juego sucio. La reciente entrevista que dio el general EP (r) Roger Zevallos a Beto Ortiz, ha tenido solo un espeso silencio oficial como respuesta, contrapunteado por un coro de murmullos en sordina .
“No te fijes en el mensajero, fíjate en el mensaje”, me dijo un militar retirado, que mantiene una larga enemistad con Zevallos, pero que considera que muchas de las acusaciones de éste son, en sus palabras, “contundentes”.
Es difícil separar por completo el mensaje del mensajero, especialmente cuando circulan por el medio apodos tan pintorescos como el de ‘Pantaleón’; pero coincido con aquel militar en que es necesario hacerlo. Los cargos planteados por Zevallos son puntuales y, sobre todo, serios. Deben ser respondidos, explicados o, si eso no es posible, investigados.
Porque, además, sus denuncias no son las únicas controversias o anormalidades que emergen de ese proceso en el Ejército.
Entre los militares ‘invitados’ al retiro este año figura el general de brigada EP Jorge Chávez Cresta. Uno examina el curriculum de este general del arma de Ingeniería y salta a la vista que corresponde al tipo de líderes militares que el Ejército debiera promover y cultivar para fortalecer la propia institución.
Chávez Cresta hizo una carrera destacada como militar, en lo académico y operativo; y además de eso logró, entre otros títulos, una maestría en administración de negocios (MBA) del prestigioso Tecnológico de Monterrey. Durante dos años, el 2010 y 2011, fue jefe del comando de reservas y movilización del Ejército. Entre los oficiales de reserva a su cargo, tuvo, entre otros, a Luisa María Cuculiza, Luciana León, Kurt Burneo, Meche Cabanillas, Luis Iberico… digamos que hasta el gran Clausewitz hubiera sudado frío ante la perspectiva de tener que entrenar y poner en forma a ese grupo de reclutas.
¿Por qué pasaron prematuramente al retiro a este joven general? Hice la pregunta a varios altos jefes militares en actividad, y en varios casos se me insinuó la misma respuesta: el ‘caso Recavarren’.
Ese fue, sin duda, un caso serio de incompetencia y corrupción en la construcción de viviendas para personal militar, en 2001, parte de las cuales se hundió al ceder el terreno inadecuado sobre el que habían sido construidas. Chávez Cresta trabajó en el proyecto, aunque no tuvo mando sobre él. Fue investigado luego, como indican fuentes cercanas a ese oficial, tanto por la inspectoría del Ejército como por el fuero militar y el fuero común. “En los tres fueros salió bien librado”, dicen esas fuentes.
Entonces, el caso Recavarren no parece ser la razón, sino el pretexto, del pase al retiro de Chávez Cresta.
Hay que buscar el motivo real en otra parte. En el Norte, para ser más específicos.
El año 2009, Chávez Cresta era inspector de la Región Militar Norte. El comandante general del EP era Otto Guibovich y el inspector general EP era Víctor Ripalda, actual comandante general.
Chávez Cresta recibió la misión de investigar el desmantelamiento, saqueo más bien, del cuartel de Lobitos. Construcciones históricas como el muelle, el colegio, el casino, fueron desarmados para vender el metal y, sobre todo, la madera. Doscientos mil pies de madera fina (de pino oregón) fueron sacados por trailers, cargados por personal militar y civil, para venderse en el mercado negro. Muy poco de la madera o del producto de su venta ilegal fue invertido o gastado en el Ejército. Casi todo sirvió para enriquecer a unos pocos oficiales corruptos.
El principal responsable en ese caso fue el entonces jefe de la Primera Brigada de Caballería, general EP Leonidas Dupont.
Chávez Cresta hizo una investigación a fondo que determinó la responsabilidad de Dupont por infracciones graves. Sin embargo, buena parte de los oficiales generales que tuvieron que examinar el caso expresó más hostilidad a Chávez Cresta, por haber hecho bien su trabajo, que a Dupont.
Al final, Dupont salió librado con una sanción muy leve.
Ese año 2009, Chávez Cresta, todavía inspector de la Región Militar Norte, recibió la orden de investigar la gestión del general Raúl Silva Alván, jefe de la sexta brigada de selva en la guarnición El Milagro.
La investigación fue relativamente breve, pero no los hallazgos. En lo fundamental, Silva Alván fue encontrado responsable de, entre otras cosas, “hacer uso indebido de sus atribuciones (…) para imponer al personal bajo su mando un manejo indebido de recursos”. En otras palabras, una seria y documentada corrupción administrativa.
Cumplir cabalmente su misión no le trajo muchas nuevas amistades a Chávez Cresta.
Dupont resultó ser amigo de un notorio coronel retirado, Adrián Villafuerte, el consejero de seguridad del presidente Ollanta Humala. Villafuerte es también compañero de promoción del actual comandante general, Víctor Ripalda, del jefe de Estado Mayor, Ricardo Moncada y del recientemente retirado Silva Alván.
La decisiva influencia de Villafuerte en el proceso de ascensos, cambios y pases al retiro en el Ejército está ahora fuera de toda duda.
Eso ha significado, entre otras cosas, que el investigado en Lobitos, Leonidas Dupont, se mantenga en el alto mando del Ejército, como subjefe de Estado Mayor mientras que el investigador de Lobitos (y de El Milagro), Chávez Cresta, fuera pasado expeditivamente al retiro.
Aunque siempre la ha habido, (en su excelente libro, “Corrupt Circles”, Alfonso Quiroz define al régimen militar de Velasco Alvarado y Morales Bermúdez como un período de alta corrupción), la descomposición militar alcanzó niveles de gravedad sin precedentes durante el régimen de Montesinos y Fujimori.
La indignación ante las evidencias más escandalosas de esa corrupción llevó a pensar, en los primeros meses de la Democracia, en 2001, que un robusto movimiento de rechazo moral fortalecería desde dentro al Ejército y lo inmunizaría durante largo tiempo frente a la deshonestidad.
El caso de César Reinoso y los demás generales ‘gasolineros’ poco después, demostró que esa esperanza había sido, en buena medida, vana.
Pero quedaba la silenciosa mayoría militar de los indignados. Los que sufren descuentos arbitrarios, son obligados a firmar documentos falsos y a ‘contribuir’ con parte de sus recursos a lo que ciertos jefes exigen en la mayor o medida de cuán corruptos sean.
Mucha de esa mayoría, de oficiales jóvenes o de grados intermedios, en los años en los que aún impera el idealismo y el espíritu de sacrificio, creyeron que el candidato Ollanta Humala, sentía la misma indignación pero que, a diferencia de ellos, podía expresarla.
¿Qué pensarán ahora? ¿Que en esta vida hay ácidos capaces de corroer las decisiones más solemnes y necesarias, para reemplazarlas por la supuesta conveniencia de la argolla, o la promo, aun al precio de corroer no solo la justicia sino también la eficacia?
Los hechos, ya se dijo, hablan mucho más claro que los discursos. Y este fin de año, han sido ingratamente reveladores. (Gustavo Gorriti)
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