HAYA DE LA TORRE, O LA ADAPTACION DEL SOCIALISMO AL ESPACIO TIEMPO
AMERICANO
Torcuato S. Di Tella
Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) fue uno de los pensadores políticos más
originales, y al mismo tiempo influyentes, en América Latina. Creador del Partido Aprista
Peruano, pensó que éste podría ser uno de un conjunto de movimientos de ese tipo en otros
países del continente. De esa manera se sentarían las bases de una nueva Internacional,
reformista y popular. En esto tuvo sólo éxito parcial. Esa Internacional nunca se constituyó, pero
se crearon otros partidos de estructura parecida, en parte influidos por sus ideas, como Acción
Democrática de Venezuela, Liberación Nacional de Costa Rica, y la rama gaitanista del
Liberalismo colombiano. Algo más lejanos, se puede incluir al Movimiento Nacionalista
Revolucionario de Bolivia y al Febrerismo del Paraguay, y detectar influencias en el Socialismo
chileno y en el Radicalismo argentino.
Proveniente de una familia tradicional de Trujillo, la capital azucarera del Norte peruano,
que experimentaba un decidido descenso social, Haya de la Torre estudió en Lima y se incorporó
al activismo estudiantil, siguiendo la inspiración de la Reforma Universitaria argentina de 1918,
que planteó no sólo cambios educativos, sino la necesidad de que los estudiantes se
involucraran en la acción reivindicativa de las masas.
Las condiciones para movimientos de este tipo no eran propicias en el Perú, que entre
1919 y 1930 pasaba por la dictadura desarrollista de Augusto Leguía ("el Oncenio"), que lo forzó
a exiliarse en 1924. Decidió entonces realizar estudios de antropología en la Universidad de
Oxford, pasando antes por México, donde quedó impactado por la experiencia de la Revolución
Mexicana. Era el final del gobierno de Obregón, con un sinnúmero de iniciativas de orden
económico, social y cultural. Parecía que se había encontrado ahí una fórmula autóctona, basada
en la propia tradición de lucha política de las masas, a diferencia de la tendencia de las elites
intelectuales a imitar los modelos europeos, de tipo liberal o socialista. Haya de la Torre pensaba
que en el resto del continente se podía emular un modelo generado en la propia región.
Además, la estructura social del Perú era bastante parecida a la de México, aunque con menor
desarrollo económico y una historia algo menos violenta.
Haya formó en México la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). A diferencia
de las Internacionales de origen europeo, el nuevo movimiento se basaría en una alianza
multiclasista con apoyo obrero y campesino pero, dada la debilidad de esas clases, bajo la
dirección de un tercer componente, la clase media. Ésta, en América Latina, a diferencia de
Europa, era parte de los sectores desposeídos y no furgón de cola de los dominantes. Así, al
menos, lo veía Haya, y lo elaboró en libros que fue desarrollando a partir de los años treinta,
cuando pudo volver a su patria por un breve período de democracia para organizar la sección
peruana del aprismo, o Partido del Pueblo.
1
En el pensamiento de Haya se nota una fuerte influencia del marxismo, mezclada con
elementos fabianos socialdemócratas absorbidos durante su larga estadía en Gran Bretaña como
1
. Luis A. Sánchez, Haya de la Torre y el Apra, Santiago de Chile, Pacífico,
1955; Felipe Cossío del Pomar,
Haya de la Torre, el indoamericano, 2a ed., Lima,
Nuevo Día, 1946; Eugenio Chang Rodríguez,
La literatura política de González
Prada, Mariátegui y Haya de la Torre
, México, Studium, 1957; Julio Cotler,
Clases, Estado y nación en el Perú
, 4a ed., Lima, Instituto de Estudios Peruanos,
1987; Carol Graham,
Peru's Apra: parties, politics and the elusive quest for
democracy
, Boulder, Lynne Rienner, 1992.
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estudiante en Oxford. Según contaba a sus amigos y discípulos, no perdía ocasión para ir a
Londres a instalarse en la barra de la Cámara de los Comunes, observando la increíble esgrima
de los líderes partidistas del único Parlamento que funcionaba en el mundo. Influenciado por el
ambiente intelectual ecléctico de la isla argumentaba, en polémica con el leninismo, que aunque
en los países de alto desarrollo se podía pensar en un partido (revolucionario o reformista) de la
clase obrera, ello era imposible en regiones apenas tocadas por la industrialización.
¿Lo que estaba sobre el tapete, se podría argumentar, era entonces una "revolución
burguesa"? No exactamente, porque tampoco la burguesía, excesivamente enfeudada al
imperialismo, tenía en estos parajes la suficiente fuerza para intentar su acceso al poder. Lo que
se precisaba era crear un instrumento político nuevo, equivalente al que en Rusia había forjado
Lenin, pero bajo condiciones diversas. Una alianza de las masas desposeídas, dirigidas por la
clase media, tenía posibilidades de acceder al Estado, y desde ahí, con fuerte gestión
planificadora e intervencionista, dirigir el crecimiento económico y las reforma s sociales, que
incluirían, como en México, reforma agraria, industrialización y seguridad social.
Pero el programa económico debería tener en cuenta algunos de los enfoques clásicos de
Marx, o aún del Lenin autor del
Desarrollo del Capitalismo en Rusia, más que de la práctica del
líder soviético. Esos planteos teóricos hacían prever la imposibilidad de construir el socialismo en
ausencia de un intenso desarrollo capitalista. Si ese desarrollo capitalista no existía, sólo podía
efectuarse una revolución burguesa, nunca una socialista. Pero la burguesía, en países
periféricos, no tenía suficiente capacidad de acceso al poder, y temía agitar a las masas para no
verse superada por ellas. Por eso Lenin argumentaba que sería preciso hacerle su trabajo,
reemplazándola en su rol histórico, cobrándole, claro está, un precio bastante alto, que en la
experiencia soviética terminó resultando confiscatorio.
La elite revolucionaria, que para Lenin debía formar la dirigencia del partido, reclutada en
no importaba qué ambientes sociales, ejercería el poder de manera provisoria, sin constituirse
en clase, dando tiempo a los sectores obreros para madurar, y haciendo trabajar a la burguesía
en lo que ella sabía, que era la producción de bienes y servicios. La burguesía seguiría siendo
propietaria, ejerciendo por lo tanto gran parte del poder social, pero no el político. Este difícil
equilibrio resultó imposible en la Unión Soviética, y finalmente la burguesía fue desposeída,
mientras que el partido se transformó, de manera no prevista por la teoría pero sí por sus
críticos, en núcleo de una nueva clase dominante, la burocracia estatal.
Para Haya, en cambio, era necesario actuar de manera más explícita como alianza de
tres clases, incluyendo a la clase media más que a la burguesía -- aunque los límites no son
claros entre ambas -- y robusteciendo al conjunto con el poder estatal. Para acelerar el
desarrollo económico era preciso aceptar la participación del capital extranjero, pero a él no se
lo podría obligar a trabajar bajo amenaza, como pensaba hacerlo Lenin en Rusia. Cierto es que
Haya decía que tanta necesidad tienen los plutócratas internacionales de invertir sus capitales
en las zonas de la periferia, como éstas de recibirlo. Pero llegar a un acuerdo de convivencia con
tamaños pescados gordos no sería fácil.
