La especie, tímida o a voz en cuello, es alentada por los simpatizantes del muy desprestigiado Jorge del Castillo y pretende atribuir el envilecimiento, la puesta en valor del ejercicio político y la debacle terminal que pulveriza al Apra, con exclusividad al ex presidente Alan García Pérez. Lo divertido del asunto es que ¡ninguno de los que afirma la monserga puede tirar la piedra y esconder su vergonzoso pasado adláter del robusto Midas al revés que es Alan García Pérez!
De fraternidad colectiva que cantaba himnos, evocaba a mártires y hacía reminiscencia de una lucha que por largos años sólo tuvo tres opciones: encierro, destierro y entierro, gracias a la comercialización de la política que hicieron Alan y Jorge del Castillo, al alimón, por teléfono, consigna o conveniencia entrambos, hoy el Apra empequeñecida hasta el ridículo no cuenta en la escena nacional y si se atreviera a hacer un enjuiciamiento o análisis, lo más que recibiría acaso fuera una sonrisa de piedad y la demoledora acusación de ¡rateros! ¿O es que acaso el militante aprista no siente sobre sí la mirada reprobatoria y de asco de todo el resto de la comunidad política nacional? Deducir que todos los apristas son ladrones, es una infamia. Pero colegir que sí hay unos cuantos pícaros que hicieron de la política vil negociado culpable, es una afirmación incontestable.
La crisis moral del Apra tiene los ribetes ominosos de un cáncer terminal. La sartén le dice a la olla: no me tiznes y los que debaten, de uno y otro lado, son unánimemente beneficiarios de coyunturas que les procuraron casas, autos, viajes, patrimonio a nombre de segundos, terceros o cuartos y buena vida con riquezas que nunca podrán explicar por más Poderes Judiciales que extiendan certificados fraudulentos de buena conducta. ¡Cómo si no fuera un secreto a voces de qué pata cojean ciertas malas autoridades cuya tarifa en dólares o euros es parte de su “dignidad” profesional!
Lo interesante de los últimos días es que voces ajenas al Apra comienzan a entender que Alan García Pérez constituye un elemento que no hesitaría en aceptar cualquier respaldo con tal de volver a Palacio y con él las taifas de archiconocidos oportunistas a quienes seduce la vida muelle y porque están empeñados vitaliciamente: hay alguien que conoce de sus prontuarios con pelos y señales.
Ya destruyó Alan García al Apra y en este ejercicio nefasto contó con la anuencia y ayuda obrera de Jorge del Castillo. Son socios aunque a veces las diferencias de matiz los alejen por los caminos vulgares de la reyerta o el enfrentamiento a cuchilladas. Ninguno de los dos cruzaría el Rubicón de revelar más secretos que entre ellos conocen. La dependencia y supervivencia los juntan y hermanan al margen de cosméticas y fintas que ya no engañan del todo.
¿Sólo Alan destruyó al Apra? La respuesta es no. En este aniquilamiento participaron muchos que tuvieron ilusión y con el tiempo o dejaron la opción alanista o fueron expectorados de la misma. Quedaron quienes fueron correas de transmisión y los que escogieron el camino del asalto y la estafa en todas sus modalidades.
¿De qué se acusa a los apristas? ¿no es acaso cierto que por la acción innoble de unos cuantos forajidos ladrones y monreros, a todos los apristas se les considera vulgares delincuentes? ¡Que expliquen, tanto García Pérez como del Castillo por causa de qué esta voz popular que resuena a lo largo y ancho del país y que volvió microscópico al Apra!
Alguna vez Haya de la Torre refiriéndose, a Alan García Pérez, dijo: “este tipo es raro, se guarda los documentos” y entonces, muy joven, no aquilaté la sentencia. Todas las imposturas vinieron después: falsificación de fotos como la que apareció en Caretas y que mostraba a Alan García al pie de la cama de Víctor Raúl, lugar al que no accedió; el fraude del Congreso electoral de 1979, la balacera del Congreso en Trujillo en 1980, las derrotas múltiples y humillantes y a posteriori su meteórica carrera que le llevó a la presidencia en dos períodos: 1985-1990 y 2006-2011. El saldo es de atroz voltaje: nuevamente los términos ladrones, rateros, delincuentes.
A los apristas sólo queda una acción revolucionaria: licenciar a los fautores de la tragedia partidaria y botarlos. Que no llame la atención que pronto encuentren tienda y recursos para seguir de cazapuestos y canonjías en Palacio. De otro modo, seguirá la dolorosa y cruel agonía que todos niegan pero que nadie deja de observar con amargura.
Mientras que existan personajes como Alan García y Jorge del Castillo, no habrá posibilidad para el resto del universo político nacional de reivindicar a la política como ejercicio pulcro y en que las inteligencias tienen el reto de competir con obligatoria mirada de horizonte.
Y la situación del país no es un lecho de rosas. Por el contrario es de alta peligrosidad y estamos en pleno litigio jurídico con Chile. Y las sombras pasadas de 1836-39 y 1879-1883, tienen sus contornos rejuvenecidos por la falta de previsión y mirada de Estado de tanto inepto y fenicio metido a la cosa pública.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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