domingo, 18 de marzo de 2012

Vallejo, Ribeyro y Montaigne
Por Diego de la Torre 
Durante los últimos años ha cambiado de manera notable la percepción que tenemos los peruanos sobre nuestro país y sobre nosotros mismos.
Hemos superado esa letanía derrotista al estilo del cuento “Paco Yunque”, de César Vallejo, que tanto daño le hizo al país.
Vallejo fue un maravilloso poeta, digno de un Premio Nobel, pero creo que influyó de manera negativa en el subconsciente colectivo de los peruanos.
Por ejemplo, uno de sus famosos poemas empieza con la frase “yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”.
Con una actitud así no se crea algo grande, menos aun un ciudadano con mentalidad ganadora y sin complejos.
Para contrarrestar ese endémico pesimismo vallejiano, a nuestros hijos hay que decirles que han nacido un día en que Dios estaba contento y que el Peru es un país maravilloso.
Por otro lado, Julio Ramón Ribeyro, eximio escritor, tenía una narrativa que sublimaba y endulzaba el fracaso.
Basta leer sus cuentos “Espumante en el sótano” o “Alienación” para darnos cuenta de hasta qué punto su gran habilidad literaria hacía de la “tentación del fracaso” una cosmovisión aceptable y hasta atractiva.
Esto encontró y encuentra suelo fértil en los intelectuales, políticos y economistas que padecen de lo que Ludwig von Mises denominaba el Dogma Montaigne.
Michel de Montaigne, célebre escritor francés del Renacimiento, concluyó en su ensayo número veintidós que “la pobreza de los pobres se debe a la riqueza de los ricos”.
Está probado hasta el hartazgo que el Dogma Montaigne fue, es y será una monumental falacia económica.
Por el contrario, cuando se creó un marco legal que respetaba los derechos de propiedad y las leyes del mercado, se destapó la energía creadora y empresarial de las personas, permitiendo que se multiplique y extienda la riqueza para todos, tal como lo atestiguan más de trescientos millones de chinos que han salido de la pobreza en los últimos años.
Desafortunadamente, el Dogma Montaigne fue adoptado por Voltaire y Marx generando las carnicerías de la Revolución Francesa en el siglo XVIII y los genocidios de Stalin, Mao y Pol Pot en el siglo XX.
El Dogma Montaigne fue el caldo de cultivo de resentimientos y odios, así como de la disfuncional teoría comunista que ni siquiera los disciplinados y eficientes alemanes pudieron hacer funcionar.
Las malas ideas y teorías pueden ser radiactivas y tener consecuencias catastróficas durante siglos.
El Dogma Montaigne hizo sospechoso y culpable a quien con trabajo duro y honesto alcanzaba la prosperidad económica.
Por eso, nuestro país se estancó por muchos años.

La ponzoñosa frase del dictador Velasco “Campesino: el patrón no comerá más de tu pobreza” es producto típico del Dogma Montaigne.
Es obvio que muchos de nuestros intelectuales, periodistas, políticos e incluso economistas siguen adoptando este dogma sin saber que es uno de los errores conceptuales más grandes y perjudiciales de la historia.

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César Vallejo cumple 120 años

Por: Iván Thays | 16 de marzo de 2012 (EL Pais)