Haya planteaba lo que él llamaba el
Estado de los Cuatro Poderes, como forma de aunar
esfuerzos para estimular el desarrollo económico. El Cuarto Poder sería el económico, y se
expresaría en una cámara corporativa, con representación "cualitativa" del Capital y el Trabajo,
aparte de otros sectores de la cultura, o instituciones como las Fuerzas Armadas o la Iglesia.
Debería también incluir al capital extranjero, porque en los países de la Periferia el imperialismo
es la primera etapa del capitalismo, no la última, como señalara Lenin.
2 Era mejor tener a todos
2
. Haya de la Torre quiso dar respaldo científico a su afirmación de que el
contexto social en los países de la Periferia es radicalmente distinto al de los
países centrales, y en un momento no demasiado feliz sugirió una vinculación con
el concepto de
espacio tiempo de la teoría de la relatividad einsteiniana. Esta
metáfora no debe ser tomada demasiado en serio, estando más bien destinada al
consumo de una intelectualidad semiinstruída, necesitada de ideas-fuerza
impactantes. De todos modos, le ha valido críticas muy serias de intelectuales
que, en cambio, encaran sin predisposición irónica los silogismos de la
dialéctica hegeliana.
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estos grupos adentro que afuera, o sea, legitimizar en un órgano constitucional la influencia que
de todos modos se las arreglaban para ejercer. Así estarían má s controlados, y se crearía un
ambiente propicio para el diálogo y los pactos. En cierto sentido, de esta manera se compensaba
la ausencia de un partido conservador con suficiente fuerza electoral; también se le aseguraba a
los sindicatos una bancada propia.
3
Era preciso, además, tener un partido bien organizado, con militantes disciplinados, y
una figura carismática a su frente, la cual constituía la única forma de liderazgo comprensible
para la mayoría del pueblo. Identificaba al tipo de nacionalismo que propugnaba como
Indoamericano
, refiriéndose al antiguo término español de Indias Occidentales, evitando el
término
Latino que obviamente no se le aplicaba a gran parte de la población del continente. El
aprismo intentó llegar a las masas indígenas, pero en la práctica no le era fácil a sus militantes
de clase media o cholos costeños el acceder a ese tipo de población, que vivía en lugares
alejados y desconociendo el español.
4
En alguna medida Haya de la Torre recibió el impacto de la movilización de masas que ya
Hitler estaba realizando a fin de la década del veinte en Alemania. Sin tener ninguna simpatía
por el fascismo, llegó sin embargo a la conclusión de que bajo ciertas condiciones sociales la
conjunción de un líder especialmente dotado, con una masa que busca soluciones mesiánicas,
puede constituirse en una fuerza arrasadora. ¿Podría él mismo cumplir ese rol, en otro "espacio
tiempo" socio cultural, y con una ideología completamente distinta?
De hecho, tanto Haya como su temprano colaborador y luego rival, el marxista José
Carlos Mariátegui (1894-1930), fundaron religiones políticas en el Perú, creando fuerzas sociales
cuyo poder radicaba precisamente en su capacidad de generar esos sentimientos de mesianismo
colectivo. Esto tenía poco que ver con las doctrinas marxistas o evolucionistas socialdemócratas
que predicaban. Cuando Haya criticaba a los marxistas latinoamericanos por proponer una
revolución basada en la clase obrera se equivocaba respecto a la práctica -- dejando las ideas
aparte -- de sus adversarios. Sus observaciones se aplicaban más a los socialdemócratas que a
los comunistas, pues éstos, a pesar de sus declaraciones clasistas, de hecho centraban su
práctica en la formación de una elite de origen no necesariamente obrero. Esa elite, férreamente
disciplinada, debía construirse mediante métodos y experiencias que trascendían completamente
el arsenal teórico de Karl Marx. Haya de la Torre, por su parte, se concentró en producir la
mística de cuya necesidad hablaba, a través del culto de la personalidad, lo que implicaba una
mutación en el tradicional caudillismo de la región.
La polémica con Mariátegui y el marxismo
Al mismo tiempo que se difundía el aprismo, no sólo en el Perú sino en el resto del
continente, durante los años veinte y treinta, otros sectores de la intelligentsia preferían adoptar
la nueva variante del marxismo que se inspiraba en la experiencia soviética. José Carlos
Mariátegui fue el principal representante de esta corriente, que en su caso implicó un esfuerzo
por adaptarse a las condiciones locales, especialmente al reconocer al problema indio como el
número uno en el Perú y otros países andinos. Esta fue la principal contribución de sus
influyentes
Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Rechazando todo tipo
de explicaciones raciales o culturales, e influenciado por los trabajos del antropólogo Luis E.
3
. Este elemento corporativista en el pensamiento de Haya de la Torre no debe
asignarse a influencias fascistas, sino a otras previas, de raíz liberal, que se
pueden rastrear desde Herbert Spencer a Émile Durkheim, sin excluir a John Stuart
Mill.
4
. Víctor Raúl Haya de la Torre, Obras completas, 7 vols., Lima, García Baca,
1976-1977. Una buena síntesis se encuentra en su libro
Treinta años de aprismo,
México, Fondo de Cultura Económica, 1956. Ver también Harry Kantor,
Ideología y
programa del movimiento aprista
, México, Humanismo, 1955; Robert Alexander,
comp.,
Aprismo: The Ideas and Doctrines of Víctor Raúl Haya de la Torre, Kent,
Ohio, Kent State University Press, 1973; Thomas M. Davies y Víctor Villanueva,
comps.,
Trescientos documentos para la historia del Apra, Lima, Horizonte, 1978.
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4
Valcárcel y su
Grupo Resurgimiento basado en el Cuzco, afirmaba que el latifundismo era el
principal responsable por la miserable condición de la población aborigen.
Muchos marxistas, aunque solidarios con las masas indias explotadas, no creían que ellas
podían ser transformadas en una palanca de cambio. Según ellos era necesario esperar a que el
capitalismo se desarrollara, o bien a que fuerzas revolucionarias prendieran en la clase obrera
urbana; una excesiva concentración entre los indígenas podría llevar al
populismo -- palabra
maldita -- condenable tanto en su vieja versión rusa como en otra local. Mariátegui, en cambio,
pensaba que la población autóctona podría ser adecuadamente dirigida y estimulada a la acción
por una elite dedicada. Para ello era más necesario un sentido heroico de la vida, que un culto
del determinismo económico. Al determinismo se lo veía como una característica de la
despreciada socialdemocracia, más que de un marxismo bien entendido.
5
En la transición a una sociedad socialista había que basarse en los hábitos colectivistas
de los indios. "El comunismo inkaico, que no puede ser negado ni disminuido por haberse
desenvuelto bajo [un] régimen autocrático" proveería las bases para futuras instituciones, y
estimularía la imaginación, para formar, junto al socialismo, un poderoso mito, equivalente a
una religión.
