jueves, 31 de mayo de 2012

Memorias de un revolucionario

 
Esta es la palabra de Alaín Elías Caso, un luchador social de la generación del ‘60 que hoy, a sus 73 años, tiene perennes recuerdos. Con especial nostalgia recuerda a los compañeros caídos en combate, entre ellos el poeta Javier Heraud, a quien vio morir a su lado cuando la guardia republicana y enardecidos pobladores de Madre de Dios lo abalearon un 15 de mayo de 1963.

Fue la poeta Violeta Carnero de Valcárcel quien le entregó el boleto de viaje a Cuba que su amigo Alfonso Barrantes Lingán le prometió. ¿Quieres viajar a Cuba a entrenarte? –le preguntó una tarde. Era fines de 1961 cuando Alaín Elías Caso se embarcó junto a otros jóvenes peruanos a Cuba, extasiados por el éxito de la revolución encabezada por Fidel Castro y el Che Guevara. Llegaron a la isla el 31 de diciembre de 1961 y se hospedaron en un hotel cercano a la Costanera. Fueron a celebrar el año nuevo en la Universidad de La Habana, entre ron, arroz congrí y música.


TRISTE PERÚ, AGUARDA
A fines de 1962, los peruanos revolucionarios retornan al Perú por Europa (debido al bloqueo, no había otro manera de volver). Salieron de La Habana hacia Frankfurt. En tren llegaron a Francia y España; en avión, a Brasil, camino a Corumbá. No pararon hasta llegar a la capital boliviana. “Hasta ahí llegamos todos los que estábamos dispuestos. Seríamos 50 peruanos de distintas universidades. Yo estudiaba derecho, ‘el torcido pre-derecho’”, bromea.


Se trasladaron cerca a Guayaramerín y siguieron la ruta en dirección a Perú por el río Manuripe. Al partido comunista boliviano le pidieron mulas e implementos para cargar el equipo, pero no se los proporcionaron. A pesar de eso, no dieron marcha atrás. Necesitaban recabar información respecto a la situación peruana del momento.


Héctor Béjar era el primero al mando; Alaín, el segundo. Coincidieron en que debían separarse. Un grupo iba a ingresar a Puerto Maldonado y preparar la entrada de los demás, que aguardarían en la frontera. En ese momento se desprende una vanguardia que no superaba las diez personas, conformada por los que sabían manejar, entre ellos Alaín Elías y el poeta Javier Heraud. A pocos días de que Lindley derroque el régimen de Pérez Godoy, ingresaron a Madre de Dios.


EL RESTAURANTE
Eran las siete de la noche cuando deciden hacer una parada en un restaurante de la zona. Un ex guardia republicano se percató de la presencia de los jóvenes y denunció falsamente en la comisaría de la ciudad que “Hugo Blanco y su gente” estaban a tan solo unas cuadras.


Mientras se registraban en un pequeño hotel, llegó la guardia republicana acusándolos de contrabandistas. “Todo era un pretexto para encarcelarlos. Les dijimos que nos revisen, que no tenía sentido la imputación, pero nos escoltaron a la comisaría”, manifiesta.


Alaín Elías no es de los que se arrepienten de sus acciones. El único momento en que trastabilla es al recordar por qué se inició el revuelo. “Tal vez si hubiéramos ido de frente al hotel, nada hubiera sucedido”, comenta.


Fuertemente custodiados por los miembros del orden, caminan a la jefatura. Javier estaba al lado izquierdo y el teniente al lado derecho. No había escapatoria. Poco antes de llegar, el poeta le pregunta a Alaín –como quien hace una afirmación–: “No vamos a entrar, ¿no?”. “De ninguna manera”, le responde. Tras una pequeña discusión entre Alaín y el teniente, este ordena a los demás policías: “Saquen los palos (pistolas)”. Y empieza el tiroteo.


“Era de noche. Yo estaba pegado al teniente y Javier a mi costado. Cuando paró el tiroteo saltamos, en ese momento murió un guardia republicano que venía adelante”. El muerto se lo endosaron a los jóvenes y el pueblo, azuzado, exigió que sean capturados.


Tiempo después se enteraron de que el policía que venía detrás –aprovechando el pánico– le disparó a su compañero, pues aquel sargento tenía una relación especialmente cariñosa con su esposa.


Javier y Alaín saltaron a una zanja mientras intentaban sacar sus armas. Cuando se sintieron seguros, se percataron de que solo se tenían el uno al otro. El paradero de los demás era un misterio.


