Baño de nostalgia
Moisés Panduro Coral
Esta es una mañana de sol, diría que muy fresca. De rato en rato, el viento ingresa hasta la mesa donde estoy disfrutando una leche de tigre como en mis tiempos mozos. Sólo que ahora estoy solo y sin una cerveza, la recomendación del médico es tajante. Mi alma mater, la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, cumple cincuenta años y he venido aquí a solazarme, a ver a la gente pasar y pasar, a escudriñar en el ayer, a mirarme en el tiempo pretérito. Esta esquina de Pebas con Nanay es una torre del tiempo a la que vengo para rejuvenecer mi espíritu con un baño de nostalgia, para encontrar respuestas a mi derrotero personal.
Paradójicamente, en esta mi esquina favorita, no parece que el tiempo haya pasado. Hileras de motos en ambos lados de la calle Pebas, pizarras de los grupos estudiantiles, muchachos y muchachas que van y vienen sin prisa ¡si hasta ahora se usan jicras y jeans rasgados! y esta pared externa del aula magna que con buen juicio el constructor puso de loseta crema para que las generaciones de muchachos pinten sus logos, lemas y arengas a su regalado gusto. Esa pared ha resistido volúmenes inmensurables de pintura de todos los colores, el restriego de cientos de brochas, la furia juvenil de los eslogans, y nada, es cuestión de tener un poco de tiner y dejarla lista para la siguiente pintada. Ah, disculpen, no hay ya los dos árboles de acacia que daban sombra a la federación de estudiantes. ¡No han dejado ni sus tocones estos imbéciles!.
Un poquito más allá puedo ver cruzando la calle, en dirección al local nuevo, a un catedrático pequeñito de estatura pero gigante en ciencia y con el nombre y apellidos más extensos que se haya conocido en la UNAP. Le han puesto el mote de minimol y lleva en una mano un maletín marrón con apuntes de clases y en la otra mano sostiene un parasol para cubrirse del sol. Camina tomado del brazo por una jovencita rubia que dicen es su novia y que le trajo de Estados Unidos en la oportunidad que viajó a especializarse en su cátedra. Malvados los muchachos que se vacilan en comentarios al ver esta romántica estampa. Por ahí nomás, en uno de los sardineles de la plazuela Serafín Filomeno, está Lucho Tafur, alumno de biología explicando a la química Ana Li por qué cuestionó en el mitin de anoche del ARE el master of arts que la chinita consiguió en Kentucky cuando lo que su cartón debería decir es un master of science. A este Lucho no se le escapa nada ¡si hasta inglés enseña! dice el caimán Sánchez.
¡Pero qué es esto!. En la vereda del local de la federación de estudiantes están los restos de dos motos lineales. Están carbonizadas y esqueléticas. Junto a ellas, una pizarra pintada por los estudiantes del FER denuncia que esas motos “han sido quemadas por búfalos salvajes y matones que atacaron a los indefensos camaradas”. Es una fría noche de junio de 1976, y la ciudad de Iquitos, como todo el Perú, está en estado de emergencia decretada por el gobierno militar. Cerca de las diez de la noche, el ARE y el FER se disputan el control de la explanada del local nuevo y la bronca tiene su momento culminante cuando los apristas del ARE hacen retroceder y acorralan a los comunistas del FER y éstos para protegerse se meten en el local de la federación de estudiantes.
El local está rodeado. Uno de ellos, que llegó tarde a la bronca grita una consigna: ¡quememos la federación!, y nosotros los cachimbos asustados, con los rostros lívidos, perdiendo el respeto a nuestro compañero mayor y a pesar de que esta bronca es nuestra prueba bautismal, nuestra iniciación, cuestionamos la propuesta. ¡Oiga, compañero, no jodas, adentro hay rábanos!. Entonces, se inicia una discusión con empujones de uno y otro lado. ¡Ya, déjenlo ahí compañeros!, truena con su voz ronca, aguardentosa, el loco Efraín, esta noche más cuerdo que nunca.