6 Desgraciadamente, la lucha contra el feudalismo no podía basarse en la
burguesía, debido a la debilidad de esta clase en la realidad latinoamericana, y sobre todo
peruana.
Habiendo vivido varios años en Italia como periodista, Mariátegui adquirió un
conocimiento de primera mano de la política y de las ideologías de su tiempo, tomando
libremente de fuentes marxistas así como del pensamiento de Benedetto Croce, Henri Bergson y
Georges Sorel. El mecanicismo evolucionista de la Segunda Internacional debía ser
reemplazado, en su visión, por una intepretación más adecuada de cómo ocurre el cambio
social, que diera su lugar a la voluntad humana. Sorel con sus
Consideraciones sobre la
Violencia
, había sido el primer genuino revisionista científico del corpus marxista, al señalar el
rol del voluntarismo y de la creencia en un mito de naturaleza semirreligiosa. La práctica
leninista, y la experiencia de la Unión Soviética, demostraban la importancia que podía llegar a
tener una elite: aún cuando allá no había en un principio una aristocracia privilegiada en el
campo revolucionario, ciertamente existía una elite, dedicada a implementar las
transformaciones sociales en curso. En cambio, las revoluciones en Alemania e Italia habían
fracasado porque, aunque las masas estaban preparadas, la elite había fallado, al retener la
mayor parte de sus integrantes sus antiguos hábitos reformistas.
7
Desde la Derecha -- o el Centro -- no tardó en llegar una respuesta a estos planteos. El
escritor católico Víctor Andrés Belaúnde (1883-1966), en su obra
La realidad nacional (1930),
que en la práctica es un largo comentario a los
Siete Ensayos, señalaba la dificultad de organizar
la producción si se llevaba a cabo una radical expropiación agraria. Los peones de la Sierra, o los
obreros de las plantaciones capitalistas costeñas, no podrían dirigir las empresas socializadas sin
capital o tecnología, que, suponía, sólo podían ser provistas por los capitalistas.
Mariátegui, consciente de esta crítica, había señalado repetidamente que para
desempeñar esas funciones se necesitaba una elite, aún cuando sin detallar sus características.
Pero no quedaba claro cómo se formaría ese grupo dirigente en cantidad suficiente para
desempeñar las nuevas tareas administrativas. Los apristas respondían a esa objeción a través
5
. "Sentido heroico y creador del socialismo", en Defensa del Marxismo, 11a. ed.,
Lima,
Amauta, 1981, pp. 71-74. Este libro, publicado póstumamente, se basa en una
serie de artículos escritos en la prensa limeña al final de la década de 1920, y
reproducidos en su revista
Amauta.
6
. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, 45a ed., Lima, Amauta,
1982, p. 54.
7
. "Henri de Man y la 'crisis' del Marxismo", Defensa del marxismo, pp. 19-23;
"El problema de las elites",
Variedades, Lima, enero 7, 1928, reproducido en El
alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy
, 7a ed., Lima, Amauta, 1981,
pp. 48-53.
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de incluir a las clases medias en la coalición revolucionaria. Mariátegui, en algunos momentos,
no negaba la necesidad de establecer, temporariamente, una más amplia coalición, pero debería
ser sólo eso, no una fusión, como quería Haya. Esto generó una ruptura en la relación entre
ambos, que había sido de colaboración en los primeros momentos del lanzamiento del APRA.
Mariátegui formó entonces el Partido Socialista, que debería ser una organización obrera y
campesina, y que poco después de su muerte (1930) se convirtió en Comunista. Mariátegui,
aunque solidario con la Tercera Internacional, prefería un movimiento más autónomo. Sus ideas
fueron prontamente denunciadas como pequeño burguesas y populistas, aunque su imagen fue
luego, desde los años cincuenta, rehabilitada por los teóricos soviéticos.
El debate entre el aprismo y el marxismo latinoamericanos fue muy central para el
pensamiento de la izquierda desde los años treinta a la Segunda Guerra Mundial. Haya
argumentaba que tratar de construir un partido revolucionario sobre la base de la clase obrera -
- como lo proclamaba tanto la
teoría comunista como la socialdemócrata -- era sólo realista en
países con un alto nivel de desarrollo, pero no en América Latina. Se dio un cierto
quid pro quo
en este debate, porque las críticas de Haya de la Torre se aplic aban más a la teoría que a la
práctica
comunista, pues ni Rusia ni China llenaban los requisitos de alto desarrollo planteados
por el marxismo, ni tampoco tenían una numerosa y fuerte clase obrera. El hecho era que el
leninismo ya había adaptado la teoría marxista, para adecuarse a las condiciones de los países
de la periferia, aún cuando sin ser tan explícito al respecto como Haya de la Torre. El partido de
Lenin era una amalgama de obreros, campesinos y miembros rebeldes de las clases medias en
crisis, estos últimos libres -- se suponía -- de determinación clasista, pero en la práctica
equivalentes a la tercera pata de Haya de la Torre. En fin de cuentas, tanto el aprismo como la
variante leninista del marxismo se convirtieron en una especie de segunda naturaleza mental y
emocional para una gran parte de la intelligentsia insegura, ansiosa y
déclassée de la región.
El concepto de populismo
El concepto de
populismo, bestia negra de los análisis de Lenin, y aún hoy usado
ampliamente como sinónimo de desgobierno, tiene una larga tradición que data de hace más de
un siglo, para referirse a movimientos políticos de fuerte apoyo popular, pero sin una ideología
socialista. En un libro publicado en 1969 Ernest Gellner y Ghita Ionescu juntaron una serie de
ensayos dedicados a caracterizar a este tipo de movimientos.
8 En ese volumen se hacía una
breve referencia a los "populismos" norteamericano y ruso del siglo XIX, que a pesar de ser
designados con ese nombre eran realmente una cosa bastante distinta de la que más
recientemente ha recibido ese nombre, y que se ha difundido desde los años de entreguerras.
Es preciso entonces aclarar un poco el significado del término, que se ha usado en
demasiadas formas distintas, incluso para designar a políticos conservadores que apelan a los
sentimientos o los prejuicios populares, aunque por otra parte son incuestionablemente parte
del Establishment, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, o más cerca nuestro Fernando
Collor de Melo. Aunque no es cuestión de discutir por palabras, este uso excesivamente amplio
del término no es útil, porque puede ser aplicado prácticamente a cualquier dirigente capaz de
ganar una elección.
Por otro lado, al fascismo, aunque en general muy hábil en movilizar a las masas -- o a
cierto tipo de masas -- es mejor colocarlo en otra categoría, aunque tenga puntos de contacto
con el populismo. Este último concepto debe emplearse para expresiones políticas que tienen la
capacidad de estimular a la acción a masas con poca organización autónoma, lanzándolas
contra
los privilegios de las clases más acomodadas
, aún cuando un sector de las elites se les pliega, o
aún contribuye a dirigirlas.
9
8
. Ernest Gellner y Ghita Ionescu, comps, El populismo, Buenos Aires, Amorrortu,
1970; David Apter,
The Politics of Modernization, Chicago, Chicago University
Press, 1965.
