jueves, 15 de marzo de 2012

Compañeros y amigos: He recibido emails de personas que se han perdido alguno de los tres artículos sobre los Garrido Malaver y también llamadas reclamando todos en su conjunto. Ahí les va.
 
Los Garrido Malaver
Tengo un nuevo libro que, posiblemente, esté editado el próximo mes; son 17 cartas, un epistolario titulado: “Cartas a mis muertos”, que he burilado a través de más de 10 años, como respuesta a los descubrimientos sobre el genoma y los mapas genéticos, en reconocimiento a mis raíces y lo que cada uno de mis parientes muertos me han dejado, como un sello impreso en mi vida, actos y fortalezas.
Las cartas están dirigidas a los Garrido y a los Huaynate fallecidos, de donde desciendo. Testimonios de mi reconocimiento y distancias; de mi cercanía, cariño y herencia: signo y sino. El ejercicio de escribirlas, de releerlas decenas de veces, arrojan una perspectiva interesante y son en cierto modo, picos de autobiografía, con grandezas y las tragedias que nos depara a cada uno nuestra historia familiar.
Supérstite única es mi tía Juanita Garrido Malaver, y van estas líneas, como un homenaje a las damas y varones que me criaron y cobijaron la mayor parte de mi infancia, de quienes recibí el cariño, la formación en honestidad y veracidad que hacen imperecederos sus recuerdos y lecciones. Los Garrido Malaver eran seres excepcionales.
En mi último libro “Mi padre en piedra”, le digo a mi padre, verso XXIII: “Tus hermanas fueron mis madres”. En la gran persecución mi madre, trabajaba para mantenernos. De lunes a sábado, estábamos encargados en la casa de mis tías, donde también vivía mi tío Helí, lo más cercano a ser mi padre. Pasábamos todo el día, hasta que al caer la tarde mi madre nos recogía para llevarnos al “Parque Abeja” a dormir.
Mi padre era el segundo y el más engreído por mi abuelo Isidoro Garrido Velásquez. La mayor y verdadera cabeza de familia era mi tía María Emperatiz: la mujer más recta y firme en sus creencias y dictados. Era química y trabajaba en el Hospital 2 de mayo hasta su jubilación. A ella le debo el haber aprendido matemáticas, la odiosa conversión de arrobas a quintales, de metros a yardas o pies, que se enseñaban antes.
Mi tía María era el tótem y a la cual todos acudíamos como la última palabra de autoridad y consulta frente a cualquier controversia. Era justa y certera; permaneció soltera y murió llena de virtudes, cariño y el respeto de todos los que frecuentábamos la casa de Prolongación Huamanga, y que le tributaremos siempre.
Dirigía la casa, a nosotros y los diferentes potajes que se cocinaban para sus ollas y mesa interminables. El abuelo Isidoro había diseñado una mesa en que cabíamos veinte o más en el patio central de la casa, que era el comedor, guarecido por un parral antiguo que nos cobijaba del sol y de la lluvia. Recuerdo que la parra daba uvas dulcísimas de vez en vez.
Cuando mi padre salió de prisión, mi tía María seguía siendo la jefe de la familia e incluso lo trataba como a un hijo más. Es la mejor madre que conociera, a pesar que nunca tuvo hijos (CONTINÚA).
Magdalena Del Mar, 12, marzo, 2012
Julio Garrido Malaver
Los Garrido Malaver (II)
Como era el menor de los primos que colmábamos la casa del parral de Prolongación Huamanga, era el engreído y preferido de mi tía Lucila. Mujer dulce, bella en mi recuerdo; sarca como mi padre, ( sarco o sarca significa: de ojos verdes en shilico). Pues bien; ella me tomó a cargo en mis tres años; me cuidaba, me daba de comer, me aseaba, peinaba y vestía. Me engreía con un amor tierno y dedicado que recuerdo siempre y se agolpan en las evocaciones que solemos hacer con una de sus hijas: mi prima Chabela Chávez Garrido, a la que frecuento más. Mi prima favorita.
Mi tía Lucila tuvo una enfermedad dura y fulminante que se la llevó para siempre en mis cinco años. Jamás he podido olvidar sus trenzas frescas de color castaño claro con las que yo jugueteaba a mi antojo. No hace poco Chabela, en una de las visitas que le hago, fue a su dormitorio, hurgó en sus documentos, papeles y recuerdos y me mostró una carta-poema que mi padre le escribió a su hermana cuando se enteró de su muerte estando en prisión. Es un testimonio literario desconocido, que no figura en libro alguno.