Jorge gobbi
Vallejo al polo. Foto: Jorge Gobbi
El poeta peruano está de aniversario y su nombre, desde hace una semana, aparece en las redes sociales como nunca antes. Pero no se trata de una celebración anticipada. Lo que ha ocurrido es que Diego de La Torre, Presidente del Pacto Mundial en el Perú, escribió hace unos días en la sección Economía del diario El Comercio un artículo llamado "Vallejo, Ribeyro, Montaigne" (lo pueden ver en esta página rebotado) donde alaba la calidad literaria de César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro, pero los acusa de haber creado "en el subconsciente colectivo peruano" una idea derrotista, depresiva, fracasada. El autor defiende la economía liberal y arremete contra la ideología izquierdista aplicando una cita de Montaigne, pero sobre todo pretende redactar uno de esos textos motivacionales que tantos empresarios, funcionarios o publicistas (bronceados bajo el sol de la idea de liderazgo que han leído en manuales de auto-ayuda o aprendido en talleres de coaching) han convertido en un dogma que debe inyectarse a la población como una dosis de optimismo que conduce a alcanzar el éxito económico y elevar la autoestima del país.
El artículo ha resbalado en el fangoso estanque de las redes sociales, donde miles de pirañas esperan diariamente su ración de carne fresca para despedazarla a mordiscos ("para la celebración mutua de la incompetencia", como dijo una escritora colombiana que cité en un post anterior), y el autor ha terminado empalado por tweets y comentarios en el Facebook con insultos y descalificaciones sin argumentos. Muchos de esos indignados no han leído, ni leerán, una línea de Julio Ramón Ribeyro o de César Vallejo, pero la simple crítica contra algo que representa "lo peruano" es suficiente para encender antorchas y salir de cacería. Felizmente, también han aparecido lectores con la suficiente capacidad de argumentación, conocimiento y análisis para demoler el artículo demostrando no solo el error de su fundamentalismo liberal, y lo irónico de que la cita inexacta de Montaigne en realidad sostiene lo contrario a lo que el autor del artículo supone, sino lo desacertadas, en más de un aspecto, que resultan sus opiniones sobre Ribeyro y Vallejo. No solo sustenta una idea improbable, como decir que una obra puede dañar el subconsciente nacional, o prejuiciosa, como dar a entender entre líneas que los autores representativos deben escribir libros optimistas para favorecer la autoestima de sus países, sino que, además, ha leído de manera superficial y frívola los autores que menciona, y en especial a César Vallejo, quien está muy lejos de ser un derrotista incluso en cuentos (a mi modo de ver de mala calidad literaria) como el célebre "Paco Yunque" que se menciona en el artículo. Y desde luego, tampoco lo es en poemas extraordinarios donde llama al despertar humano contra el dolor y la desesperanza, como "Los nueve monstruos", o poemarios que proponen el modelo de amor cristiano, aprendido de su madre, como piedra angular para la solidaridad universal, como España, aparta de mí este cáliz.
Lo que no llega a entender Diego de la Torre es que todos los artistas crean sus obras a partir del descubrimiento de las fracturas del mundo. Mario Vargas Llosa ha explicado hasta el hartazgo que los escritores escriben para "mejorar la realidad", y que esa necesidad aparece cuando se quiebra la relación con el mundo y empieza una actitud crítica. La pregunta que se hace Zavalita al inicio de Conversación en la Catedral ("¿En qué momento se jodió el Perú?") es, por extensión, la pregunta que nos hemos hecho todos los que alguna vez nos hemos volcado a la escritura: ¿en qué momento se jodieron todas las cosas? Pero también los lectores de ficción son conscientes de esas fracturas y se hacen esas preguntas, para incomodidad de quienes preferirían lidiar con seres humanos sometidos y bovinos, que acatan cualquier orden establecido. Vargas Llosa nos recuerda que los gobiernos fundamentalistas, como las dictaduras o las colonias, prohiben las obras de ficción porque crean un espíritu crítico. Las aventuras del Quijote no se podían importar durante el Virreinato del Perú porque la historia de un jubilado que un día, justamente a causa de leer tantos libros, se subleva contra la mezquindad del mundo y decide ser un justiciero, podía crear mentes pensantes, discordantes, que luego se convertirían en subversivas.
Es bizantino discutir si el Perú es un país lleno de fracasos y derrotas desde su origen como nación, y sus autores solo retratan ese estado permanente, o si son los autores los culpables de insertar en el peruano una idea distorsionada de su historia y de sus logros como país. Pero debe quedar claro que cuando César Vallejo escribe: "Yo nací un día en el que Dios estuvo enfermo" no está expresando una idea derrotista sino su disconformidad frente al mundo, atestiguando que existe una idea de justicia implantada por un superior (llámese Dios o quien sea) contra la que se subleva. En ese poema la frase se reitera una y otra vez (de ahí el título "Espergesia") aumentando el nivel de indignación del poeta y llamando al lector a indignarse también. ¿Es eso un autor derrotista? Si desconocemos, además, el contexto en el que escribe su obra póstuma César Vallejo (quien vivía en París por entonces), es decir la época de la vanguardia, los años de entreguerra europea y la Guerra Civil española, de la que estuvo muy cerca, jamás entenderemos que mucho de lo que consideramos versos "pesimistas" no son sino la respuesta a una época que produjo poemarios terribles y dolorosos como Caligramas de Apollinaire, Tierra baldía de TS Eliot o Residencia en la tierra de Pablo Neruda. El estilo de un autor es la suma de su visión particular, de su escuela literaria y de su época. El mérito de César Vallejo es advertirnos, en contra de la celebración ciega de la vida, el riesgo que acarrea esa ceguera: la gestación de un mundo a merced de las dictaduras y de los abusos contra la humanidad. César Vallejo murió en 1938, en París. ¿Es necesario recordar que Hitler inició su escalada de horror apenas unos años después?
Estoy en contra de ese patriotismo de nuevo cuño que celebra solo victorias y cuya misión principal es elevar la autoestima de los ciudadanos. Tampoco acepto el oportunismo de expropiar caras de escritores y citar frases sin contexto ("Hay hermanos muchísimo que hacer") para diseñar polos o billetes, y que sirven más como decorado para un folleto turístico que como inducción a la lectura o validación de un bien cultural. Hace 120 años nació César Vallejo y, por lo visto, la incomprensión que obtuvo de sus compatriotas contemporáneos (que lo hizo refugiarse en París y no regresar jamás) sigue vigente en este nuevo país puesto al servicio de la "Marca Perú". La poesía de César Vallejo, hermética, revolucionaria con el lenguaje, con un mensaje claro pero jamás condescendiente con el lector, sigue viva con el paso de los años y gracias a eso logra desmarcarse al mismo tiempo de quienes, como Diego de la Torre, quisieran convertirla en un slogan, y de sus irritados enemigos patrioteros de las redes sociales, lectores de tweets incapaces de dedicar quince minutos para intentar entender la profundidad humana y la genialidad de un poeta que es mucho más que un dibujo en una camiseta.
* Lamento que este texto supere las 1,000 palabras ofrecidas.

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