9
. En este sentido es preciso decir que cuando Collor embestía contra los
privilegios y "mordomías" de los altos funcionarios estatales, estaba desviando
la atención de los verdaderos privilegiados, acerca de los cuales no hablaba. Por
eso es que, a diferencia del Vargas trabalhista, o un Goulart o un Brizola, no se
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6
Los casos mejor conocidos vienen de América Latina, especialmente en la Argentina
(peronismo), Brasil (varguismo), Bolivia (Movimiento Nacionalista Revolucionario) y México (los
herederos de la Revolución, especialmente el Gral Cárdenas en los años treinta), con una
variante más liberal o democrática en Perú (Aprismo) y en Venezuela (Acción Democrática). En
Cuba Fulgencio Batista fue otro practicante temprano, y sin duda Fidel Castro es una expresión
del mismo tipo de relación entre líder y seguidores, basada en un vínculo carismático más que
en consideraciones ideológicas.
10
Sin embargo, no todos los países han tenido fenómenos duraderos de este tipo, siendo
Chile y Uruguay las excepciones más notables. Por otra parte, Brasil, tierra clásica del
populismo, ha visto casi desaparecer al varguismo (salvo en su versión brizolista), reemplazado
por una serie de movimientos conservadores y centristas, a menudo regionales, y por un
fenómeno nuevo, el radicalmente izquierdista Partido dos Trabalhadores (PT).
El populismo tiende a tomar el lugar de lo que sería un movimiento laborista o
socialdemócrata -- o de un partido como el Demócrata norteamericano -- si las condiciones
económicas y culturales estuvieran más maduras. En un país en desarrollo las tensiones sociales
tienen gran tendencia a generar minorías insatisfechas, a menudo desesperadas, en las partes
altas o medias de la pirámide, incluyendo en algunos casos al clero y a las Fuerzas Armadas. Su
presencia muy estratégica en la coalición popular hace la diferencia con la pauta
socialdemócrata o laborista. Esta heterogeneidad del populismo puede ser causa de divisiones,
especialmente si las condiciones sociales llegaran a ser más parecidas aún cuando más no sea a
las de ciertos países del Mediterráneo de hace dos o tres décadas. Pero es preferible por ahora
no entrar en esa futurología.
En definitiva, entonces, es posible definir al populismo como un movimiento político
(i) basado en un sector popular movilizado pero aún no suficientemente organizado de
manera autónoma,
(ii) dirigido por una elite enraizada en los escalones medios o altos de la sociedad pero
antagonizada con la mayor parte de sus pares, y
(iii) unificados sus bastante heterogéneos componentes mediante un vínculo carismático
y personalizado entre dirigentes y seguidores, basado en factores sociales y culturales típicos de
la periferia (también presentes, aunque de manera distinta, en países del Primer Mundo, pero
sólo en momentos de crisis agudas).
Según cómo operen estos factores, se tendrán diversos tipos de populismo,
principalmente como consecuencia del tipo de elites anti status quo incorporadas.
11
Estas elites pueden estar ubicadas
(a) en las clases altas o medias altas, o grupos estrechamente ligados a ellas, como los
militares y el clero; o bien
(b) en las bajas clases medias, incluyendo sectores de la intelligentzia.
Es preciso ser cuidadoso en detectar la composición social de la elite movilizadora,
evitando autodescripciones de base ideológica. Por cierto que las revoluciones "socialistas" que
de hecho han existido han tenido como componente esencial una dirigencia de origen no obrero.
De hecho, el
¿Qué hacer? de Lenin debería considerarse, leído con suficiente cuidado, como la
puede realmente ubicar a Collor como populista.
10
. Michael L. Conniff, comp., Populism in Latin America, Tuscaloosa, University
of Alabama Press, 1999.
11
. Para un primer análisis de este fenómeno ver mi artículo "Populismo y reforma
en América Latina", en
Desarrollo Económico 4, 16 (1965), incorporado en
Sociología de los procesos políticos
, Buenos Aires, Eudeba, 1986. Para enfoques
alternativos, Ernesto Laclau,
Politics and Ideology in Marxist Theory, New York,
New Left Review, 1977, cap. 4; Robert Dix, "Populism: Authoritarian and
Democratic",
Latin American Research Review 20, 2 (1985); Emilio De Ippola,
"Ruptura y continuidad: claves parciales para un balance de las interpretaciones
del peronismo",
Desarrollo Económico 29, 115 (1989).
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7
Biblia acerca de la necesidad de una tal elite bajo condiciones de relativo atraso.
Inicios del antagonismo entre militares y apristas
Para volver a la historia del aprismo, es preciso concentrarse en la coyuntura del año
1930, cuando la crisis económica creó condiciones para un golpe de Estado que terminó con la
larga dictadura de Augusto Leguía, disidente de la más tradicional fuerza conservadora, el
Civilismo. Los militares golpistas de 1930, dirigidos por el Coronel Luis Sánchez Cerro,
intentaron perpetuarse en el poder mediante elecciones controladas. Sánchez Cerro, de origen
modesto y marcadamente mestizo, tenía una buena imagen para ser líder popular, y lo intentó,
basándose en la simpatía que generó al voltear a la dictadura. Formó una Unión Revolucionaria,
claramente personalista, compitiendo con el otro partido más genuinamente populista, y de muy
diferentes orígenes ideológicos, el aprismo.
12
Los apristas sostienen que en las elecciones de 1931 ellos ganaron, y que el fraude les
birló la victoria. El hecho es que planearon enseguida la insurrección, buscando algunos aliados
militares. Consiguieron en 1932 copar la ciudad de Trujillo, centro azucarero norteño donde
tenían un gran número de adherentes. Al ser rodeados por fuerzas militares superiores
asesinaron a unos cuantos oficiales que tenían presos. La retribución, cuando a los pocos días
las Fuerzas Armadas se adueñaron de la ciudad, fue terrible, con miles de militantes apristas
llevados en camiones a ser fusilados y enterrados en tumbas cavadas por ellos mismos. Desde
entonces el odio cerval entre apristas y militares ha dominado la historia del país por décadas.
La venganza no se hizo esperar, y en 1933 una bala aprista abatía a Sánchez Cerro. Su
partido se desintegró, y su sucesor fue otro militar que mantuvo un sistema muy cerrado. Los
apristas seguían intentando golpes de mano, con Haya de la Torre en general en el destierro, y
muchos militantes presos. Luego otra bala tronchó la vida del director del diario conservador El
Comercio, que desde entonces juró no referirse más a ese partido, ni siquiera en la sección
policial.
En 1939, al tocar la renovación presidencial, se buscó una normalización constitucional,
facilitándose la elección -- con el aprismo excluido -- de Manuel Prado (1939-1945), banquero y
representante de la tradición civilista conservadora, que compensaba su falta de votos con su
abundancia de pesos. La atmósfera de cooperación antifascista vigente durante la Segunda
Guerra Mundial influyó para que este régimen introdujera un mayor respeto cívico, pero siempre
sin permitir las actividades apristas, a pesar de que en esos mismos años Haya evolucionaba de
manera asaz reformista y solidaria con el esfuerzo bélico aliado. El problema era saber qué iba a
ocurrir al terminar el mandato de Prado.