Los compañeros hacen caso a la voz de orden y empiezan a retirarse, pero uno de ellos, el radical, se resiste a irse y explota: ¡hay que quemar algo, pues!. Le siguen otros tres que parece que no están contentos con que la bronca haya terminado. ¡Quieren más!. Levantan como si fuera papel las motos y les quitan el combustible para rociarlos. Alertado por nosotros, nuestro secretario general del comando universitario regresa y lanza la advertencia: ¡disciplina, compañeros!, pero ya es tarde, el belicoso compañero deja caer el cerillo prendido y las motos se vuelven historia. En ese momento, alguien grita: ¡la tombería! ¡la tombería!. A la perrera que viene a detenernos le cae una andanada de cascajos y la policía baja con furia, mentándonos la madre, mete bomba lacrimógena y la muchachada se dispersa hacia las calles adyacentes. De lejos, vemos que la policía abre a patadas la federación de estudiantes y libera a los camaradas.
Esa hora, la niebla de la fría noche de San Juan de 1976 que nos adormece se reúne en una convivencia inadmisible con la nieve lacrimógena que nos hace llorar sin motivo alguno. Es la una de la mañana.
Un vendedor de lentes oscuros se aparece sorpresivamente y me dice que voy a necesitarlos para este soleado día. Baratija, maestrito, colabore, 20 luquitas nomás. Sé que no son de marca, pero igual me los pondré para mi siguiente baño de nostalgia. Tal vez, pueda ver, en blanco y negro, al gordo Montalván discutiendo agriamente con el negro Mena frente a la puerta de la federación de estudiantes por computarse quién es más aprista; o al hermano Solano hablándonos de las profecías y con el cholo Parano intentando insistentemente de que tome un vaso de cerveza; o al pacucho Zumaeta viniendo hacia nosotros, caminando como un lord inglés, botando los brazos hacia los costados en sinfonía con cada paso abierto medido al milímetro, trayendo bajo el brazo una ruma de cuadernos y libros para estudiarlos algún día; a Nancy Villacorta (qué pronto nos dejaste, negrita), al chino Murrieta, al pulpito Hidalgo, a Santos -el loco champú-, a tantos más, y, por supuesto, a Edgar Valdivia, de andar calmo y hablar sobrio, pagando finalmente toda la cuenta de los compañeros en el bar de la compañera Celina, que es donde estoy sentado en este momento.
Uhmmmm interesante crónica de Pandurito sobre sus vaivenes juveniles. Cuando se escriben estas notas es que ya las canas y la barriga comienzan a hacer estragos.
Por supuesto nos sumamos a las felicitaciones por el cumpleaños de EVI, no faltaba más. Yo he dado por superado la cantidad de insultos y denuestos que EV lanza en otras listas en contra de mi persona, y que a veces algún compañero me reenvía.
Sin embargo, y más allá de las personas, creo que la acción política sin proyecto es como asistir a una misa donde no se consagra la hostia. Y lo que hemos leido en las redes por parte de estos cc fieles al recuerdo de las luchas juveniles, ha sido una defensa del "Perro del hortelano" de García. Comenzar a militar enfrentando al "marxismo congelado" en nombre de "El Antimperialismo y el APRA" para acabar cincuentones y llenos de nostalgia alabando los últimos textos de García, no es aplicar correctamente el Espacio-Tiempo-Histórico, sino sumarse a la corriente: Alan es el jefe y a cerrar filas, aunque escriba y defienda teorías contra las cuales nació el Aprismo.
Sin embargo, no lo hacen de mala fe. Son compañeros cuyas trayectorias existenciales están dentro de la "cultura institucional del APRA", no han salido de ese ambiente sistémico, cuyo nivel más elemental es lo que el inefable Barreda llamó "cultura del comité".
Pero una cosa son las instituciones políticas y sus racionalidades burocráticas y normativas, y otra la "institucionalización de la razón y la praxis", con la anulación del libre pensamiento y el ejercicio del intelecto crítico. La "Institucionalización" sin historicidad (que algunos confunden con recuerdos y melancolías), coloca al partido en el mismo nivel que un club de fútbol, que una asociación de amiguetes de barrio, de grupos díscolos hermanados por la expectativa del poder. Hay toda una retórica y discurso en torno al APRA como partido que en los últimos años ha sido usado para instaurar un formato de dominación por parte de la clase política alanista.
Vaciar de historicidad y de ética a la organización y usar los conceptos y símbolos apristas para defender estilos y corruptelas, traiciones e involuciones, ha sido un proyecto pactado e institucionalizado por el Alanismo. De esa forma el partido dejó de ser un instrumento de cambio y pasó a ser el instrumento de la derecha y los oligopolios, el poder político que generaba el partido construyendo representación fue casi privatizada en beneficio de grupos lobistas y contratistas, sacrificando incluso los sagrados intereses del Perú.