Mientras vuelve el rostro 49 años atrás, recuerda que el proceso revolucionario cubano avanzaba a una velocidad increíble. Lo que impactaba a los jóvenes de ese entonces no era la libertad abrumadora, las armas, ni la oportunidad de ejercer el poder. Era convertirse en testigos de que la opresión y la justicia social no eran utopías, “que se podía cambiar”.


Llegaron al kilómetro 3 de la carretera, pero Alaín fue a averiguar lo sucedido con sus demás compañeros. Javier se quedaría a la espera. “Cuando vuelva –si vuelvo– voy a silbar una canción conocida. Si no retorno, ve en busca de los compañeros que deben estar por el otro lado”, le dijo al poeta.


Cuando transitaba por la noche de aquella provincia desconocida, su soledad se vio interrumpida por dos jóvenes que caminaban a su lado. “¿Qué hora es?”. “Las ocho”, respondieron. Al retornar, sin haber hallado nada, Alaín se encuentra con los mismos parroquianos que estaban de regreso, igual que él. “¿Y ahora, qué hora es?”. “Las nueve”, dijeron. Lo que el novato Alaín desconocía era que esas personas no eran simples caminantes, sino dos miembros de la PIP (Policía de Investigaciones del Perú) que rastreaban la carretera en su búsqueda.


Un silbido acaso inconfundible fue el que entonó a su vuelta: “Arriba los pobres del mundo, de pie lo esclavos sin pan”. Ahí durmieron hasta el día siguiente a las diez de la mañana, cuando un campesino que iba montando un buey los ubica. Se inicia la persecución tras la llegada de una jeep que irrumpe en disparos. Javier y Alaín corrieron, cruzaron una franja de monte sin saber que su destino sería un barranco que desembocaba al río Madre de Dios.


Utilizaron una raíz de 20 metros para descender. Alaín bajó primero, no sin antes despojarse de las botas y la ropa. Ríe cuando recuerda que lo único que los separaba del paraíso de Eva era los calzoncillos. Metieron todo en la bolsa de jaba que el poeta había traído de Cuba.

Se adentraron en el largo río y, a pesar del cansancio, subieron a una canoa y continuaron la huida. Al percatarse de la presencia de otra canoa ocupada por los guardias republicanos que les dispararon sin éxito desde un automóvil, se rindieron. “No disparen, nos rendimos” dijeron, pero el río los estaba arrastrando y era imposible dar marcha atrás. “Una vez que el río Madre de Dios nos llevó, dijimos ‘ya fue’ y seguimos nadando, pero ellos seguían disparando y las balas picaban cerca, sentía cómo vibraban”, cuenta Alaín.


Se aproximaba otra canoa y ocurrió un enfrentamiento con los guardias. Dos de ellos resultaron heridos.


Las balas los impactan, pero se reincorporan. Minutos después, Alaín es nuevamente herido, sin saber que una bala explosiva, de cacería, había ingresado en el cuerpo de Javier. El poeta quedó recostado, inerte y todo el fuego se centró en él. 19 disparos, casi los años de vida que tenía.


Alaín vuelve los ojos a aquel 15 de mayo de 1963 en que vio morir al poeta. El hombre setentón se hace a un lado y le abre paso al joven de 23 años, pero el momento se ve interrumpido por una respuesta que lo describe de cuerpo completo.


-¿A usted en dónde le dispararon?
-En el río– y no para de reír de su respuesta, para luego señalar que fue en el cuello.
Se recuerda paralizado por los disparos, preguntándose si la bala le había impactado en la arteria o en la vena. “Si es en la arteria, me voy en cinco minutos”, pensó. Antes de que cesaran los disparos, colocó su dedo sobre el orificio, con la esperanza de que no sangrara más.


Entre guardias republicanos, civiles y policías de investigación les dispararon un total de dos mil 500 balas, sin contar las que provenían del puerto.

EL DIVORCIO
Aunque afirma no seguir ninguna corriente política, se ha divorciado del comunismo y separado temporalmente de la izquierda por mutuo acuerdo. Dice haber votado por Ollanta Humala en las elecciones, pues “no iba a votar por la jefa de los bandidos”.


Detesta las etiquetas. Ni comunista, ni mariateguista, ni izquierdista, ni anarquista. Simplemente Alaín Elías Caso. De los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana solo rescata una frase: “Ni calco ni copia, creación heroica”. Los tiempos cambian y las ideologías evolucionan, asegura.


“Cuando te quedas en el dogma, estás muerto, como los que se quedan en la eternidad, y la eternidad no existe. ¿Te imaginas si hubiera un solo eterno? Seríamos esclavos de ese eterno, una sarta de imbéciles”.

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