El aprismo se había difundido fuertemente en el país, sobre todo en ciertos enclaves que
concentraban a una mano de obra a menudo de reciente origen rural, pero que experimentaba
serios enfrentamientos laborales. Éste era el caso sobre todo en el norte azucarero, donde se
formaría con el tiempo el famoso "bastión aprista" de los departamentos de La Libertad y
Lambayeque, centrados en la ciudad de Trujillo. Ahí un escaso número de grandes empresas,
nacionales y extranjeras, habían desplazado a un preexistente estrato de pequeños y medianos
productores, afectando incluso a miembros algo periféricos de las clases altas en decadencia,
uno de los cuales era precisamente Haya de la Torrre. Otra importante concentración, esta vez
minera, de cobre, plomo y otros metales, se daba en Cerro de Pasco, localidad de los valles
andinos centrales, en la llamada Sierra. Ahí una fuerte empresa extranjera generaba como
oposición un temprano sindicalismo y un sentimiento antiimperialista. En el litoral Norte había
también concentraciones debidas al petróleo, y en otras partes de la costa el algodón producía
núcleos numerosos de mano de obra (aunque no comparables con los azucareros) y una presión
proletarizante sobre antiguos propietarios, ocupantes o arrendatarios consuetudinarios, que de
esta manera pasaban, no sin un intenso resentimiento, a engrosar las filas proletarias.
El sindicalismo había tenido un temprano desarrollo en la ciudad de Lima, ya desde
mediados del siglo XIX, aunque con orientaciones moderadas mutualistas. El anarquismo
comenzó a influenciar al movimiento obrero en la primera década de este siglo, y en 1919
12
. Orazio Ciccarelli, The Sánchez Cerro regime in Peru, 1930-1933 (Microfilm,
tesis doctoral inédita, Universidad de Florida, Gainesville, 1969).
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protagonizó dos huelgas generales. En cierto sentido, el Oncenio leguiísta fue una respuesta a
esa amenaza de rebelión popular. Ahora era el aprismo el heredero de esas tradiciones rebeldes,
y en buena medida pudo incorporar a la dirigencia anarquista que, muy enfrentada con el
naciente comunismo, evolucionó en esa dirección. El aprismo, entonces, se convertía en
expresión sintética de amplios sectores sindicales, más núcleos intelectuales universitarios, y
militantes de una clase media provinciana muy endeble, que resentía los efectos del capitalismo
tanto local como internacional, con el cual no podía competir.
13
El Partido Comunista, de fiel observancia pero con poco respaldo popular, utilizó en su
lucha contra el aprismo las más diversas estrategias. Aprovechó las mayores garantías
constitucionales existentes durante el gobierno conservador de Prado (1939-1945), lo que le
permitió formar núcleos sindicales abrigados de la competencia aprista. Su entusiasmo por el
mandatario conservador que aparentemente conducía al país hacia la redemocratización lo llevó
incluso a bautizarlo con el exagerado y en el fondo inmerecido nombre de "Stalin peruano".
Las complejas estrategias en la lucha contra la dictadura y la proscripción
Al final Manuel Prado otorgó elecciones libres en 1945, pero de nuevo sin permitir la
participación del Partido Aprista, visto como una mera secta criminal. Haya decidió entonces dar
la orden de votar por un candidato progresista de centro, José Luis Bustamante y Rivero, que de
esa manera llegó a la presidencia. Los apristas, que en parte entraron a la Cámara bajo las
siglas de sus aliados, consiguieron formar el mayor grupo de diputados, dirigidos desde la
sombra por su líder ya retornado al país, y que había evolucionado en sentido moderado,
decidido a cooperar con los sectores progresistas de los Estados Unidos, especialmente los
sindicatos y el ala izquierda del Partido Demócrata.
Pero la alianza con Bustamante no duró mucho. Las tradiciones rebeldes del Apra se
impusieron, a pesar de las nuevas actitudes promovidas por Haya, y fueron responsables de olas
de huelgas, y de intentos subversivos, de los cuales uno basado en marineros apostados en el
Callao. La reacción gubernamental se hizo sentir enseguida, con una ilegalización del Apra, y al
poco tiempo las Fuerzas Armadas intervinieron, dirigidas por el Gral Manuel Odría (1948-1956).
Odría, inspirado en modelos falangistas, tuvo el apoyo de la Derecha nacional e
internacional, y se benefició de una época de prosperidad, que le permitió intentar políticas
sociales. La ciudad de Lima y otros centros urbanos crecieron, albergando a una numerosa
población que se hacinaba en barrios marginales. La construcción de viviendas en esas zonas,
aunque insuficiente, permitió a Odría gozar de una cierta popularidad. Al comienzo de los años
cincuenta quiso emular el proceso argentino, en un contexto continental donde se daba el
retorno, en vestes populistas y democráticas, de antiguos dictadores como Vargas e Ibáñez.
Pero las condiciones del país eran distintas, entre otras cosas porque ya existía un populismo
fuertemente arraigado, el Apra, que no estaba dispuesto a colaborar con él.
Odría no consiguió en medida suficiente el apoyo popular, pero con los amagues que hizo
amedrentó a la Derecha, que súbitamente redescubrió sus convicciones democráticas (siempre
que no llevaran a una victoria aprista). Es así como hacia 1956 las presiones provenientes de
diversos sectores de la sociedad, incluyendo una buena parte de la opinión norteamericana que
deseaba ver al continente libre de dictadores impresentables, forzaron a convocar una elección.
Esta debía ser competitiva y libre, aunque, claro está, sin los apristas.
La Derecha se presentaba de nuevo con Manuel Prado, de buenos antecedentes, aunque
siempre sin votos. En la Izquierda había varios pequeños partidos sin mucho peso. El gran vacío
era el creado por la ausencia del Apra. ¿Quién podría ocuparlo? Odría pensaba que él, o su
sucesor delegado (porque él había aceptado no candidatearse) podría conseguir un buen sector
de votos populares, especialmente en las afueras de Lima, lo que sólo de manera muy parcial
13
. Peter Klarén, Las haciendas azucareras y los orígenes del APRA, Lima,
Instituto de Estudios Peruanos, 1970; Michael J. Gonzales,
Plantation Agriculture
and Social Control on Northern Peru, 1875-1933
, Austin, University of Texas
Press, 1985; Imelda Vega Centeno,
Aprismo popular: mito, cultura e historia,
Lima, Tarea, 1986 e
Ideología y cultura en el aprismo popular, Lima, Tarea, 1986.
Haya de la Torre, o la adaptación del socialismo al espacio tiempo americano
Torcuato S. Di Tella
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ocurrió. La nueva estrella que se levantaba en esos momentos era la del Arquitecto Fernando
Belaúnde Terry, que formó un nuevo partido, Acción Popular, con características que lo
asemejaban a la Democracia Cristiana, con mucho apoyo de sectores profesionales acomodados
con responsabilidad social. Lanzó un programa para reemplazar al Apra, procurando canalizar
ese electorado hacia el posibilismo que representaba su candidatura.