Con sus dos hijas, Elena y la mencionada, a pesar que eran mayores que yo íbamos al cine, a la Iglesia de Cocharcas en los Barrios Altos, ubicada a unas seis cuadras de la casa de Humanga; con ellas vimos películas en el salón de actos de la Iglesia, asistimos a la catequesis sabatina; ellas me llevaron a ver “La princesa que quería vivir”, o Sabrina, en su versión gringa, entonces amé eternamente a la linda flaquita inglesa Audrey Hepburn, vi las películas de Joselito, de Carmen Sevilla y la española, aún viva, Sarita Montiel. Además que me dieron la posibilidad de espectar el baile flamenco y apreciar el ballet por primera vez. Mi hermana, más tarde se haría bailarina de ballet.
Aprendí con todos mis primas y primos, con esos parientes, lo que era compañerismo, hermandad que los años no han deteriorado. Los Garrido Huaynate fuimos tres: María Agripina, que murió al nacer el 41; dolor que jamás supero mi padre; Julia María Agripina, nacida el 42 y yo nacido el 45. Con mi hermana Julia tuvimos la misma formación y hoy vive feliz desde hace más de 40 años en la Argentina, donde formó una familia maravillosa.
Y sin quererlo la vida me hizo escritor y viandante, al descubrir los mensajes que tengo cifrados en mi interioridad. Las Chávez Garrido, siempre han estado en mis reuniones más importantes, dando su cariño en representación (a veces) de la familia de mi padre; de cuyos hermanos solo vive aún mi tía Juanita, octogenaria cariñosa como bondadosa; quien trajo dos hombrecitos: lamentablemente uno fallecido a temprana edad y el otro la sigue acompañando ante la muerte de su esposo, un huanuqueño inolvidable en mis recuerdos.
Era hora que le rindiera homenaje a quienes me educaron, formaron y cuidaron ante la ausencia de mi padre; quien a su salida de la cárcel nos visitaba, anunciando su llegada con un silbido que aún tintinea en mis tímpanos con la misma ansiedad amorosa de siempre. (CONTINÚA).
Julio Garrido Huaynate
Los Garrido Malaver (III)
Tengo en mi morral de recuerdos material para escribir mucho al respecto; los Garrido Malaver fueron gente extraordinaria y estas notas me han dado la idea para escribir una novela bajo el signo evocatorio que Isabel Allende imprimió en “La Casa de los Espíritus”; sin embargo con lo presente quiero cerrar mi homenaje y reconocimiento a mis tíos, que fueron personajes señeros en mi vida.
Mi tía Delia era una trabajadora del antiguo Estanco del Tabaco, que quedaba Bajo El Puente-se decía así al Rímac-, justamente paralelo al río hablador: gran hacedora de pasteles, tortas y humitas inolvidables que laboraban en comandita con mis demás tías. No he vuelto a probar panetones como los hechos por ellas, con el sabor con los cuales celebrábamos la Navidad; posiblemente porque nadie los rociaba con tanto amor y ternura como sólo mis tías eran capaz de trasmitir, a pesar de un cierto encapsulamiento para mostrar sus sentimientos fácilmente. Pienso que es la serranía que tatúa el alma de los que nacen en esas coordenadas.
Mi tía Delia fue mujer de un solo hombre y trajo al mundo un solo hijo, mi primo Óscar Más Garrido (el más Garrido de todos nosotros, como bromeábamos); con quien siempre me reúno. Mi tío Luis Felipe, gran señor. Trabajó en el Seguro Social, era contador y mucha gente aún se acuerda de él por su señorío y cabalidad. Fue el patriarca del Sector Sétimo de La Victoria, el Fermín Ávila, gran luchador social y no político.
Con mi tío Felipe he cumplido en estos últimos años con una deuda que le tenía. Siempre me vio de una manera diferente y, meses antes de morir me dijo que él siempre creyó que yo sería escritor; ignoro que es lo que vio en mí. Cumplí con él un poco tarde.
Finalmente mi tío Helí: la comprensión humana y docente encarnada. Estudió tarde y se graduó de economista a los 40 años; como encontró tanto lío, miseria, envidias, rencillas y mafia, cuando ingresó a enseñar a la Villarreal, guardó su título y regresó a la carpintería; era demasiado decente para ese ambiente. Murió de carpintero, oficio de mi abuelo Isidoro, que compartió con todos sus hijos; incluido mi papá. Venimos de campesinos y de un ebanista que nos metió las fibras de la madera en el corazón.
Mi tío se dedicó a fabricar quenas, que las firmaba Raimon Tabanof; con el producto de esos instrumentos musicales educó e hizo profesionales a mis primos: a dos de ellos, (hombre y mujer), médicos graduados en la Cayetano y a un abogado en La Católica.
El ser más extraordinario que conociera en mi familia. Me sobrecogió su muerte tanto hace 14 años que aún no me repongo de su ausencia y se me viene su presencia en cada quena que escucho, sobre todo, en los días aciagos que me han tocado transitar.
Julio Garrido Huaynate

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