jueves, 24 de mayo de 2012

Los 'reyes' de la economía

La economía es una ciencia, un instrumento útil, pero no un dogma o una receta de la que se pueden deducir soluciones simples

JUAN IGNACIO PALACIO MORENA 23 MAY 2012 - 00:06 CET

Socialmente se ha instalado la idea de que los economistas son los principales legitimadores del actual estatus social. Nadie mejor lo expresa quizá que El Roto en sus viñetas. En una de ellas se dice: "¿Cómo te pudo pegar el patrón siendo tú más fuerte que él? Es que me estaba sujetando un economista”. Esto no sólo es fruto de que los economistas que más han aparecido en los medios de comunicación han sido defensores de posiciones que han confundido liberalización con desregulación (“neoliberales”) y como consecuencia han apostado más por la reducción de costes laborales que por la mejora de la productividad. Se debe también a que buena parte de la sociedad ha puesto por encima los valores individuales, que son los que mejor se expresan en los mercados mediante el intercambio interesado, sobre los valores colectivos, los que adquieren carta de naturaleza a través del Estado y la vida pública, y los comunitarios, que responden a valores compartidos.

El economicismo, o preponderancia del cálculo económico sobre las valoraciones de carácter social o personal, se ha extendido como una mancha de aceite desde mucho tiempo atrás. Esto se ha visto favorecido por la identificación del sistema de mercado con el capitalismo y por la concepción del Estado como alternativa al mercado. El capital no es sino renta acumulada y cuando uno de los principales fines de una mayoría social es la acumulación, el poseer cuanto más mejor (“tener o ser” planteaba Erich Fromm), la sociedad entera acaba por cimentarse sobre esos valores. El rechazo de parte de muchos, si no a esos valores sí a los resultados de desigualdad e injusticia que acarrean, se ha centrado casi exclusivamente en reivindicar el papel del Estado, de lo público, como instrumento redistribuidor que limite al mercado o incluso que lo sustituya.

Aunque el debate capitalismo versus socialismo parece haber desaparecido de escena, sigue polarizando las posiciones de una mayoría de la población y alimentando el enfrentamiento político. El mercado tiende a asimilarse al capitalismo y el Estado al socialismo. Es cierto que los defensores del capitalismo o liberalismo económico han aceptado de mejor o peor grado un notable peso del Estado. Por su parte, los valedores del socialismo partidarios del intervencionismo estatal admiten, a veces de forma casi resignada, la presencia del mercado. No por ello mercado y Estado dejan de aparecer como contrapuestos. Y lo que es aún peor, con ello se ignora el papel de la sociedad civil, la relevancia de los valores compartidos asumidos libremente por las personas. Todo parece reducirse a los valores e intereses individuales, la búsqueda del interés propio como fórmula del bienestar social (fábula de las abejas de Mandeville), o a la preponderancia del interés colectivo garantizado por el legítimo poder coactivo del Estado.


La exclusión de la sociedad civil favorece la simple iniciativa o medre individual o alternativamente la pasividad del individuo que confía el logro de la justicia social en exclusiva al Estado. Esto, a la larga, entraña un grave riesgo de anarquía social o de populismo que deriva hacia regímenes autoritarios. No puede haber sociedades equilibradas sin que coexistan sociedad civil, Estado y mercado. No es posible aspirar a un mayor bienestar social sin que convivan y se fecunden mutuamente valores compartidos de carácter comunitario, fines colectivos garantizados por el Estado e intercambios interesados que se encauzan a través de los mercados. Las alternativas “puras” y exclusivistas, la de la Sociedad Civil que confía todo a la buena voluntad y los valores solidarios (anarquismo), la del Estado que le da el monopolio de la actuación social (comunismo o socialismo), o la del mercado que hace de la búsqueda del bien propio el único medio de consecución del bienestar social, están condenadas al fracaso.

Recientemente Ignacio Sánchez Cuenca (diario El País, El economista rey, 2 de mayo de 2012) afirmaba: “Los economistas están tan convencidos de la bondad de sus modelos que nunca valoran la pérdida de autogobierno democrático que supone la implantación de sus recetas institucionales”. Esta generalización carece de sentido, aunque quizás se explica por la preponderancia que socialmente se ha acabado dando a la economía y, sobre todo, por la distorsión que ha supuesto que en los medios de comunicación hayan aparecido casi en exclusiva las opiniones de los economistas voceros del poder político y económico, arropados por un halo de excelencia académica. Esos no son el economistas rey como figura representativa de todos o la mayoría de los economistas, sino que se han convertido con el apoyo de un amplio entramado en los “reyes de la economía”.

Hay economistas que son y han sido buenos profesionales, como algunos de los que nos hemos agrupado en torno a la iniciativa de Economistas frente a la crisis, y que no nos creemos reyes de nada, Entre otras cosas porque concebimos que la ciencia es un instrumento útil pero no un dogma, una verdad absoluta, ni una receta, algo de lo que se pueden deducir soluciones simples. Por eso creemos que debemos aportar nuestro granito de arena pero que la adopción de una determinada política económica es responsabilidad en última instancia de los representantes elegidos democráticamente y que son ellos los que deben explicar el sentido y las razones de dicha política, en lugar de aludir a una supuesta racionalidad económica universal.

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