Ante esta situación, se esperaba que el Apra apoyara a Belaúnde. No ocurrió así, sin
embargo. El argumento dado por Haya era que si los votos apristas daban la victoria a
Belaúnde, un hombre sin estructura partidaria propia, se volvería a dar la situación de 1945-
1948, en que bajo el manto del débil Bustamante y Rivero se ocultaba el lobo aprista,
generando los consiguientes miedos y el peligro de desestabilización. Para hacer respetar el
veredicto de las urnas era mejor combinar votos con dineros, y por lo tanto dio la orden de
votar por Prado, en cuyas listas se incluirían algunos diputados apristas. Con esto esperaba
dividir el campo de sus enemigos, formados por las clases altas conservadoras y por los
militares. Para terminar con el predominio de las Fuerzas Armadas había que aliarse con la
derecha económica, bajo su faz liberal; algo así como la lucha, durante la Segunda Guerra
Mundial, de derechas e izquierdas aliadas contra el fascismo.
La estrategia aprista fue muy criticada en ambientes de izquierda, y en el propio partido,
que en consecuencia sufrió escisiones, formándose un Apra Rebelde que luego se transformó en
guerrilla. Pero Prado ganó la elección, los apristas consiguieron no sólo diputaciones sino
muchas intendencias municipales, que en aquella época eran designadas por el gobierno central,
y robustecieron su influencia en los sindicatos ante el calor oficial. El precio de esta Convivencia
era, para el Apra, desprenderse de su izquierda más extrema, y para la Derecha, aceptar el fin
del fantasma aprista, y tolerar su llegada a la presidencia en la siguiente renovación, planteada
para 1962.
14
De la Convivencia a la Revolución Peruana
Al finalizar en el Perú la segunda presidencia de Manuel Prado (1956-1962), se realizaron
finalmente elecciones libres, con el resultado de una victoria aprista, aunque por escaso margen,
contra Belaúnde Terry, y con Odría en tercer lugar. La animadversión contra el Apra era aún
muy fuerte en la Derecha y en las Fuerzas Armadas. Por otra parte, se había difundido una
guerrilla persistente, alimentada con disidentes apristas y con grupos de orientación marxista.
Los militares, ante el nuevo panorama político, que amenazaba una mayor desestabilización,
decidieron intervenir, alegando abusos electorales por parte del gobierno saliente a favor de
Haya de la Torre.
El nuevo régimen militar, dirigido por una Junta, fue breve, dentro de la estrategia que
Alfred Stepan ha llamado
moderadora, o sea que sólo se propone compensar algunas
"malfunciones" del sistema electoral, para enseguida devolver el poder a los políticos,
preferentemente a un grupo más sensible a las exigencias del sistema de acumulación de
capital. Esto es lo que ocurrió: al año de haber tomado el poder, ya se celebraban elecciones,
esta vez sin las presiones oficiales pro apristas, o con otras ejercidas en sentido contrario,
llevando a un ajustado triunfo de la Acción Popular de Belaúnde sobre el Apra, y con Odría
siempre en un tercer lugar no demasiado lejano. En el nuevo Congreso el Apra intentó todas las
posibles tácticas para robustecer su situación y hacerle la vida imposible a Belaúnde, inclusive el
aliarse con su antiguo enemigo Odría, cuya Unión Nacional Odriísta, de todos modos, no
sobrevivió por mucho tiempo.
15
Durante el breve período de intervención militar se habían oído rumores acerca de un
14
. Francisco Miró Quesada, La ideología de Acción Popular, Lima, Tipografía Santa
Rosa, 1964; Carlos Valenzuela,
Frustraciones y realidades políticas en América
Latina: del APRA al MNR
, Buenos Aires, Peña Lillo, 1961; Víctor Villanueva, La
tragedia de un pueblo y un partido
, Santiago, 1954.
15
. François Bourricaud, Poder y sociedad en el Perú contemporáneo, Buenos Aires,
Sudamericana, 1967; José Matos Mar,
Yanaconaje y reforma agraria en el Perú,
Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1976.
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presunto nasserismo en el seno de los uniformados. Esta corriente, originada en los sectores
dedicados a la Inteligencia en el ejército, buscaba desarrollar una estrategia de amplias
perspectivas contra la subversión. La idea a la que se llegó fue que era necesario introducir
profundas reformas en la sociedad peruana, para evitar que ella generara constantemente
nuevas bandas de guerrilleros, que emergían de las entrañas de la tierra después de cada
operación exitosa de represión armada. Vistas las cosas así, tan peligrosos como los guerrilleros,
para la mantención del orden social existente, eran sus propios beneficiarios, enceguecidos por
sus intereses inmediatos. Por otra parte, para poder realizar con tranquilidad las reformas
necesarias, había que suspender
sine die el accionar de los partidos y la competencia electoral.
Los militares, de las más diversas graduaciones, en su lucha contra la guerrilla habían tenido
que ponerse en contacto con el país real, y habían descubierto las inmensas lacras de que
estaba plagado, llegando incluso a comprender algunas de las preocupaciones de los
subversivos, si no a compartirlas. Así, al menos, se decía en los ambientes politizados de la
época, y es probable que hubiera bastante de cierto en esos análisis.
En 1968, cuando sólo faltaba un año para la terminación del período de Belaúnde, se
preveía una casi segura victoria aprista, debida al deterioro del gobierno de Acción Popular. Los
militares, que no estaban dispuestos a aceptar esa eventualidad, aprovecharon, como excusa
para el golpe, un escándalo ligado a una concesión petrolera. Era necesario intervenir un poco
antes y no un poco después de la previsible victoria aprista, para evitar el consiguiente papelón.
El nuevo régimen de la autodenominada Revolución Peruana (1968-1979) fue dirigido por
el Gral Manuel Velasco Alvarado, que sin duda era uno de los que más genuinamente creían en
el nuevo enfoque. Se introdujeron muchos elementos de lo más radical de la plataforma aprista,
tomando incluso de los partidos de izquierda. Se obtuvo el apoyo de una buena parte de la
intelligentsia, y de algunos dirigentes apristas que veían la oportunidad de realizar una buena
parte de su programa, aún cuando bajo un régimen dictatorial, uno de cuyos objetivos, sin
embargo, y no el menor de ellos, era destruir la fuerza del propio Partido Aprista.
El gobierno de la Revolución Peruana terminó con los latifundios de la sierra, en general
arcaicos, poniéndolos en manos de comunidades agrarias. También expropió las eficientes
empresas azucareras del Norte, convirtiéndolas en cooperativas con control estatal. En este
caso, el objetivo era claramente debilitar al tradicional bastión aprista del azúcar, demostrando
que sus trabajadores ganarían más con el nuevo gobierno que con una inútil lealtad a sus viejas
banderas. Importantes explotaciones mineras extranjeras pasaron también a propiedad pública,
y se inició una reforma industrial por la cual las empresas debían adjudicar un porcentaje de sus
ganancias a crear un fondo de acciones de propiedad del personal, hasta un 49% del total.