Mientras tanto, los cc se instalan en sus recuerdos y viejas hazañas. El presente se acepta sin dudas ni murmuraciones, por lealtad, por disciplina, por fraternidad. Además, (como suelen decir algunos cc) ¿Quien tiró la primera piedra?, esa es la mentalidad institucional que ha convertido a los militantes del proyecto histórico del APRA en operadores de facciones o en mano de obra barata para campañas electorales.
Y no se trata de ser fundamentalistas o quedarse atrapados en los programas de los años treinta del siglo XX. Pero en el mundo se ha una intensa lucha de clases, de colectivos, de generaciones, de naciones en torno al excedente. Cada vez hay menos que repartir y la ruta del crecimiento se debate con pasión. En América Latina hemos asistido a una década de gobiernos de izquierda o centro izquierda, algunos muy cercanos ideologicamente al APRA histórica y otros más insertos en otros paradigmas como el nacionalismo militar de izquierda o el multiculturalismo. Pero el PAP cambió de ruta y se fue con el neoliberalismo.
Y algunos (estos si auténticos sinverguenzas), llamaron a este viraje una reafirmación pragmática de la izquierda aprista. Y usaron la "institucionalización legal y simbólica" para confirmarlo.
Si no hay proyecto no hay identidad, solo melancolía que se hace más patética, conforme se avanza en la edad.
No es una ley sociológica inevitable. En otros países hermanos, los grandes partidos populares que en los noventa fueron usados para instrumentalizar el consenso de Washington, luego regresaron a sus cauces sociales. Es el caso del Peronismo con el Kichnerismo. O se crearon movimientos sociales o frentes ciudadanos independientes que obligaron a los viejos partidos a replantear su relación con el neoliberalismo.
Pero el APRA alanizada (o sea institucionalizada-formateada con el Perro del Hortelano) se quedó congelada ante la ola de cambios que se han dado en la región. Y el discurso conservador e integrista ultra católico oportunista de García eliminando la lucha contra las desigualdades sociales o la secularización, o el discurso de Jorge del castillo llamando "pensamiento aprista" al neoliberalismo, o el discurso de Mulder con su apología de los "conductores autoritarios" o los cuarentones con su manejo de cifras que sirve para justificar la inmortalidad de las hormigas, es decir la trivialización con afanes tecnocráticos, todo ello es ahora la "ideología aprista" o (seudo aprista).
El pragmatismo no significa cambiarse de bando, ni usar el discurso de la izquierda para gobernar con la derecha, o usar el discurso del cambio responsable para defender luego el statu quo. Estos virajes son aplaudidos por la oligarquía y los monopolios, pero desilusionan a los peruanos con el sistema político. El pragmatismo consiste en ajustar los medios a los fines, pero sin renunciar al proyecto.
Lo bueno es que en el APRA (en un sentido amplio) se dio un fuerte debate, se hizo denuncia, se polemizó y se desenmascararon decisiones y estilos supuestamente modernizadoras, cuando en realidad se imponía el tradicionalismo y el conservadurismo. Y fue un debate político y doctrinario fuerte y hasta inédito usando el Internet. Sin embargo el nivel de formación y preparación doctrinaria y científica en el partido es muy bajo. Abundan los gaceteadores dde efemerides, los simuladores y chismosos, o quienes son mentirosos compulsivos que falsean datos y la historia porque escriben para sus amos.
Pero no se puede polemizar de forma indefinida ni debatir burocraticamente. En el Perú, los tiempos se agotan y cada quien tomará sus decisiones. Las crisis decía el profesor René Zavaleta, son momentos en los cuales las sociedades "se desnudan" y se muestran tal como son, en sus intereses y relaciones.
"El cambio responsable" y la "Gran transformación", son del pueblo peruano no de los políticos. Y si la política cierra las vías del cambio, entonces se legitiman las formas activas de conflicto social pacífico.
El APRA no nació para defender el "orden" sino para transformarlo, pero la "institucionalización-dominación" la ha bloqueado en su desarrollo y expresión. Esto significa que no se trata solo de cambiar personas (lo cual debe hacerse) sino de romper con una mentalidad y un discurso que se han vuelto tradicionalistas y reaccionarios.
Saludos,
Eduardo Bueno León
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