El Estado también se apropió de todos los diarios de circulación nacional,
entregándoselos a cooperativas de periodistas, o a entidades populares como la central sindical
o la campesina. Se creó -- bajo dirección de un conocido ex militante aprista -- una entidad
denominada Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS) encargada de establecer
conexiones con entidades populares de base, o crearlas donde no existieran, para que en
diálogo con ellas se sustituyera el juego del Congreso y demás instituciones representativas del
régimen liberal. Este último era visto como caduco e indefendible, actitud en la que los
reformistas militares del gobierno coincidían con muchos análisis corrientes en la Izquierda y en
el nacionalismo popular de aquellos días.
Lo significativo es que el gobierno no intentó formar un movimiento político propio, en
parte por su ideología "anti partidocrática", pero más bien porque no consiguió hacer cuajar las
iniciativas del SINAMOS en un movimiento más orgánico. La preexistencia de un fenómeno
populista muy arraigado en su ambiente cultural, como el Apra, explica en parte este fracaso,
que debe contrastarse con el éxito que en circunstancias semejantes tuvo el régimen militar de
1943-1946 en la Argentina, del que emergió Juan Domingo Perón con un gran séquito popular.
Cierto es que las condiciones sociales de los dos países eran muy distintas, y en Perú no se
estaba en presencia de años de vacas gordas como en la Argentina.
Los primeros años del régimen sin embargo fueron prósperos, y contaron con bastante
opinión. Se podía pensar en una repetición, menos violenta, de la Revolución Mexicana, con un
sistema político de movilización popular garantizando la acumulación de capital por parte de una
nueva burguesía industrial, a expensas de los sectores feudales y de algunos inversores
extranjeros. Sin embargo, el consenso nunca fue tan amplio como en el caso mexicano. Al final
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la economía y el régimen entraron en crisis, ante la reticencia de los inversores, la dificultad de
establecer la autoridad en las nuevas empresas con participación social, y la hostilidad de los
sectores liberales de la opinión pública nacional e internacional, a lo que se agregó un desastre
ecológico, que alejó de la costa a los peces que proveían de materia prima a una de las
principales industrias del país.
16
Es así que se llegó a elecciones para una Constituyente en 1978, en las que el aprismo
sacó una mayoría, lo que hacía prever su pronto acceso al poder. Esa mayoría era en parte
debida a la abstención de Acción Popular, descontenta con la forma de convocación de la
Asamblea. Al final, las elecciones presidenciales de 1980 se realizaron sin la presencia de Haya
de la Torre, recientemente fallecido, lo que indujo una crisis de sucesión y división en su partido.
El que se impuso fue de nuevo Fernando Belaúnde Terry, quien esta vez pudo completar su
período constitucional (1980-1985), con un Apra debilitada, y la presencia inquietante de un
nuevo fenómeno, la Izquierda Unida, que agrupaba a una plétora de partidos marxistas.
La Izquierda Unida, fuerte en sindicatos y sectores estudiantiles, se perfilaba como una
seria contendiente del Apra por el apoyo popular. Paralelamente, de todos modos, se iba
generando una guerrilla, Sendero Luminoso, de ideología mucho más extrema que la de los
años sesenta, esta vez bajo advocación maoísta pero incorporando elementos del milenarismo
incaico.
17
El nuevo acceso a la primera magistratura de Belaúnde ayudó a facilitar la transición
democrática. Una victoria de Izquierda Unida hubiera sido decididamente inaceptable para el
Establishment cívico-militar. Incluso un gobierno aprista hubiera tensado excesivamente las
relaciones, debido a los ancestrales odios existentes, aunque éstos habían disminuido mucho en
la última década, ante el surgimiento de nuevos contendientes más radicalizados. El test se dio
al terminar Belaúnde su período, habiendo perdido gran parte de su prestigio como no puede
menos que ocurrir en un país con ingentes problemas económicos de muy difícil solución.
En los comicios el APRA se presentaba muy renovada, con el liderazgo carismático de
Alan García, que había unificado al partido con un enfoque más de izquierda. Obtuvo de esa
manera la máxima votación que el partido nunca había alcanzado, casi el 50% del total,
flanqueado por una Izquierda Unida con poco más del 20%. Acción Popular quedó reducida al
8%, formando parte de un conjunto de centro-derecha en el cual el Partido Popular Cristiano
tenía el principal rol. La función de transición de Acción Popular, y su posterior eclipse, se
parecen a lo ocurrido en España a la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, dando
tiempo para que las actitudes de los varios actores políticos se adaptaran a la perspectiva de un
gobierno ejercido por el partido popular, de vuelta de sus antiguas tradiciones revolucionarias.
A pesar de las condiciones políticas favorables con que se inició su período, la gestión de
Alan García no fue feliz. Pretendió mantenerse en la línea clásica de redistribución y estatismo
favorecida por la ideología de su partido, lo que en las nuevas condiciones internacionales se
hacía cada vez menos eficaz. Por otra parte, no pudo controlar la corrupción, y fue así perdiendo
cada vez más apoyos.
Cuando se planteó la renovación presidencial en 1990, se había dado una importante
mutación en el cuadro partidario nacional, aparte de lo que implicaba la presencia de la fuerte
16
. Teobaldo Pinzas García, La economía peruana, 1950-1978: un ensayo
bibliográfico
, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1981; Cynthia McClintock y
Abraham Lowenthal, comps.,
El gobierno militar: una experiencia peruana, 1968-
1980
, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1983; José Matos Mar et al, Perú,
hoy
, México, Siglo XXI, 1971; Vivián Trías, Perú: Fuerzas Armadas y revolución,
Montevideo, Banda Oriental, 1971; Víctor Villanueva,
Nueva mentalidad militar en
Perú
, Buenos Aires, Replanteo, 1969; Aníbal Quijano, Nacionalismo,
neoimperialismo y militarismo en el Perú
, Buenos Aires, Periferia, 1971; Oscar
Delgado,
El proceso revolucionario peruano: testimonio de lucha, México, Siglo
XXI, 1972; Augusto Zimmermann Zavala,
Los últimos días del General Velasco: quién
recoge la bandera?
, Lima, Talleres Humboldt, 1978.
17
. Gustavo Gorriti Ellenbogen, Sendero: historia de la guerra milenaria en el
Perú
, Lima, Apoyo, 1990.
Haya de la Torre, o la adaptación del socialismo al espacio tiempo americano
Torcuato S. Di Tella
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12http://200.16.65.40/educar/site/educar/lm/1189000367469/kbee:/educar/content/portal-content/taxonomia-recursos/recurso/34f65d86-4505-456e-8951-0e3e4d40ae9e.recurso/2da52e86-4884-403c-895a-90cdaf6f1b07/haya_de_la_torre.pdf
Las ideologías nacionalistas durante los años treinta
Torcuato S. Di Tella
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1
Preparado para un seminario organizado por la Fundación Alexandre de Gusmao y el Centro de
Estudios Brasileños de Buenos Aires, en Río de Janeiro, 1999.
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LAS IDEOLOGÍAS NACIONALISTAS DURANTE LOS AÑOS TREINTA
Torcuato S. Di Tella
Dos "potencias emergentes" en busca de una ideología nacional
Argentina y Brasil, durante los años treinta -- y podemos extender un poco hacia atrás y
hacia adelante, incluyendo el fin de los veinte y el inicio de los cuarenta -- se veían, con
bastante razón, como "potencias emergentes", con un brillante futuro delante de sí. Si miraban
a su alrededor (hacia el Norte, se entiende) veían un mundo primero en crisis y luego
autodestruyéndose por la Segunda Guerra Mundial, que ya se veía venir desde el acceso de
Hitler al poder. Muchos pensaban que el conflicto bélico podría terminar en un "empate", del que
emergieran cuatro grandes potencias: Estados Unidos, quizás con su colonia británica;
Alemania, dominando el continente europeo e incorporando a una buena parte de las planicies
rusas o ucranianas; lo que quedara de la Unión Soviética; y el Japón, dominante en el Este
asiático. ¿Porqué no agregar una quinta gran fuerza, América del Sur, hegemonizada a su vez
por la Argentina o Brasil? La rivalidad, y la interacción, estribaba justamente en saber cuál de
los dos asumiría ese liderazgo. Las influencias e inspiraciones mutuas eran bastante grandes en
este campo, sobre todo entre los intelectuales nacionalistas, y
last but not least, los militares,
para quienes esa ideología era casi connatural, y de hecho estaba muy difundida.
Dentro de los parámetros de la época, esta autopercepción de potencia emergente no era
tan absurda como puede hoy pensarse. En un mundo de posguerra atenaceado por el hambre y
por unas cuantas previsibles revoluciones comunistas (como había ocurrido en la anterior
posguerra) América del Sur brillaría por su paz, su riqueza, su solidaridad social, su integración
étnica. Pero para que esto se diera era necesaria una ideología unificadora, adaptada a nuestra
condición particular, que no fuera mera importación de ultramar. Esa ideología implicaba la
formación de una elite dedicada, autodisciplinada, capaz de imponer el orden a los demás. Y
como instrumento, la industrialización, el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, y una buena
dosis de extensión del bienestar social, pues un soldado malnutrido y analfabeto no puede
soportar una "marcia per il fango" ni entender las instrucciones sobre el uso de máquinas de paz
o de guerra. Estaban dadas las condiciones para la formación, o la actualización y puesta a
punto, de una ideología nacionalista, que efectivamente tuvo un desarrollo insospechado, y una
cantidad sorprendente de partidarios entre las clases dirigentes. Ese nacionalismo está hoy poco
valorado, debido a que en su pragmatismo geopolítico tuvo excesivas afinidades con el fascismo.
En todo caso, simpatizaba con modelos a los que podía considerar como eficaces dictaduras
desarrollistas, innecesarias en Suecia o en Gran Bretaña, pero esenciales para salir de la
dependencia y de la marginación internacional. Sin embargo, fue muy vigoroso en su tiempo, y
demostró capacidad para acceder a las masas, que por sus propios motivos -- diversos en
Argentina y Brasil -- estaban también dispuestas para cambios en esa dirección.
La ideología nacionalista, en su versión democrática, con raíces marxistas y fabianas,
había tenido una expresión de alcance continental en el pensamiento de Víctor Raúl Haya de la
Torre, creador del aprismo. ¿Porqué no un aprismo argentino, o brasileño? Las condiciones de
estos países eran, por cierto, bien distintas, y sería muy largo, y aventurado, ensayar una
respuesta a esa pregunta. Pero es de todos modos útil explorar los planteos teóricos del
pensador peruano, porque en ellos están tratados los que luego afloraron, de manera distinta e
intelectualmente menos sólida, en los nacionalistas más autoritarios del lado atlántico de
nuestro continente.
Haya de la Torre, usando el corpus principal de la teoría marxista, sostenía que en
condiciones de subdesarrollo no es posible esperar que la clase obrera dirija un proceso de
cambio social comprehensivo, ni tampoco que forme un partido propio con significativo peso
Las ideologías nacionalistas durante los años treinta
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numérico. Mucho menos podría el campesinado cumplir esas tareas. Así, pues, la clase media
debía ser incluida como un tercer elemento del trípode, y asumir un rol dirigente.
Era también necesario canalizar las fuerzas del capital internacional, para que se diera la
necesaria acumulación. El imperialismo económico podría ser, como decía Lenin, la última etapa
del capitalismo, pero eso era sólo cierto en Europa y los Estados Unidos. En la periferia el
imperialismo era la primera, no la última etapa del capitalismo, y por lo tanto se le debería dar
espacio para su adecuado funcionamiento. Un Estado local fuerte debía controlarlo, pero sin
espantarlo. Ese Estado tenía que basarse en la triple alianza entre las clases medias, los obreros
y los campesinos, y llegar a acuerdos con las clases dominantes, mediante un elemento de
corporativismo introducido en la Constitución. Es así que Haya hablaba del Estado de los Cuatro
Poderes, en el que a los tres tradicionales se le sumaría un cuarto, donde las diversas fuerzas
sociales estarían representadas de manera "cualitativa". Pensaba que era mejor que las Fuerzas
Armadas, la Iglesia, o los grupos empresarios nacionales o extranjeros tuvieran un campo
legítimo y legal donde expresarse, en vez de actuar detrás de la escena, como habitualmente lo
hacían.
Era preciso, además, tener un partido bien organizado, con militantes disciplinados, y
una figura carismática a su frente, la cual constituía la única forma de liderazgo comprensible
para la mayoría del pueblo. Identificaba al tipo de nacionalismo que propugnaba como
"Indoamericano", refiriéndose al antiguo término español de
Indias Occidentales, evitando el
término "Latino" que obviamente no se aplicaba a gran parte de la población del continente.
1
Al mismo tiempo que se difundía el aprismo, no sólo en el Perú sino en el resto del
continente, durante los años veinte y treinta, otros sectores de la intelligentsia preferían adoptar
la nueva variante del marxismo que se inspiraba en la experiencia soviética. José Carlos
Mariátegui fue el principal representante de esta corriente, que en su caso también implicó un
esfuerzo por adaptarse a las condiciones locales, especialmente al reconocer al problema indio
como el número uno en el Perú y otros países andinos. Muchos marxistas, aunque solidarios con
las masas indias explotadas, no creían que ellas podían ser transformadas en una palanca de
cambio. Según ellos era necesario esperar a que el capitalismo se desarrollara, o bien a que
fuerzas revolucionarias prendieran en la clase obrera urbana; una excesiva concentración entre
los indígenas podría llevar al populismo, condenable tanto en su versión rusa como en otra local.
Mariátegui, en cambio, pensaba que la población autóctona podría ser adecuadamente dirigida y
estimulada a la acción por una elite dedicada. Para ello era más necesario un sentido heroico de
la vida que un culto del determinismo. Al determinismo se lo veía como una característica más
de la despreciada Social Democracia que del marxismo.
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